(En esta carta, el
Arzobispo Gomez aborda las recientes controversias en torno a los monumentos
públicos de San Junípero Serra y pide a los fieles de la Arquidiócesis de Los
Ángeles que invoquen “la intercesión del santo por esta nación que él ayudó a
fundar”. El Arzobispo pide oraciones, especialmente por “el fin de los
prejuicios raciales y por una nueva concientización de lo que significa que
todos los hombres y mujeres han sido creados iguales como hijos de Dios”. El
Arzobispo Gomez también ofrece una meditación espiritual original que él
compuso casi en su totalidad a partir de palabras tomadas de los sermones y
cartas de San Junípero.)
Mis queridos
hermanos y hermanas en Cristo,
Las estatuas de San
Junípero Serra, Apóstol de California, que se encontraban en la ciudad de San
Francisco, y en la plaza que está frente a nuestra primera iglesia, Nuestra
Señora Reina de los Ángeles, en el centro de Los Ángeles fueron derribadas
recientemente. Tanto en un extremo como en el otro del estado, hay un creciente
debate relativo a la eliminación de los monumentos que conmemoran a Serra, de
terrenos públicos. Las autoridades de la ciudad de Ventura han anunciado que
tendrán una audiencia pública el
7 de julio para discutir si han de retirar la estatua de él que se encuentra
frente al Ayuntamiento de Ventura.
Ante la posibilidad
de acciones vandálicas, estamos tomando crecientes medidas de seguridad en las
misiones históricas ubicadas en la Arquidiócesis de Los Ángeles.
Desafortunadamente, es posible que tengamos que reubicar algunas de las
estatuas de nuestro amado santo o arriesgarnos a que sean profanadas.
Estos
acontecimientos me entristecen. He estado pensando y escribiendo sobre Junípero Serra por muchos años ya.
Entiendo el profundo
dolor que manifiestan algunos pueblos nativos de California. Pero también creo
que Fray Junípero es un santo para nuestros tiempos, el fundador espiritual de Los Ángeles, un defensor
de los derechos humanos y el primer santo hispano de este país. Yo tuve el
privilegio de concelebrar con el Papa Francisco en su misa de canonización, en el
año 2015. Confío en su intercesión para mi ministerio y su deseo de llevar la
tierna misericordia de Dios a cada persona, es una fuente de inspiración para
mí.
La explotación de
los primeros pueblos de Estados Unidos y la destrucción de sus antiguas
civilizaciones, es una tragedia histórica. Los crímenes cometidos en contra de
sus antepasados continúan influyendo en la vida y en el futuro de los pueblos
nativos actuales. Han pasado generaciones y nuestro país todavía no se ha
empeñado lo suficiente para corregir las cosas bien.
En la familia de
Dios aquí, en la Arquidiócesis de Los Ángeles, hemos trabajado arduamente para
reparar los errores y fallas del pasado y para encontrar juntos el camino a
seguir. Honramos las contribuciones que los pueblos nativos hicieron para construir la Iglesia del sur de California y
tenemos en gran estima los dones que ellos aportan para la misión de la Iglesia
de hoy.
Con el paso de los
años, he llegado a comprender el motivo por el que la imagen del Padre Serra y
de las misiones, es algo que evoca recuerdos dolorosos para algunas personas. Por ese
motivo, creo que las protestas acerca de nuestra historia de California, y
también las protestas, más extendidas y relacionadas a los monumentos
históricos, que ha empezado a haber en otros lugares del país, son importantes.
La memoria histórica
es el alma de cada nación. Lo que recordamos sobre nuestro pasado y la manera
en la que lo recordamos es lo que define nuestra identidad nacional: el tipo de
personas que queremos ser y los valores y principios de acuerdo a los cuales queremos
vivir.
Pero la historia es
complicada. Los hechos son importantes, pero hay que hacer distinciones y la
verdad es también importante. No podemos aprender las lecciones de la historia
o sanar antiguas heridas a menos que comprendamos lo que realmente sucedió,
cómo sucedió y por qué sucedió.
