Dios los cría
Tres que siempre andan
juntos, la Víbora, el Zorrino y el Perezoso, se juntaron un día para murmurar
del mundo.
– Aquí ni hay
iniciativa ni hay progreso – dijo el Perezoso– , ni nada. Ustedes conocen muy
bien mis aspiraciones y mis sublimes y patrióticos ideales – el Perezoso es
bicho de grandes proyectos– ; y sin embargo a mí se me tiene por un fracasado.
Y así, ¿quién va a emprender ninguna cosa? Busque usted peones: ¿dónde los
encuentra? Y si los encuentra, ¿cómo los hace trabajar? Busque usted socios:
todos son una punta de ladrones. Por eso no los busco... Ponga usted una
industria, ¿y qué? A mí, que me gusta hacer las cosas en grande y no andar con
miserias, me vienen ofreciendo capitalitos de mala muerte... La culpa la tiene
el Gobierno, no más... En fin, que a usted si es un ruin y un mediocre, todo el
mundo le irá detrás; pero si es hombre de grandes aspiraciones, lo arrinconan,
lo persiguen, lo postergan, y lo obligan a pasarse la vida tumbado sobre una
rama, comiendo lo que esté a mano y durmiendo como se pueda... todo el día.
– Y lo peor de todo –
dijo la Víbora– , es que le huyen a uno y le cobran horror. Los que hemos
nacido con un corazón hecho para ser amados sufrimos mucho con eso. Yo no tengo
ningún amigo y todos me aborrecen. Y así, perseguida de todos y sin el
calorcito de la amistad, aunque sea más buena que el mío– mío y más tierna que
una avispa, concluye por agriarse y hacerse fría y maligna y solapada y cobarde
y hasta negra y fea, con la bilis, el veneno y la mala sangre que le hacen a
una criar por dentro con tanta ingratitud. Mis antepasados se cuenta que eran
brillantes y coloridos como la culebra, y no barrosos y repulsivos como yo.
Hasta con mi marido andamos distanciados; y de todos mis hijos, ni uno solo ha
sido capaz nunca de venir a cobijarse con su madre y agradecerle el ser que le
dio. Cierto que yo no sé si habrán nacido. Yo dejé los huevos confiados al sol
que los empollara, y me marché, porque ¡vaya también usted a criar víboras en
el seno, como dice el refrán, para recoger veneno!
– A mí – terció el
Zorrino– , lo que me repudre es el desprecio de los otros. Siete años llevo en
este pajonal, y nadie me trata, nadie me visita, nadie me convida... Vengo yo
por una picada y todos se apartan sin hablarme; y no hay bicho de pelo o pluma
que venga a anidar en la vecindad del lugar donde yo vivo. A mí la soledad me
mata; pero la prefiero a la compañía de esos sucios que parece que de puro
asquerosos andan huyendo de la gente para no mostrar el tufo.
Y así por el estilo,
quejándose de todos, se pasaban las horas muertas. Pero la murmuración no
alimenta y los chismosos siempre acaban aborreciéndose. Un buen día se pelearon
los tres y se separaron, no sin haberse antes cantado las verdades bien clarito
a grito limpio e insulto seco, como comadres de conventillo. Al Perezoso le
dijeron que él era el haragán; a la Víbora, que la mala y perversa era ella; y
al Zorrino, que si se oliese a sí mismo no sentiría la hedentina de los otros.
Y a cada uno, que cada cual es hijo de sus obras.
Pero ninguno de los
tres se dio por entendido y han seguido hasta el día de hoy quejándose del mundo
entero.
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