Decimoquinto domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 546: Cristo
enseña a través de las parábolas
CEC 1703-1709: la
capacidad de conocer y responder a la voz de Dios
CEC 2006-2011: Dios
asocia al hombre a la obra de su gracia
CEC 1046-1047: la
creación, parte del universo nuevo
CEC 2707: el valor
de la meditación
CEC 546: Cristo
enseña a través de las parábolas
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de
su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del
Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para
alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen
falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el
hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos
recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este
mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en
el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los
Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es
algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
CEC 1703-1709: la
capacidad de conocer y responder a la voz de Dios
1703. Dotada de un alma
“espiritual e inmortal” (GS 14),
la persona humana es la “única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por
sí misma”(GS 24,
3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.”
1704 La persona
humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es
capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su
voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su
perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien (cf GS 15,
2).
1705 En virtud de
su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el
hombre está dotado de libertad, “signo eminente de la imagen divina” (GS 17).
1706 Mediante su
razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa “a hacer [...] el bien y
a evitar el mal”(GS 16).
Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza
en el amor de Dios y del prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la
dignidad de la persona humana.
1707 “El hombre,
persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el comienzo de la
historia”(GS 13,
1). Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero
su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal
y sujeto al error.
«De ahí que el hombre
esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva,
aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la
luz y las tinieblas». (GS 13,
2)
1708 Por su pasión,
Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el
Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había
deteriorado.
1709 “El que cree
en Cristo es hecho hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma dándole la
posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y
de practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la
perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia,
culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.
CEC 2006-2011: Dios
asocia al hombre a la obra de su gracia
El mérito
«Manifiestas tu
gloria en la asamblea de los santos, y, al coronar sus méritos, coronas tu
propia obra» (Prefacio de los Santos I, Misal Romano; cf. "Doctor
de la gracia" San Agustín, Enarratio in Psalmum, 102, 7).
2006 El término
“mérito” designa en general la retribución debida por parte de
una comunidad o una sociedad a la acción de uno de sus miembros, considerada
como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de sanción. El mérito
corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la
rige.
2007 Frente a Dios
no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por parte del hombre.
Entre Él y nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos
recibido todo de Él, nuestro Creador.
2008 El mérito del
hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto
libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de
Dios es lo primero, en cuanto que Él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo
segundo, en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras
buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel,
seguidamente. Por otra parte, el mérito del hombre recae también en Dios, pues
sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes y de los
auxilios del Espíritu Santo.
2009 La adopción
filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la naturaleza divina, puede
conferirnos, según la justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito.
Se trata de un derecho por gracia, el pleno derecho del amor, que nos hace
“coherederos” de Cristo y dignos de obtener la herencia prometida de la vida
eterna (cf Concilio de Trento: DS 1546). Los méritos de nuestras buenas obras
son dones de la bondad divina (cf Concilio de Trento: DS 1548). “La gracia ha
precedido; ahora se da lo que es debido [...] Los méritos son dones de Dios”
(San Agustín, Sermo 298, 4-5).
2010 “Puesto que la
iniciativa en el orden de la gracia pertenece a Dios, nadie puede
merecer la gracia primera, en el inicio de la conversión, del perdón y de
la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos
después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para
nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para
la obtención de la vida eterna. Los mismos bienes temporales, como la salud, la
amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría de Dios. Estas gracias y
bienes son objeto de la oración cristiana, la cual provee a nuestra necesidad
de la gracia para las acciones meritorias.
2011 La caridad
de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos ante
Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura el carácter
sobrenatural de nuestros actos y, por consiguiente, su mérito tanto ante Dios
como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una conciencia viva de que
sus méritos eran pura gracia.
«Tras el destierro
en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero amontonar méritos
para el Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro amor [...] En
el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos vacías, Señor,
porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen
manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y
recibir de tu Amor la posesión eterna de ti mismo»
(Santa Teresa del Niño Jesús, Acte d'offrande á l'Amour miséricordieux:
Récréations pieuses-Priéres).
CEC 1046-1047: la
creación, parte del universo nuevo
1046 En cuanto
al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo
material y del hombre:
«Pues la ansiosa
espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios [...]
en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción [...] Pues
sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto.
Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos gemimos en nuestro interior [...] anhelando el rescate de
nuestro cuerpo» (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el
universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de que
el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté
al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo
resucitado (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 5, 32, 1).
CEC 2707: el valor
de la meditación
II. La meditación
2705 La meditación es,
sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el porqué y el cómo
de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide. Hace
falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente se hace con la ayuda de
algún libro, que a los cristianos no les faltan: las sagradas Escrituras,
especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del
día o del tiempo, escritos de los Padres espirituales, obras de espiritualidad,
el gran libro de la creación y el de la historia, la página del “hoy” de Dios.
2706 Meditar lo que se lee
conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí se abre otro libro:
el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según sean la
humildad y la fe, se descubren los movimientos que agitan el corazón y se les
puede discernir. Se trata de hacer la verdad para llegar a la Luz: “Señor, ¿qué
quieres que haga?”.
2707 Los métodos de meditación
son tan diversos como diversos son los maestros espirituales. Un cristiano debe
querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres primeras clases de
terreno de la parábola del sembrador (cf Mc 4, 4-7. 15-19).
Pero un método no es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu
Santo, por el único camino de la oración: Cristo Jesús.
2708 La meditación hace
intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta
movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar
la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La
oración cristiana se aplica preferentemente a meditar “los misterios de
Cristo”, como en la lectio divina o en el Rosario. Esta forma
de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más
lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con Él.
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