Nuestra sociedad
puede llegar al consenso de no honrar a Serra o a otras figuras de nuestro
pasado. Pero los funcionarios electos no pueden renunciar a sus
responsabilidades, dejando estas decisiones en manos de pequeños grupos de
manifestantes y permitiéndoles practicar actos vandálicos hacia monumentos
públicos. No es ése el modo en que debería de funcionar una gran democracia.
Es importante
permitir la libre expresión de la opinión pública, pero también lo es el defender
el estado de derecho y garantizar que las decisiones que tomamos como sociedad
estén basadas en un diálogo genuino y en la búsqueda de la verdad y del bien
común.
En este sentido, la
manera en la que la Ciudad de Ventura está manejando el debate sobre su
monumento a Serra puede ser el modelo de un diálogo público, reflexivo y
respetuoso, que incluya a las autoridades civiles, a los líderes indígenas y a
los representantes de la Iglesia y de la comunidad en general.
En otros casos, está
claro que quienes atacan el buen nombre de San Junípero y vandalizan sus
monumentos, no conocen su verdadero carácter o sus verdaderos antecedentes
históricos.
La triste realidad
es que ya desde hace varias décadas, los activistas empezaron a “revisar” la
historia para hacer de Junípero Serra el centro de atención de todos los abusos
cometidos contra los pueblos indígenas de California.
Pero los crímenes y
abusos de los que se culpa a nuestro santo, las calumnias que hoy se difunden
ampliamente en internet y que algunas veces son apoyadas por figuras públicas,
realmente ocurrieron mucho después de su muerte.
Fue el primer
gobernador de California quien hizo un llamado a “una guerra de exterminación” contra los indígenas y
quien recurrió a la Caballería de Estados Unidos para que le ayudara a llevar a
cabo sus planes genocidas. Eso fue en 1851. Junípero Serra murió en 1784.
El verdadero San
Junípero luchó contra un sistema colonial en el que los nativos eran mirados
como “bárbaros” y “salvajes” y cuyo único valor era estar al servicio de los
apetitos del hombre blanco. Para San Junípero, esta ideología colonial era una
blasfemia contra el Dios que “creó (a todos los hombres y las mujeres) y que
los redimió con la preciosísima sangre de su Hijo”.
Él vivió y trabajó
junto con los pueblos nativos y pasó toda su carrera defendiendo la humanidad
de ellos y protestando por los crímenes e indignidades cometidos en su contra.
Entre las injusticias a las que se enfrentó en su lucha, encontramos en sus
cartas, pasajes desgarradores, en los que denuncia el diario abuso sexual de
las mujeres indígenas por parte de los soldados coloniales.
Para Serra, los
nativos no eran solo víctimas impotentes de la brutalidad colonial. En sus
cartas, él describe la “amabilidad y disposición pacífica” de ellos, celebra su
creatividad y conocimiento; recuerda sus pequeños actos de amabilidad y
generosidad e incluso el dulce sonido de sus voces al cantar.
Aprendió sus lenguas
y sus costumbres y culturas antiguas. San Junípero no vino a conquistar; él llegó
más bien para ser un hermano de ellos. “Todos hemos venido aquí y hemos
permanecido en este lugar con el único propósito de su bienestar y salvación”,
escribió en una ocasión. “Y creo que todos se dan cuenta de que los amamos”.
Me gusta pensar que
su profunda reverencia por la creación tuvo sus raíces en las conversaciones y
observaciones que tuvo con los primeros pueblos de esta tierra.
Serra se convirtió
en uno de los primeros ambientalistas de Estados Unidos, al documentar los
diversos hábitats de California en los escritos de su diario y en cartas en las
que describió las montañas y llanuras, el sol abrasador y los efectos de la
sequía, el desbordamiento de arroyos y ríos, los álamos y sauces, las rosas en
flor o el rugido de un león que mantuvo a los misioneros despiertos por la
noche.
