Santas Justa y Rufina - Murillo |
El martirio de las
santas Justa y Rufina está fechado a finales del siglo III, hacia el año 287,
en tiempos del emperador Maximiano. Es el primer dato histórico documentado con
el que cuenta la Iglesia hispalense, hasta el punto de que su historia, puede afirmarse,
comienza a partir del martirio de estas mujeres. En el Pasionario hispánico
−libro litúrgico formado por el relato de los martirios (pasiones) y destinado
a la lectura con motivo de los aniversarios de los santos dentro del Oficio− es
donde aparece, ya a finales del siglo VI o principios del VII, el de estas
santas. El estilo sobrio de la narración, la descripción de las adonías y la
cita del obispo Sabino −cuyo nombre aparece en el catálogo de los obispos de
Sevilla en segundo lugar y que figura en la lista de los asistentes al Concilio
de Elvira en Granada, a principios del siglo IV− son indicios que testimonian
la autenticidad histórica de los hechos, por lo que se supone que el relato del
Pasionario hispánico haya sido compuesto por un testigo ocular o recogido en
una tradición antigua no deformada.
A finales del siglo
III ya existía en Sevilla una comunidad cristiana con cierta consistencia y
estructura eclesial como para necesitar la figura de un obispo. Este dato pone
de relieve la posibilidad de la existencia de cristianos en Sevilla durante el
siglo II y tal vez en el I, si bien estos supondrían una pequeña minoría en una
sociedad mayoritariamente de religión grecorromana.
Las santas Justa y
Rufina procedían de una de las pocas familias cristianas de la Híspalis romana
de finales del siglo III, que formaba parte de la comunidad presidida por el
obispo Sabino. Ambas eran hermanas, mujeres sencillas, de procedencia modesta,
que trabajaban en la artesanía del barro. Vivían en el arrabal de Triana.
En aquella época, la
inmensa mayoría de los habitantes de Híspalis practicaba la religión
grecorromana. Estos, cada año, en el mes de junio, celebraban las adonías,
fiesta en la que participaban mayoritariamente las mujeres de la alta sociedad,
quienes recordaban a la diosa siria Salambó (Afrodita griega o Venus romana),
representada dolida y llorosa por la muerte de su amado, dios que muere y
renace todos los años. Era una estatua de barro, con la cabeza reclinada sobre
el brazo izquierdo, en actitud de apresar algo, y el rostro cubierto con
un velo en señal de luto. Es muy probable que el templo a Salambó en Híspalis
se encontrara en el sitio donde hoy se erige la parroquia de Santa María
Magdalena.
Justa y Rufina se
hallaban al cuidado de su comercio de cacharros de alfarería cuando, por
delante de su negocio, pasó la procesión de la diosa Salambó. Algunas mujeres
que participaban en el cortejo se dedicaban a pedir donativos para el culto a
la diosa y, al ver a las dos hermanas, les reclamaron alguna ofrenda. Ambas se
negaron a dársela. Con palabras de san Pablo, dijeron: Nosotras damos culto a
Dios, no a este ídolo fabricado, que no tiene ojos, ni mano, ni vida alguna
propia. Y añadieron: Y no os damos nada, a no ser que alguna de vosotras
necesite una limosna o padezca necesidad.
Se produjo una
disputa de unas con otras. Las mujeres fieles a la diosa Salambó arremetieron
contra el puesto y rompieron los cacharros de barro expuestos para la venta.
Surgió así un alboroto en el que las santas mujeres empujaron a quienes
llevaban la imagen de Salambó, la dejaron caer y se hizo pedazos. La guardia
del gobernador intervino en el altercado. Los devotos de la diosa tacharon el
acto de sacrílego y clamaron que las dos hermanas debían ser juzgadas. Los de
la guardia detuvieron a Justa y a Rufina, llevándolas a las cárceles, que se
encontraban extramuros de la ciudad, frente a la Puerta del Sol.
En tiempos de las
santas Justa y Rufina, Diogeniano era gobernador de la Bética. Como la inmensa
mayoría, practicaba los ritos de la religión grecorromana. Los devotos de
Salambó divulgaron el hecho del destrozo de su ídolo, tachándolo de sacrilegio
y clamando que debían ser juzgadas y condenadas a muerte. Llegaron al prefecto
los hechos ocurridos. Este mandó que las hermanas fueran encarceladas y bien
custodiadas.
