Domingo después de Pentecostés
LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Venida de la
Trinidad al alma.
No solamente el
Hijo, sino también el Padre y el Espíritu Santo vienen por la gracia al alma
humana y habitan en ella, según aquello de San Juan: Vendremos a él, y haremos morada
en él (Jn 14, 23).
El Padre viene por
su poder, confortándonos. El que da fuerza al cansado (Is 40, 29), a lo que
añade la Glosa; "fuerza de creer y de obrar".
El Hijo viene por su
sabiduría, iluminándonos, porque es luz verdadera que alumbra a todo hombre (Jn
1, 9).
El Espíritu Santo
viene por su bondad, inflamándonos en su amor.
El Espíritu Santo
derrama en nosotros su bondad inflamándonos en su amor; porque el amor de Dios
es la fuente de todo bien. Él se nos comunica de una manera soberana. Pero está
lleno de suavidad en nosotros, cuando nos alegra con el gusto interno de su
dulzura. Por eso, sobre las palabras del Salmo (104, 9): Suave es el Señor para
con todos, agrega la Glosa: "pero principalmente para los que le
gustan". Y San Bernardo añade: "El solo Consolador es nuestro
huésped, el Dios de caridad, el cual, aunque nunca abandona a los justos para
hacerlos merecer, con frecuencia se ausenta, sin embargo, y se abstiene de
consolarlos; aquello es más agradable, esto es más útil. Se le tiene, en
verdad, pero oculto, cuando aquella suavidad poseída no toca la sensibilidad
del corazón. Y así como el pueblo israelita, cuando al principio el Señor le
hizo llover el maná, decía admirado: ¿Manhú?, que quiere decir: ¿Qué es esto?
(Ex 16, 15), así el alma devota se admira al experimentar en su interior la
suavidad de la bondad divina, porque no la ha experimentado tal en las cosas
creadas." Por eso dice San Anselmo: "Pensad cuál sea aquel bien que
contiene el placer de todos los bienes, y no experimentáis en las cosas
creadas, pero que difiere como el Criador de la criatura."
Además, la suavidad
de esta bondad no se puede expresar con palabras, ni se enseña con la lengua
sino con la gracia. Al vencedor daré yo maná escondido (Apoc 2, 17), porque no
es descubierto por ningún lenguaje. Por lo cual dice San Bernardo: ¡Oh! que
quien esté ansioso por saber qué es gustar del Verbo prepare, no su oído, sino
el alma, porque no es la lengua la que lo enseña, sino la gracia."
Todavía más,
sobrepasa a toda inteligencia y a todo deseo, lo cual es mayor, porque sabemos
muchas cosas que no expresamos; pero la suavidad de la bondad divina es tan
grande que no sólo no podemos expresarla con palabras, sino que aun somos
impotentes para buscarla. Por eso dice el Profeta: Me acordé de Dios, y me
deleité (en lo cual está la suavidad), y me ejercité, y desmayó mi espíritu
(Sal 76, 4.) Y San Bernardo nos explica que la inteligencia no puede
comprenderlo sino cuando tiene la experiencia.
Así deben entenderse
las palabras del profeta que dice: Maravillosas tus obras, y mi alma lo conoce
mucho (Sal 138, 14), esto es, maravillosos son el poder del Padre, la sabiduría
del Hijo, y la dulzura del Espíritu Santo, que hacen desfallecer el alma cuando
intenta conocer la grandeza del poder, la profundidad de la sabiduría y la
abundancia de la dulce suavidad.
(De Humanitate Christi.)
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