Solemnidad de la Santísima Trinidad
CEC 202, 232-260,
684, 732: el misterio de la Trinidad
CEC 249, 813, 950,
1077-1109, 2845: en la Iglesia y en su Liturgia
CEC 2655,
2664-2672: la Trinidad y la oración
CEC 2205: la
familia, imagen de la Trinidad
CEC 202, 232-260,
684, 732: el misterio de la Trinidad
202 Jesús mismo confirma que Dios es
"el único Señor" y que es preciso amarle con todo el corazón, con
toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-30).
Deja al mismo tiempo entender que Él mismo es "el Señor" (cf. Mc 12,35-37).
Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de la fe cristiana. Esto
no es contrario a la fe en el Dios Único. Creer en el Espíritu Santo, "que
es Señor y dador de vida", no introduce ninguna división en el Dios único:
«Creemos firmemente y confesamos que hay un solo verdadero Dios, inmenso
e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu
Santo: Tres Personas, pero una sola esencia, substancia o naturaleza
absolutamente simple (Concilio de Letrán IV: DS 800).
232 Los cristianos son bautizados
"en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).
Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar su
fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: Fides omnium christianorum
in Trinitate consistit ("La fe de todos los cristianos se cimenta
en la Santísima Trinidad") (San Cesáreo de Arlés, Expositio
symboli [sermo 9]: CCL 103, 48).
233 Los cristianos son bautizados en
"el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en
"los nombres" de éstos (cf. Virgilio, Professio fidei (552):
DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo
único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.
234 El misterio de la Santísima
Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio
de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe;
es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la
"jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43).
"Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del
camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia
y une consigo" (DCG 47).
235 En este párrafo, se expondrá
brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad
(I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio
(II), y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu
Santo, Dios Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de
redención, y de santificación (III).
236 Los Padres de la Iglesia
distinguen entre la Theologia y la Oikonomia,
designando con el primer término el misterio de la vida íntima del
Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se revela y
comunica su vida. Por la Oikonomia nos es revelada la Theologia;
pero inversamente, es la Theologia, la que esclarece toda la Oikonomia.
Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente, el misterio de
su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así sucede,
analógicamente, entre las personas humanas. La persona se muestra en su obrar y
a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su obrar.
237 La Trinidad es un misterio de fe
en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no
pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto" (Concilio Vaticano
I: DS 3015). Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra
de Creación y en su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la
intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la
sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios
y el envío del Espíritu Santo.
El Padre revelado por el Hijo
238 La invocación de Dios como
"Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con
frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los hombres".
En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10).
Pues aún más, es Padre en razón de la Alianza y del don de la Ley a Israel, su
"primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey
de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre
de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección
amorosa (cf. Sal 68,6).
239 Al designar a Dios con el nombre
de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos:
que Dios es origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo
tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal
de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad
(cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más
expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura. El
lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que son
en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre. Pero esta
experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que pueden
desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar,
entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos. No es hombre
ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas
(cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14; Is 49,15):
Nadie es padre como lo es Dios.
240 Jesús ha revelado que Dios es
"Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es
eternamente Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo
en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre
le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar" (Mt 11,27).
241 Por eso los Apóstoles confiesan a
Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era
Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible"
(Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de
su esencia" Hb 1,3).
242 Después de ellos, siguiendo la
tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio
Ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre (Símbolo
Niceno: DS 125), es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio
Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en
su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Único de Dios, nacido
del Padre antes de todos los siglos, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios
verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre" (Símbolo
Niceno-Constantinopolitano: DS 150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia
el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que
actuó ya en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los
profetas" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará
ahora junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn 14,17), para
enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad
completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como
otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se
revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a
la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona,
una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26;
16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús
(cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa
Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al
Espíritu fue proclamada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en
Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que
procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como
"la fuente y el origen de toda la divinidad" (Concilio de Toledo VI,
año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en
conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de
la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y
también de la misma naturaleza [...] por eso, no se dice que es sólo el
Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo"
(Concilio de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de
Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una
misma adoración y gloria" (DS 150).
246 La tradición latina del Credo
confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (Filioque)".
