Lunes de la 18ª semana
AMOR AL BIEN SUMAMENTE DELEITABLE
Me acordé de Dios, y
me deleité (Sal 76, 4).
Así como Dios
sobrepasa todo lo apetecible, así da más alegría que ningún otro; porque lo
hace de manera más universal, más íntima y más duradera.
I. Unas cosas producen
un deleite particular, como las sabrosas deleitan sólo al gusto pero no al
oído; las sonoras al oído, pero no a la vista, y así de las demás. Pero Dios da
un deleite general, porque es el bien universal y causa de todo bien
particular. A este respecto dice San Anselmo: "Si los bienes particulares
son deleitables una vez conocidos diligentemente, cuán deleitable será aquel
bien que contiene en sí la delectación de todos los bienes; y no según la
experiencia que hacemos de las cosas creadas, sino tanto más diferente cuanto
se diferencia el criador de la criatura.
II. Otras cosas
deleitan superficialmente y como exteriormente; mas Dios, íntimamente y, por lo
tanto, profundamente; porque sólo Dios penetra substancialmente en la
substancia del alma, y por consiguiente deleita deliciosamente hasta lo más
íntimo. San Agustín dice: "Cuando llegue a unirme a ti con toda mi alma,
no tendré ni trabajo ni dolor, sino que mi vida estará segura y toda llena de
ti".
El mismo autor agrega:
"¡Oh Señor Dios! ¿Qué es lo que amo cuando te amo? No la hermosura del
cuerpo, ni la hermosura del tiempo, ni el brillo de la luz amiga de estos ojos,
no las dulces melodías, ni la suavidad de las flores y de los perfumes, no el
maná ni la miel, no las caricias gratas a los abrazos de la carne. No es esto
lo que amo cuando amo a mi Dios, y sin embargo, amo cierta luz, cierta voz,
cierto olor, cierto manjar y cierto abrazo.
"No amo a mi Dios
como a la luz, a la voz, al olor, al manjar, al abrazo del hombre exterior; es
todo mi hombre interior, allí donde brilla para mi alma aquello que no puede
encerrar el lugar, una música que el tiempo no puede arrebatar, un perfume que
el viento no puede disipar, y un sabor que no puede agotar la voracidad, allí
donde la saciedad es inseparable de mí mismo; esto es lo que yo amo cuando amo
a mi Dios."
III. Otras deleitan
transitoria y temporalmente. Pero Dios, eternamente. San Agustín expresa:
"Es miserable toda alma aprisionada por la amistad de las cosas
inferiores, y se desgarra cuando las pierde; pero a ti ninguno te pierde, sino
el que te despide." La razón se funda en que toda criatura es mudable de
por sí. Mas porque el alma harta pisará el panal (Prov 27, 7), aquella alma
que, amando a las criaturas, las desea ardientemente, tanto menos hambre tiene
del bien increado cuanto más llena está del bien creado, pues, al conseguirlas
y alcanzarlas, goza y se deleita en ellas. Por consiguiente hemos de
abstenernos de éstas para tener ansias de aquél. Rehusó consolarse mi alma (Sal
76, 3).
San Agustín dice:
"Baje la estima de las demás criaturas para que el Creador endulce el
corazón."
(De dilectione Dei.
IV)
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