SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 3 de enero de 1996
Miércoles 3 de enero de 1996
Finalidad y método de la exposición de la doctrina mariana
(Lectura: Sirácida,
capítulo 24, versículos 24-27 y 30-31)
1. Siguiendo la
constitución dogmática Lumen gentium, que
en el capítulo VIII quiso "iluminar cuidadosamente la misión de la
bienaventurada Virgen en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico,
así como los deberes de los redimidos para con la Madre de Dios", quisiera
proponer ahora, en estas catequesis, una síntesis esencial de la fe de la
Iglesia sobre María, aunque reafirmo, con el Concilio, que no pretendo
"exponer una mariología completa", ni "resolver las cuestiones
que todavía los teólogos no han aclarado del todo" (Lumen gentium,
54).
Deseo describir,
ante todo, "la misión de la bienaventurada Virgen en el misterio del Verbo
encarnado y del Cuerpo místico" (ib.), recurriendo a los datos de la
Escritura y de la Tradición apostólica y teniendo en cuenta el desarrollo
doctrinal que se ha alcanzado en la Iglesia hasta nuestros días.
Además dado que el
papel de María en la historia de la salvación está estrechamente unido al
misterio de Cristo y de la Iglesia, no perderé de vista esas referencias
esenciales que, dando a la doctrina mariana su justo lugar, permiten descubrir
su vasta e inagotable riqueza.
La investigación
sobre el misterio de la Madre del Señor es verdaderamente muy amplia y ha
requerido el esfuerzo de numerosos pastores y teólogos en el curso de los
siglos. Algunos, queriendo poner de relieve los aspectos centrales de la
mariología, la han tratado a veces junto con la cristología o la eclesiología.
Pero, aún teniendo en cuenta su relación con todos los misterios de la fe,
María merece un tratado específico que destaque su persona y su misión en la
historia de la salvación a la luz de la Biblia y de la tradición eclesial.
2. Además, siguiendo
las indicaciones conciliares, parece útil exponer cuidadosamente "los
deberes de los redimidos para con la Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de
los hombres, especialmente de los creyentes" (ib.).
En efecto, el papel
que el designio divino de salvación asigna a María requiere de los cristianos
no sólo acogida y atención, sino también opciones concretas que traduzcan en la
vida las actitudes evangélicas de Aquella que precede a la Iglesia en la fe y
la santidad. Así, la Madre del Señor está destinada a ejercer una influencia
especial en el modo de orar de los fieles. La misma liturgia de la Iglesia
reconoce su puesto singular en la devoción y en la vida de todo creyente.
Es preciso subrayar
que la doctrina y el culto mariano no son frutos del sentimentalismo. El
misterio de María es una verdad revelada que se impone a la inteligencia de los
creyentes, y que a los que en la Iglesia tienen la misión de estudiar y enseñar
les exige un método de reflexión doctrinal no menos riguroso que el que se usa
en toda la teología.
Por lo demás, Jesús
mismo había invitado a sus contemporáneos a no dejarse guiar por el entusiasmo
al considerar a su madre, reconociendo en María, sobre todo, a la que es
bienaventurada porque oye la palabra de Dios y la cumple (cf. Lc 11,
28).
No sólo el afecto,
sino sobre todo la luz del Espíritu debe guiarnos para comprender a la Madre de
Jesús y su contribución a la obra de salvación.
3. Sobre la
moderación y el equilibrio que hay que salvaguardar tanto en la doctrina como
en el culto mariano, el Concilio exhorta encarecidamente a los teólogos y a los
predicadores de la palabra divina "a que eviten con cuidado toda falsa
exageración..." (Lumen gentium,
67).
Las exageraciones
provienen de cuantos muestran una actitud maximalista, que pretende extender
sistemáticamente a María las prerrogativas de Cristo y todos los carismas de la
Iglesia.
Por el contrario, en
la doctrina Mariana es necesario mantener siempre la infinita diferencia
existente entre la persona humana de María y la persona divina de Jesús.
Atribuir a María lo máximo no puede convertirse en una norma de la
mariología, que debe atenerse constantemente a lo que la revelación testimonia
acerca de los dones que Dios concedió a la Virgen en razón de su excelsa
misión.
Del mismo modo, el
Concilio exhorta a teólogos y predicadores a evitar "una excesiva
estrechez de espíritu" (ib.), es decir el peligro de minimalismo, que
puede manifestarse en posiciones doctrinales, en interpretaciones exegéticas y
en actos de culto, que pretenden reducir y hasta quitar importancia a María en
la historia de la salvación, así como a su virginidad perpetua y a su santidad.
Conviene evitar
siempre esas posiciones extremas, en virtud de una fidelidad coherente y
sincera a la verdad revelada tal como se expresa en la Escritura y en la
Tradición apostólica.
4. El mismo Concilio
nos brinda un criterio que permite discernir la auténtica doctrina Mariana:
"En la santa Iglesia [María] ocupa el lugar más alto después de Cristo y
el más cercano a nosotros" (Lumen gentium,
54).
El lugar más
alto: debemos descubrir esta altura conferida a María en el misterio de la
salvación. Se trata, sin embargo, de una vocación totalmente referida a Cristo.
El lugar más
cercano a nosotros: nuestra vida está profundamente influenciada por el ejemplo
y la intercesión de María. Con todo, hemos de preguntarnos acerca de nuestro
esfuerzo por estar cerca de ella. Toda la pedagogía de la historia de la
salvación nos invita a dirigir nuestra mirada a la Virgen. La ascesis cristiana
de todas las épocas invita a pensar en ella como modelo de adhesión perfecta a
la voluntad del Señor. María, modelo elegido de santidad, guía los pasos de los
creyentes en el camino hacia el paraíso.
Mediante su cercanía
a las vicisitudes de nuestra historia diaria, María nos sostiene en las pruebas
y nos alienta en las dificultades, señalándonos siempre la meta de la salvación
eterna. De este modo, se manifiesta cada vez más su papel de Madre: Madre de su
hijo Jesús y Madre tierna y vigilante de cada uno de nosotros, a quienes el
Redentor, desde la cruz, nos la confió para que la acojamos como hijos en la
fe.
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