El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo
[...] tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede
eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una
sola espiración [...]. Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio
a su Hijo único al engendrarlo a excepción de su ser de Padre, esta procesión
misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su
Padre que lo engendró eternamente" (DS 1300-1301).
247 La afirmación del Filioque no
figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la
base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa san León la había
ya confesado dogmáticamente el año 447 (cf. Quam laudabilitier: DS
284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el concilio de
Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a
poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII y XI). La
introducción del Filioque en el Símbolo
Niceno-Constantinopolitano por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un
motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en
primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu
Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26),
esa tradición afirma que éste procede del Padre por el Hijo (cf. AG 2).
La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión consubstancial
entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del Padre y del Hijo
(Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable" (Concilio
de Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en
su comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del
Espíritu en tanto que "principio sin principio" (Concilio de
Florencia 1442: DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Único, sea
con él "el único principio de que procede el Espíritu Santo"
(Concilio de Lyon II, año 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no
se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo
misterio confesado.
La formación del dogma trinitario
249 La verdad revelada de la Santísima
Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia,
principalmente en el acto del Bautismo. Encuentra su expresión en la regla de
la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la
Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como
este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos
vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Co 12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los primeros siglos, la
Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su
propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la
deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo
teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del
pueblo cristiano.
251 Para la formulación del dogma de
la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones
de origen filosófico: "substancia", "persona" o
"hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no sometía la
fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a
estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio
inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la
medida humana" (Pablo VI, Credo del Pueblo de
Dios, 2).
252 La Iglesia utiliza el término
"substancia" (traducido a veces también por "esencia" o por
"naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término
"persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y
al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término
"relación" para designar el hecho de que su distinción reside en la
referencia de cada uno a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No
confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres personas: "la Trinidad
consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). Las
personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas
es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo
mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es
decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS
530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la
substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año
1215: DS 804).
254 Las Personas divinas son
realmente distintas entre sí. "Dios es único pero no solitario" (Fides
Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo"
no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son
realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que
es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el
Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por
sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es
engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV,
año 1215: DS 804). La Unidad divina es Trina.
255 Las Personas divinas son
relativas unas a otras. La distinción real de las Personas entre sí, porque
no divide la unidad divina, reside únicamente en las relaciones que las
refieren unas a otras: "En los nombres relativos de las personas, el Padre
es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el Espíritu Santo lo es a los dos;
sin embargo, cuando se habla de estas tres Personas considerando las relaciones
se cree en una sola naturaleza o substancia" (Concilio de Toledo XI, año
675: DS 528). En efecto, "en Dios todo es uno, excepto lo que comporta
relaciones opuestas" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330). "A
causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo;
el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo
está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia, año 1442:
DS 1331).
256 A los catecúmenos de
Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado también "el
Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:
«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato,
con el cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar
todos los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el
Espíritu Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el
agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida.
Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los
Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de
naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje [...] Es la
infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo,
es Dios todo entero[...] Dios los Tres considerados en conjunto [...] No he
comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor.
No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de
nuevo...(Orationes, 40,41: PG 36,417).
257 O lux beata Trinitas et
principalis Unitas! ("¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad
esencial!") (LH, himno de vísperas "O lux beata Trinitas"). Dios
es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida
bienaventurada. Tal es el "designio benevolente" (Ef 1,9)
que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado,
"predestinándonos a la adopción filial en Él" (Ef 1,4-5),
es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rm 8,29)
gracias al "Espíritu de adopción filial" (Rm 8,15). Este
designio es una "gracia dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10),
nacido inmediatamente del amor trinitario. Se despliega en la obra de la
creación, en toda la historia de la salvación después de la caída, en las misiones
del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia
(cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra
común de las tres Personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que
tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación
(cf. Concilio de Constantinopla II, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo
principio" (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada
Persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la
Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6):
"Uno es Dios [...] y Padre de quien proceden todas las cosas, Uno el Señor
Jesucristo por el cual son todas las cosas, y Uno el Espíritu Santo en quien
son todas las cosas (Concilio de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo,
las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo
las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la
vez común y personal, da a conocer la propiedad de las Personas divinas y su
naturaleza única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las
personas divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo
hace por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el
Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf. Rm 8,14).