Estaban Justa y
Rufina totalmente entregadas a Dios. En el interrogatorio, ellas admitieron
haber cometido el supuesto sacrilegio. Entonces, les propusieron que
abandonaran sus creencias cristianas y las dejarían libres, a lo que Justa y
Rufina se negaron. Diogeniano dio la orden de atormentarlas con torturas en el
potro y con garfios de hierro, con el convencimiento de que el trato que se les
daba sería suficiente para que abandonaran la fe cristiana. Viendo que los
padecimientos y dolores no las vencían, decidió aumentar la dureza de la
prisión y que padecieran los rigores del hambre y la sed.
Viendo el prefecto
Diogeniano que ni las torturas, ni el potro, ni los garfios de hierro, ni la
dura cárcel, ni el hambre, ni la sed bastaban para que Justa y Rufina
renunciaran a la fe en Jesucristo, mandó que las pusieran a caminar descalzas
por parajes difíciles y pedregosos. Así, ambas hermanas fueron andando hasta
Sierra Morena, al norte de Sevilla, con las fuerzas que solo da la fe. El
gobernador, viendo que ninguna tortura era suficiente para que Justa y Rufina
abandonaran la fe cristiana, ordenó encarcelarlas hasta morir.
Encerradas de nuevo
tras la caminata, Justa se halló agotada por el sufrimiento de las torturas y, el
día 17 de julio del 287, expiró santamente en la cárcel. Tras su muerte, el
cuerpo fue arrojado a una fosa en un lugar próximo al sitio del
encarcelamiento. Enterado de los hechos, el obispo Sabino organizó el rescate
del cuerpo de santa Justa y lo buscó hasta encontrarlo. Este fue conocido como
Prado de Santa Justa, hoy estación de ferrocarril y zona urbana que lleva el
mismo nombre; la explanada próxima es llamada en nuestros días Campo de los
Mártires. Tras recoger el cuerpo de santa Justa, lo trasladó a otro sitio más
seguro, donde no pudieran hallarlo y profanarlo.
Tras la muerte de
Justa, el prefecto pensaba que Rufina renunciaría pronto a la fe cristiana pero
no fue así, por lo que Diogeniano, dos días después, el 19 de julio del 287,
decidió acabar con la vida de la muchacha llevándola al anfiteatro para
entregarla a un león que la destrozase. El animal se acercó a Rufina y solo
lamió su cuerpo, en vista de lo cual el gobernador mandó degollarla y,
finalmente, quemarla.
De nuevo, el obispo
Sabino, igual que hiciera con el cuerpo muerto de santa Justa, recogió la
cabeza, los restos que quedaron y las cenizas de santa Rufina, y la enterró
junto a su hermana en el lugar en el que, pocos años después, cuando los
cristianos dejaron de estar perseguidos, en el 313, se levantó una pequeña
capilla con el nombre de las santas.
La sangre derramada
por las mártires Justa y Rufina fue semilla de nuevas vocaciones a la vida
cristiana y sirvió para el florecimiento y la estabilidad de la Iglesia
hispalense. Poco tiempo después del martirio, con la proclamación por parte del
emperador Constantino del Edicto de Milán, en el año 313, se estableció la
libertad religiosa en el Imperio romano, finalizando las persecuciones
dirigidas por las autoridades contra los cristianos. Los ciudadanos de
Híspalis, al igual que en todos los lugares de la Bética y del Imperio romano,
fueron abandonando el culto a los dioses grecorromanos y convirtiéndose al
cristianismo. Será con la llegada de los visigodos, y más concretamente con san
Leandro y con su hermano y sucesor en la sede hispalense san Isidoro, cuando la
Iglesia de Sevilla llegará a vivir grandes momentos de esplendor. En estos
años, la devoción a santas Justa y Rufina alcanza gran importancia, llegándose
a componer hermosos textos litúrgicos para ser rezados en el Oficio y en la
celebración de la Eucaristía. En una de estas oraciones a las santas se hace
referencia a la veneración de sus reliquias y a su patronazgo sobre la ciudad
de Sevilla.
San Leandro, en el
siglo VI, construyó una basílica a santas Justa y Rufina en el mismo lugar de
la capilla del enterramiento. Al igual que su hermano san Isidoro, sintió una
profunda veneración hacia todo lo que estuviese relacionado con las santas
patronas.
Durante su
dominación, los musulmanes, aunque al principio parecían tolerante, asolaron
con todo lo que tenía que ver con la religión cristiana. En este tiempo, fue
derribada la basílica levantada por san Leandro a santas Justa y Rufina, pero
su destrucción no hizo que los cristianos mozárabes olvidaran dónde se les
erigió la basílica.
En cuanto a las
reliquias del cuerpo y cenizas de las santas, se ignora el lugar preciso en el
que actualmente se encuentran. Con toda probabilidad, tras la ocupación
musulmana, pudieron ser trasladadas o escondidas.
