viernes, 7 de agosto de 2020

San Cayetano piensa que, si se han de poner todas las energías y fuerzas en reformar a los demás, lo primero que dicta la sensatez es empeñarse seriamente en la reforma personal de uno mismo

 San Cayetano, presbítero y fundador (1480-1547)


 

Nace en Vicenza (República de Venecia) en 1480, cuando en la Iglesia sonaban voces, cada vez más altas y fuertes, pidiendo la reforma tanto en la cabeza como en los miembros. En el tiempo se dilatan las decisiones por falta de firmeza y de acuerdos entre los que tienen que poner remedio. Los papas y sus Curias se encuentran enredados en negocios sin cuento, entorpecidos por los intereses de los reyes que, en tira y afloja, van dificultando más y más el buen gobierno de la Iglesia que se asfixia.

 

La familia de Cayetano es de la nobleza vicentina; sus padres fueron el conde Thiene y María de Porto; ella tuvo que encargarse en exclusiva de la formación del niño que quedó huérfano de padre, cuando tenía poco más de un año; menos mal que era terciaria franciscana y se lo tomó en serio el delicado asunto de educar bien, con principios cristianos, a su hijo.

 

En 1500 está en la Universidad de Padua estudiando leyes. Ejerció la abogacía; pero, entre pleitos y consultas, rondan por su cabeza pensamientos de mayor entrega a Dios y a la Iglesia para hacer algo en tiempos tan revueltos. Se retira a Rampazzo, siendo ya clérigo. En 1506 pasa a Roma como ayudante del obispo Pallavicini y entrará en la Curia con el cargo de Protonotario Apostólico. Es el Renacimiento, con el papa Julio II a la cabeza, que se ha propuesto hacer de Roma el centro de las letras y de las artes; está en construcción la basílica de San Pedro por Bramante, Miguel Ángel se recrea en la Capilla Sixtina y Rafael ilumina la Signatura con La Disputa del Sacramento.

 

Pero a la moda le pasa siempre lo mismo; en este caso, el Renacimiento no cura los males de la Iglesia, no resuelve sus problemas ni ofrece solución práctica y eficaz en lo referente a la salvación de las almas, por más que se convoque el concilio de Letrán del 1512 buscando reforma. Cayetano tomó como contraseña la frase de Egidio Romano en el discurso de apertura: «Son los hombres los que han de ser transformados por la religión y no la religión por los hombres»; era todo un programa que señalaba el camino a seguir, aunque en 1517 Lutero optara por lo contrario.

 

A Cayetano le va, además, otra canción; piensa que, si se han de poner todas las energías y fuerzas en reformar a los demás, lo primero que dicta la sensatez es empeñarse seriamente en la reforma personal de uno mismo, porque lo que advierte que está pasando se resume en «mucho hablar y poco hacer». Por su parte, renuncia a ser Protonotario, se hace sacerdote y comienzan sus temblores ante el altar cada vez que celebra la misa ¡y la dice diariamente, cosa infrecuente entre los sacerdotes en su tiempo!

 

Como es miembro activo del Oratorio del Amor Divino está contactado con grupúsculos de personas que poco a poco van ya viviendo las reformas que en las altas esferas solo se cacarean; a estos les da ánimo y se preocupa de que vayan echando raíces en la oración, frecuenten los sacramentos y se aficionen a lectura del Evangelio; les anima a que hagan visitas a los enfermos y encarcelados, y funda casas donde puedan ser atendidos los desvalidos y desamparados. Pasa años en el norte de Italia, desparramando celo apostólico; es el pregonero de la Comunión frecuente; funda Oratorios en Vicenza, Verona y Venecia, donde también ayuda a levantar el hospital de incurables.

 

De nuevo en Roma por el año 1523, fijándose en la importancia de los sacerdotes para la mejora de la Iglesia, se dedica a la reforma del clero. Como siempre, antes de quitar la mota del ojo ajeno, mirándose a sí mismo se reconoce rico, con casa y alimentado, mientras que Cristo es pobre en serio; está decidido a vivir como los Apóstoles, para lo que ha de dejar todos sus bienes materiales; comienza a transmitir su inquietud y deseo a los clérigos más próximos –entre ellos a Carafa, obispo de Chieti– proponiéndoles una vida apostólica como sacerdotes entre el pueblo, pero en pobreza completa. Son los clérigos regulares que aprobará Clemente VII el 24 de junio de 1524, con Carafa como superior general. Han nacido los Chietinos que se llamarán luego Teatinos. Es una forma nueva distinta de los monjes de Benito y de los frailes de Francisco. Harán votos, vivirán de limosna, pero no la pedirán; en pobreza absoluta, sin rentas ni posesiones; es un vivir confiados en la Providencia Divina; ejercerán su apostolado propiciando la renovación de las costumbres; contrarrestarán el ambiente con abundante oración, con el decoro en la vida litúrgica –estarán siempre dispuestos a la administración de los sacramentos–, con la predicación frecuente y sencilla, con la dirección de almas y con la lectura meditada del Evangelio.


    El grupo impacta en los ambientes eclesiásticos romanos que están más paganizados que otra cosa. Se comienza a ver sacerdotes con sotanas negras que, abandonándolo todo –aunque pertenecieran a la nobleza–, se dedican a predicar a Cristo crucificado. Como siempre, los más se burlan y mofan, los menos se interesan. Del pequeño círculo inicial van saliendo nuevas ondas, como sucede al echar la piedra en el agua, cada vez más amplias. De este plantel saldrán obispos y reformadores anteriores a Trento; hasta el mismo Carafa llegará a papa con el nombre de Paulo IV.

 

Cayetano murió, cumplida su misión, el 7 de agosto de 1547.¡Qué cosa más buena es saber «interpretar los signos de los tiempos» por los que pasa la Iglesia, detectar las dificultades, conocer los males a su tiempo y aplicar el remedio sobrenatural que se necesita! 

Ver también

"Realmente San Cayetano estuvo adornado de espìritu sacerdotal" - San Juan Pablo II


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