Viernes de la 14ª semana
LA PRUDENCIA
La virtud de la prudencia Sandro Botticelli |
I. La sabiduría le es
al hombre prudencia (Prov 10, 23).
Es sabio en algún
género quien considera la causa suprema en ese mismo género. En el género de
los actos humanos la causa suprema es el fin común de toda la vida humana, y a
este fin se dirige la prudencia; por lo cual así como el que razona bien por
relación a algún fin particular; por ejemplo, a la victoria, se dice ser
prudente, no absolutamente, sino en este género, esto es, en asuntos bélicos,
así también el que razona bien acerca de todo el bien vivir, se dice ser
prudente en absoluto. Luego es evidente que la prudencia es la sabiduría en las
cosas humanas.
II. La prudencia no
puede existir en los pecadores. La prudencia se entiende de tres maneras.
Existe una falsa o llamada así por semejanza, porque siendo prudente el que
dispone bien las cosas que deben ejecutarse para un fin bueno, cuando alguien
que se propone un fin malo dispone algunas cosas adecuadas para lograr ese fin,
se dice que posee una prudencia falsa, pues lo que acepta por fin no es
verdaderamente bueno, sino por semejanza, como se dice de alguien que es buen
ladrón. En este sentido puede, por semejanza, llamarse prudente el ladrón que
emplea medios convenientes para robar.
De esta prudencia dice
el Apóstol a los Romanos (8, 6): La prudencia de la carne es muerte, aludiendo
a la que constituye el último fin en el deleite carnal.
La segunda prudencia
es verdadera porque encuentra los medios adecuados al fin verdaderamente bueno,
pero es imperfecta por dos razones: primera, porque el bien que toma por fin no
es el fin común de toda la vida humana, sino de algún negocio especial; por
ejemplo, cuando uno encuentra los medios acomodados para negociar o para
navegar, se dice prudente negociante o navegante; segunda, porque es deficiente
en el acto principal de la prudencia, por ejemplo, cuando uno da un buen
consejo y juzga bien aun de las cosas que corresponden a toda la vida, pero no
da un precepto eficaz.
La tercera prudencia,
verdadera y perfecta, es la que aconseja rectamente para el buen fin de toda la
vida, y además juzga y manda. Ésta es la única que se llama prudencia en
absoluto, la cual no puede hallarse en los pecadores. En cambio, la primera
prudencia se da únicamente en los pecadores; la prudencia imperfecta es común a
los buenos y a los malos, principalmente la que es imperfecta por razón de
algún fin particular; y la que es imperfecta por defecto del acto principal,
tampoco se da sino en los malos.
(2ª 2ae , q. XLVII, a.
2, 13)
III. Cicerón
acertadamente divide la prudencia en memoria de las cosas pasadas, inteligencia
de las presentes y previsión de las futuras *. Porque la prudencia
versa acerca de las acciones particulares, es necesario tomar los principios
del mismo género, a fin de que la persona prudente razone rectamente sobre las
cosas que es necesario obrar, por la experiencia de otros hechos. Por
consiguiente, necesita de la experiencia y del tiempo, a fin de prever las
cosas futuras por aquéllas que existieron y que retiene en la memoria, y por
las cosas que al presente contempla la inteligencia; pues por la memoria evoca
el ánimo las cosas que fueron; por la inteligencia contempla las que son, y por
la previsión se ve una cosa futura antes de realizarse.
(3, Disl., XXIII, q.
III, a. 1)
Nota:
*Rhet., lib. II, De
invent.
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