Sábado de la 14ª semana
LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS
El alma se endulza con
los buenos consejos del amigo (Prov 27, 9).
Porque lo mejor para
el hombre es unirse con su alma a Dios y a las cosas divinas; pero es imposible
que el hombre que se ocupa intensamente en cosas diversas, pueda con bastante
libertad de espíritu tender hacia Dios. Por eso, en la ley cristiana se dan los
consejos evangélicos, por los cuales los hombres se apartan, en cuanto es
posible, de las ocupaciones de la vida presente.
La solicitud humana se
dirige comúnmente a tres cosas: a la propia persona, a lo que hará y dónde
vivirá; a las personas que están más cercarías, como la esposa y los hijos, y a
procurar las cosas exteriores, de las cuales necesita el hombre para sustentar
su vida. Así, pues, para desarraigar del hombre la preocupación por las cosas
exteriores, la ley divina ha dado el consejo de la pobreza, a fin de que se
desembarace de las cosas de este mundo, cuya solicitud puede conturbar el alma.
Por eso dice el Señor: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, y dalo
a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, sígueme (Mt 19, 21). Para
cortar la preocupación de la esposa y de los hijos, se da al hombre el consejo
de la virginidad o continencia. Acerca de la virginidad no tengo precepto del
Señor. Doy, no obstante, un consejo, como quien, por la misericordia de Dios,
es digno de crédito. Por tanto, pienso que es cosa buena, a causa de la
necesidad presente, quedarse el hombre así (1 Cor 7, 25-26). Para cortar la
solicitud del hombre sobre sí mismo, se da el consejo de la obediencia, por la
cual el hombre confía al superior la ordenación de sus actos: Obedeced a
vuestros superiores y estadles, sumisos; porque ellos velan, como que han de
dar cuenta de vuestras almas (Hebr 13, 17).
Mas porque la suma
perfección de la vida humana consiste en que el alma del hombre se ocupe de
Dios, esos tres consejos parecen disponer, sobre todo, a dicha dedicación, y
también parecen pertenecer convenientemente al estado de perfección; no como
perfecciones en sí mismos, sino como disposiciones a la perfección; la cual
consiste en que el hombre se ocupe de Dios. Pueden también (los consejos)
llamarse efectos y signos de perfección. Si el espíritu del hombre es atacado
con vehemencia por el amor y el deseo de alguna cosa resulta comprensible que
posponga todo lo demás. De aquí proviene que, cuando el hombre es llevado con
fervor a las cosas divinas, por el amor y el deseo, en lo cual evidentemente
consiste la perfección, es lógico que rechace de sí todo lo que pueda retardar
su encuentro con Dios, es decir, no sólo el afán por los negocios del mundo y
el afecto a la esposa y a los hijos, sino también a sí mismo.
Siendo los tres
consejos mencionados disposiciones para la perfección; y también efectos y
señales de ella, se dice convenientemente que están en estado de perfección los
que de esos consejos hacen voto a Dios. Pero la perfección, a la que los
consejos disponen, reside en la ocupación del alma en Dios. Por eso se llaman
religiosos los que profesan dichos consejos; como si se dedicaran a sí mismos y
sus cosas a Dios a modo de sacrificio: sus bienes, por la pobreza, el cuerpo
por la continencia, y la voluntad, por la obediencia. Así, pues, la religión
consiste en el culto divino.
(Contra Gentiles, lib.
III, cap. 131).
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