San Junípero también
entendió que el alma de los indígenas estadounidenses había sido oscurecida por
la amargura y la rabia causadas por maltrato histórico que sufrieron y por las
atrocidades cometidas contra ellos.
En 1775, cuando los
atacantes de Kumeyaay incendiaron la misión de San Diego, torturando y
asesinando a su querido amigo, el padre Luís Jayme, primer mártir de
California, Serra no se indignó. Estaba más bien preocupado por las almas de
los asesinos e intercedió ante las autoridades para que se apiadaran de ellos.
“Por lo que respecta
a los culpables, su ofensa debe ser perdonada después de someterlos a un
castigo leve”, dijo. “Al hacerlo así, ellos podrían ver que estamos poniendo en
práctica la regla que les enseñamos: la de devolver bien por mal y la de
perdonar a nuestros enemigos”.
Este puede ser el
primer argumento moral en contra del uso de la pena de muerte en la historia de
Estados Unidos. Y Serra estaba argumentando en contra de la imposición de ésta
sobre una minoría oprimida.
San Junípero tenía
60 años cuando viajó 2,000 millas desde Carmel hasta la Ciudad de México para
protestar por las injusticias del sistema colonial y para exigir que las
autoridades adoptaran una “declaración de derechos” que él había escrito para
los pueblos nativos.
Eso fue en 1773,
tres años antes de que los fundadores de Estados Unidos declararan la
independencia de esta nación con aquellas hermosas palabras: “todos los hombres son creados iguales... dotados por su
Creador de ciertos derechos inalienables”.
El Papa Francisco
llamó a San Junípero “uno de los padres fundadores de los Estados Unidos”. Y
reconoció que el testimonio del santo anticipó ese gran espíritu de igualdad y
libertad humanas, bajo el poder de Dios, que ha llegado a definir el proyecto
estadounidense.
Sin embargo, en las peticiones en línea actuales nos encontramos
con que a Serra se le compara con Adolfo Hitler y a sus misiones, con los
campos de concentración. Ningún historiador serio aceptaría esto y no
deberíamos permitir que estas difamaciones se transformaran en argumentaciones
públicas sobre nuestro gran santo.
A pesar de sus muchos
defectos, las misiones de California fueron similares a algunas de las demás
comunas y sociedades “comunitarias” que encontramos en la historia temprana de
los Estados Unidos.
Las misiones eran
comunidades multiculturales de culto y de trabajo, con sus propios gobiernos y
con una economía autosuficiente, basada en la agricultura y en las artesanías.
Al vivir y trabajar juntos, los nativos y los españoles crearon una nueva cultura
mestiza (“mixta”) que tuvo su reflejo en un arte distintivo, en la
arquitectura, la música, la poesía y las oraciones que brotaron de las
misiones.
Es tristemente
cierto que el castigo corporal era en ocasiones usado en las
misiones, así como se practicó también en toda la sociedad de fines del siglo
XVIII. Es cierto también que, en las misiones, algunos nativos murieron por
enfermedades.
Pero la trágica
ruina de las poblaciones nativas ocurrió mucho después de que Serra se hubiera
ido y de que las misiones se hubieran cerrado o “secularizado”. Los académicos
serios concluyen que Serra mismo era un hombre amable y que no hubo abusos
físicos ni conversiones forzadas mientras él presidió el sistema de misiones.
San Junípero Serra
no impuso el cristianismo; él lo propuso. Para él, el mayor don que podía
ofrecer era el llevar a las personas al encuentro con Jesucristo. Vivir en las
misiones siempre fue algo voluntario y al final sólo el 10-20 por ciento de la población nativa de
California llegó a unirse a él.
Mis queridos hermanos
y hermanas, ésta es la verdad sobre San Junípero Serra.
En esta hora de
juicio por la que pasa nuestra nación, en un momento en el que nos estamos
enfrentando una vez más con el vergonzoso legado del racismo en Estados Unidos,
los invito a que se unan a mí para que el 1 de julio conmemoremos la fiesta de
San Junípero, viviéndolo como un día de oración, de ayuno y de caridad.
