San Cayetano, presbítero y fundador (1480-1547)
Nace en Vicenza
(República de Venecia) en 1480, cuando en la Iglesia sonaban voces, cada vez
más altas y fuertes, pidiendo la reforma tanto en la cabeza como en los
miembros. En el tiempo se dilatan las decisiones por falta de firmeza y de
acuerdos entre los que tienen que poner remedio. Los papas y sus Curias se
encuentran enredados en negocios sin cuento, entorpecidos por los intereses de
los reyes que, en tira y afloja, van dificultando más y más el buen gobierno de
la Iglesia que se asfixia.
La familia de
Cayetano es de la nobleza vicentina; sus padres fueron el conde Thiene y María
de Porto; ella tuvo que encargarse en exclusiva de la formación del niño que
quedó huérfano de padre, cuando tenía poco más de un año; menos mal que era
terciaria franciscana y se lo tomó en serio el delicado asunto de educar bien,
con principios cristianos, a su hijo.
En 1500 está en la
Universidad de Padua estudiando leyes. Ejerció la abogacía; pero, entre pleitos
y consultas, rondan por su cabeza pensamientos de mayor entrega a Dios y a la
Iglesia para hacer algo en tiempos tan revueltos. Se retira a Rampazzo, siendo
ya clérigo. En 1506 pasa a Roma como ayudante del obispo Pallavicini y entrará
en la Curia con el cargo de Protonotario Apostólico. Es el Renacimiento, con el
papa Julio II a la cabeza, que se ha propuesto hacer de Roma el centro de las
letras y de las artes; está en construcción la basílica de San Pedro por
Bramante, Miguel Ángel se recrea en la Capilla Sixtina y Rafael ilumina la
Signatura con La Disputa del Sacramento.
Pero a la moda le pasa siempre lo mismo; en este caso, el Renacimiento no cura los males de la Iglesia, no resuelve sus problemas ni ofrece solución práctica y eficaz en lo referente a la salvación de las almas, por más que se convoque el concilio de Letrán del 1512 buscando reforma. Cayetano tomó como contraseña la frase de Egidio Romano en el discurso de apertura: «Son los hombres los que han de ser transformados por la religión y no la religión por los hombres»; era todo un programa que señalaba el camino a seguir, aunque en 1517 Lutero optara por lo contrario.
A Cayetano le va,
además, otra canción; piensa que, si se han de poner todas las energías y
fuerzas en reformar a los demás, lo primero que dicta la sensatez es empeñarse
seriamente en la reforma personal de uno mismo, porque lo que advierte que está
pasando se resume en «mucho hablar y poco hacer». Por su parte, renuncia a ser
Protonotario, se hace sacerdote y comienzan sus temblores ante el altar cada
vez que celebra la misa ¡y la dice diariamente, cosa infrecuente entre los
sacerdotes en su tiempo!
Como es miembro
activo del Oratorio del Amor Divino está contactado con grupúsculos de personas
que poco a poco van ya viviendo las reformas que en las altas esferas solo se
cacarean; a estos les da ánimo y se preocupa de que vayan echando raíces en la
oración, frecuenten los sacramentos y se aficionen a lectura del Evangelio; les
anima a que hagan visitas a los enfermos y encarcelados, y funda casas donde
puedan ser atendidos los desvalidos y desamparados. Pasa años en el norte de
Italia, desparramando celo apostólico; es el pregonero de la Comunión
frecuente; funda Oratorios en Vicenza, Verona y Venecia, donde también ayuda a
levantar el hospital de incurables.
De nuevo en Roma por
el año 1523, fijándose en la importancia de los sacerdotes para la mejora de la
Iglesia, se dedica a la reforma del clero. Como siempre, antes de quitar la
mota del ojo ajeno, mirándose a sí mismo se reconoce rico, con casa y
alimentado, mientras que Cristo es pobre en serio; está decidido a vivir como
los Apóstoles, para lo que ha de dejar todos sus bienes materiales; comienza a
transmitir su inquietud y deseo a los clérigos más próximos –entre ellos a
Carafa, obispo de Chieti– proponiéndoles una vida apostólica como sacerdotes
entre el pueblo, pero en pobreza completa. Son los clérigos regulares que
aprobará Clemente VII el 24 de junio de 1524, con Carafa como superior general.
Han nacido los Chietinos que se llamarán luego Teatinos. Es una
forma nueva distinta de los monjes de Benito y de los frailes de Francisco.
Harán votos, vivirán de limosna, pero no la pedirán; en pobreza absoluta, sin
rentas ni posesiones; es un vivir confiados en la Providencia Divina; ejercerán
su apostolado propiciando la renovación de las costumbres; contrarrestarán el
ambiente con abundante oración, con el decoro en la vida litúrgica –estarán
siempre dispuestos a la administración de los sacramentos–, con la predicación
frecuente y sencilla, con la dirección de almas y con la lectura meditada del
Evangelio.
El grupo impacta en los ambientes eclesiásticos romanos que están
más paganizados que otra cosa. Se comienza a ver sacerdotes con sotanas negras
que, abandonándolo todo –aunque pertenecieran a la nobleza–, se dedican a
predicar a Cristo crucificado. Como siempre, los más se burlan y mofan, los
menos se interesan. Del pequeño círculo inicial van saliendo nuevas ondas, como
sucede al echar la piedra en el agua, cada vez más amplias. De este plantel
saldrán obispos y reformadores anteriores a Trento; hasta el mismo Carafa
llegará a papa con el nombre de Paulo IV.
Cayetano murió, cumplida su misión, el 7 de agosto de 1547.¡Qué cosa más buena es saber «interpretar los signos de los tiempos» por los que pasa la Iglesia, detectar las dificultades, conocer los males a su tiempo y aplicar el remedio sobrenatural que se necesita!
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