Nació en los mismos
comienzos del siglo XIII.
Su nombre deja
boquiabierto a quien lo oye o lo lee por primera vez. Nonnato –Nonato
por más breve– sugiere a un santo solo potencial; como si la palabra fuera un
eslogan publicitario que estuviera invitando a quien lo lee o escucha a que se
decidiera a iniciar un programa que acabara con la santidad del guión
preestablecido. De hecho, significa no-nacido. ¿Pretenderá decir el extraño
nombre que, por no haber nacido todavía el santo que rellene el expediente
completo de sus cualidades y virtudes, está como esperando la Iglesia a que
haya uno que se decida de una vez a reproducirlas? Eso sería, lógicamente,
confundir la santidad como algo que brota de la voluntad y decisión humana,
cuando ella es en verdad el resultado de la acción del Espíritu Santo con quien
se coopera libremente. Sería sencillamente pelagianismo.
El calificativo –que
ha pasado ya a ser nombre– le viene a Ramón por el hecho de haber sido sacado
del claustro materno, por medio de una intervención quirúrgica, cuando ya había
muerto su madre. Por eso no nació como nacen normalmente los niños, lo
extrajeron. Fue en Portell, en Lérida, cuando se iniciaba el siglo.
La buena y alta
situación de su padre le posibilitó crecer en buen ambiente y formación, aunque
sin el cariño y los cuidados de una madre. Cuentan de su primera juventud la
devoción especialísima a la Santísima Virgen que le llevaba con frecuencia a
visitar la ermita de san Nicolás donde pasaba ratos mientras sus rebaños
pastaban. Luego su padre quiso irlo incorporando poco a poco a las tareas de
administración de sus posesiones y esa fue la razón por la que se le encuentra
en Barcelona en el intento de aprender letras y números. Allí tuvo ocasión de
trabar amistad con Pedro Nolasco –que por aquel entonces era comerciante– y de
compartir mutuamente los deseos de fidelidad a la fe cristiana vivida con
radicalidad, llegando incluso a considerar la posibilidad de entrar en el
estado clerical.
Como el padre disfruta
de un gran sentido práctico, lo reincorpora al terruño de Portell y le encarga
la explotación de varias de sus fincas. Pero sigue diciendo la antigua crónica
que la misma Virgen María le comunica su deseo de que ingrese en la recién
fundada Orden de la Merced y allí está de nuevo en Barcelona puesto a
disposición completa en las manos de su antes amigo Pedro Nolasco.
Noviciado, profesión,
ordenación sacerdotal y ministerio en el hospital de santa Eulalia se suceden
con la normalidad propia de quien tiene prisa para cumplir el cuarto voto
mercedario consistente en redimir a los cautivos y servir de rehén en su lugar
si procede.
En el norte del continente negro predica, consuela, cura, fortalece, atiende y transmite paciencia a los cautivos de los piratas berberiscos; comprende bien su situación y se hace cargo de que están rodeados de todos los peligros para su fe. Incluso él mismo tuvo que soportar cárcel y la tortura de que sellaran sus labios por ocho meses con un candado para impedirle la predicación.
A su vuelta a España
entre el clamor de las multitudes, lo nombra Cardenal de la Iglesia el papa
Gregorio IX, reconociendo sus méritos y virtud de la caridad practicada de modo
heroico; pero no le dio tiempo a llegar a Roma por morir, antes de cumplir los
cuarenta años, cuando se disponía a hacerlo.
Por el empeño de
hacerse cargo de su cuerpo, tanto los frailes mercedarios como los nobles
señores de Cardona decidieron de común acuerdo darle sepultura allá donde lo
decidiera una mula ciega que lo llevó a lomos hasta que quiso pararse ante la
ermita de San Nicolás, de Portell.
Desaparecieron las
reliquias, irrecuperables ya para la veneración, en el año 1936.
Lo que no ha sido
relegado al olvido por sus paisanos es la figura del santo y su acción
caritativa. Esa devoción secular que se refleja incluso en las fiestas y en el
folclore. No digamos nada sobre la devoción que le profesan todas las
parturientas que lo tienen como especial patrón para su trance.
Se divulgó por el
mundo la pintura que lo muestra con la Custodia en la mano derecha expresando
así la fuente de su caridad con los hombres.
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