Pidamos la
intercesión de San Junípero por esta nación que él ayudó a fundar. Oremos con
él por la sanación, por la reconciliación, por un aumento de la empatía y la
comprensión entre todos, por el fin de los prejuicios raciales y por una nueva
concientización de lo que significa que todos los hombres y mujeres han sido
creados iguales y como hijos e hijas de Dios.
Toda verdadera reforma
empieza en el corazón humano y San Junípero nos diría que sólo la misericordia,
el perdón y la verdadera contrición pueden hacernos avanzar en este momento de
nuestra historia.
He pasado estos
últimos días orando y reflexionando sobre su vida y sus escritos y he preparado
una meditación espiritual, compuesta, casi en su totalidad, por palabras
tomadas de los sermones y cartas de San Junípero.
Les ofrezco esta
meditación junto con esta carta, para que les sirva para su oración y reflexión
conforme vamos trabajando, juntos, para promover la sanación de los recuerdos y
el fin del racismo que todavía infecta a los sistemas e instituciones de
nuestra nación.
Oren por mí y yo
oraré por ustedes. Que Dios les conceda la paz a ustedes y a sus familias.
Encomendémonos todos al Corazón Inmaculado de María, nuestra Santísima Madre.
Mons. José H. Gomez
Arzobispo de Los Ángeles
Sobre la Misericordia de Dios
Una meditación espiritual de los escritos de San Junípero Serra
Oh Señor, eres completa misericordia, completo amor,
y completa ternura hacia todos los hombres y mujeres,
incluso hacia los pecadores más ingratos.
Tú deseas que todas las personas alcancen el fin
para el cual nos has compasivamente creado.
Tú anhelas que podamos creer
que eres el Camino, la Verdad y la Vida,
y que avancemos por el camino de la salvación que tú deseas para
nosotros.
Eres dulce y amable
y nos llamas con la gentileza de tu voz divina,
con los dulces y suaves tonos de un Padre
que se dirige hacia su hijo favorito.
Tú nos ofreces los lazos de oro de tu buena voluntad y de tu amor,
Y nos perdonas, en tu misericordia.
Padre de toda misericordia y de todo consuelo,
derrama la abundancia de tu amor con misericordia.
Por medio de tu misericordia, vence todo tipo de malicia.
Ayúdanos a alejarnos no sólo de nuestras faltas,
Sino también de los malos hábitos y situaciones de nuestra vida que
conducen a estas faltas,
para que podamos así amarte a ti solo.
Habla, Señor, que tu siervo escucha con un corazón contrito.
¡Ayúdanos a empezar a darnos cuenta de la verdad desde este mismo
instante!
para así ser completamente movidos por el amor hacia Ti,
Ayúdanos a empezar a vivir una vida santa,
con un amor y un celo ardientes por la salvación de nuestros
prójimos.
Haz que seamos más dulces, más tranquilos,
más dedicados y más fuertes.
Recuérdanos tu dulce y buena voluntad, oh Señor.
Que nunca seamos severos o duros.
Que podamos ver en todos, a un hijo a quien tú has creado y
redimido por medio de la preciosísima sangre de tu Hijo.
Enséñanos a darnos cuenta de que tú valoras la amabilidad,
De que el amor es la mejor manera de atraer a la gente hacia ti.
Que siempre podamos ayudar a los demás a probar y a ver
la dulzura y la bondad de tu amor.
Que sobrellevemos todas las dificultades
por amor a ti y por la salvación de las almas.
Que en nuestras pruebas podamos darnos cuenta de que somos amados
por ti como tus propios hijos.
Para un corazón bien dispuesto, todo es dulce
Concédenos, pues, el amor y la paciencia, y
amóldanos siempre a Tu voluntad, oh Dios.
Nos encomendamos a la
Siempre Inmaculada Reina María
y con el ángel decimos, Dios te salve María.
- Composición de Mons. José H. Gomez,
Arzobispo de Los Ángeles
1 de julio de 2020
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