Reconquistada la
ciudad de Sevilla por el rey santo Fernando III de Castilla el día 23 de
noviembre de 1248, se reorganiza la Iglesia hispalense, recuperándose el culto
y la veneración a santas Justa y Rufina. Culto y veneración a las santas patronas
de Sevilla que, hasta la fecha, se había extendido por muchos lugares de la
península ibérica.
San Fernando entregó
el sitio donde se recordaba que estuvieron encarceladas las santas a los
Religiosos Trinitarios. En sus proximidades, los trinitarios levantaron una
iglesia y colocaron unas imágenes de las santas en su altar mayor. Sobre esta
edificación primitiva, la Orden Trinitaria construyó una nueva en el siglo
XVII, que, en la actualidad, es la basílica de María Auxiliadora de la
Comunidad Salesiana de la Trinidad.
Al igual que
ocurriera en el lugar de las cárceles, tras la Reconquista, en el mismo sitio
que estuvo la basílica de Santas Justa y Rufina que mandó construir san
Leandro, se edificó una ermita con el nombre de las santas alfareras. En este
emplazamiento se fundó en el siglo XVII una comunidad de frailes capuchinos y
se construyó una iglesia y convento con el nombre de las santas. Para esta
iglesia, el pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo pintó, en el año 1666,
el cuadro de las santas patronas que actualmente, tras la desamortización
de 1836, se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Aquella iglesia
es el mismo lugar en el que hoy sigue encontrándose la de las Santas Justa y
Rufina y parroquia de la Divina Pastora.
Santas Justa y
Rufina son veneradas como santas por la Iglesia Católica y por la Iglesia
Ortodoxa. Su festividad se celebra en Sevilla el 17 de julio, siguiendo la
tradición de la liturgia hispano mozárabe, y en algunos lugares se celebra el
19 de julio.
Son patronas y
protectoras de la ciudad de Sevilla, patronazgo al que ya se hace referencia en
antiguos textos litúrgicos. En cuanto a su protección sobre la ciudad, queda
bien reflejada en las crónicas del terremoto del año 1504: la piedad popular
atribuyó el hecho de que la Giralda no se derrumbase a la intercesión de las
santas, al igual que ocurriera con el terremoto de 1755.
Además, son patronas
del gremio de alfareros de las ciudades de Orihuela, en Alicante; Manises, en
Valencia; Payo de Ojeda, en Palencia; Huete, en Cuenca, y Maluenda, en
Zaragoza. Especialmente se veneran en Navarrete, La Rioja, y en Lisboa, en
Portugal.
En cuanto a la
devoción a santas Justa y Rufina en Triana en los últimos siglos, en la
parroquia de Santa Ana tenemos la representación de las santas más antiguas que
se conservan en la actualidad. Se trata de las pintadas sobre tabla por el
conocido como Maestro de Moguer, hacia 1540. Las santas sostienen una imagen de
Sevilla del siglo XVI.
Existió en el siglo
XV en Triana un hospital con una iglesia en la calle Castilla, construido y
mantenido por la Hermandad de Santa Brígida de Escocia y las Vírgenes y
Mártires Santas Justa y Rufina. Un siglo más tarde, se establece en dicha
iglesia la Hermandad de Gloria de Nuestra Señora de la O. Ambas hermandades
llegaron a fusionarse y, con el paso del tiempo, la iglesia de Santa Brígida de
Escocia y las Vírgenes y Mártires Santas Justa y Rufina tomó el nombre de
iglesia de Nuestra Señora de la O, con el que ha llegado hasta nuestros días.
Existió en Triana
otra Hermandad de Santas Justa y Rufina, muy probablemente diferente a la del
Hospital de Santa Brígida de Escocia y Santas Justa y Rufina. La falta de
documentos impide determinar su antigüedad, aunque es de presumir que sea
mucha. Esta antigua hermandad sería la fusionada con la Hermandad de Nuestra
Señora de la Estrella.
Habrá que esperar
hasta el siglo XX para poder encontrar en Triana una iglesia con el nombre de
las santas. En el año 1961, el cardenal Bueno Monreal firmó el decreto de erección
de la parroquia de las Santas Justa y Rufina en el barrio de Triana; en el año
1966 se colocó la primera piedra, y en 1968 se inauguró el templo y se bendijo
el altar.
El día 5 de octubre
de 2013 fueron bendecidas las imágenes de las santas Justa y Rufina, realizadas
por el escultor Manuel Martín Nieto, y veneradas en la parroquia de su mismo
nombre en el barrio de Triana.
Manuel Soria Campos,
Párroco de Santas Justa y Rufina
Párroco de Santas Justa y Rufina
En Sevilla
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