260 El fin último de toda la economía
divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la
Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora
somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si alguno me
ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él,
y haremos morada en él" (Jn 14,23).
«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí
mismo para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya
en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi
inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu
Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de
tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí
enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin
reservas a tu acción creadora» (Beata Isabel de la Trinidad, Oración)
684 El Espíritu Santo con su gracia es
el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva
que es: "que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado,
Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el "último"
en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad . San Gregorio
Nacianceno, "el Teólogo", explica esta progresión por medio de la
pedagogía de la "condescendencia" divina:
«El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más
obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la
divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre
nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente,
cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente
la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el
Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco
atrevida ... Así por avances y progresos "de gloria en gloria", es
como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos»
(San Gregorio Nacianceno, Oratio 31 [Theologica 5], 26:
SC 250, 326 [PG 36, 161-164]).
732 En este día se revela plenamente
la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto
a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan
ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el
Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el
tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
«Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial,
hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella
nos ha salvado» (Oficio Bizantino de las Horas. Oficio Vespertino del día de
Pentecostés, Tropario 4)
CEC 249, 813, 950,
1077-1109, 2845: en la Iglesia y en su Liturgia
La formación del dogma trinitario
249 La verdad revelada de la Santísima
Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia,
principalmente en el acto del Bautismo. Encuentra su expresión en la regla de
la fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la
Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como
este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos
vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Co 12,4-6; Ef 4,4-6).
"El sagrado misterio de la unidad de la Iglesia" (UR 2)
813 La Iglesia es una debido a su
origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es la
unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de
personas" (UR 2).
La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo
Hijo encarnado [...] por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios [...]
restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78,
3). La Iglesia es una debido a su "alma": "El
Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la
Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan
íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia" (UR 2).
Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una:
«¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo
Logos del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes;
hay también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia» (Clemente
de Alejandría, Paedagogus 1, 6, 42).
950 La comunión de los sacramentos. “El fruto de
todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos, y sobre todo
el Bautismo que es como la puerta por la que los hombres entran en la Iglesia,
son otros tantos vínculos sagrados que unen a todos y los ligan a Jesucristo.
Los Padres indican en el Símbolo que debe entenderse que la comunión de los
santos es la comunión de los sacramentos [...]. El nombre de comunión puede
aplicarse a todos los sacramentos puesto que todos ellos nos unen a Dios [...].
Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque
ella es la que lleva esta comunión a su culminación” (Catecismo Romano, 1, 10, 24).
1077 "Bendito sea el Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes
de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el
amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de
Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de
su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que
da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia").
Aplicado al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su
Creador en la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta la
consumación de los tiempos, toda la obra de Dios es bendición.
Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta los cánticos de la
Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el designio de salvación
como una inmensa bendición divina.
1080 Desde el comienzo, Dios bendice a
los seres vivos, especialmente al hombre y la mujer. La alianza con Noé y con
todos los seres animados renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del
pecado del hombre por el cual la tierra queda "maldita". Pero es a
partir de Abraham cuando la bendición divina penetra en la historia humana, que
se encaminaba hacia la muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por
la fe del "padre de los creyentes" que acoge la bendición se inaugura
la historia de la salvación.
1081 Las bendiciones divinas se
manifiestan en acontecimientos maravillosos y salvadores: el nacimiento de
Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Éxodo), el don de la Tierra prometida, la
elección de David, la presencia de Dios en el templo, el exilio purificador y el
retorno de un "pequeño resto". La Ley, los Profetas y los Salmos que
tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan a la vez estas bendiciones
divinas y responden a ellas con las bendiciones de alabanza y de acción de
gracias.
1082 En la liturgia de la Iglesia, la
bendición divina es plenamente revelada y comunicada: el Padre es reconocido y
adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones de la creación y de la
salvación; en su Verbo, encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma
de sus bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el don que contiene
todos los dones: el Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en
cuanto respuesta de fe y de amor a las "bendiciones espirituales" con
que el Padre nos enriquece, la liturgia cristiana tiene una doble dimensión.
Por una parte, la Iglesia, unida a su Señor y "bajo la acción el Espíritu
Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por su don
inefable" (2 Co 9,15) mediante la adoración, la alabanza y la
acción de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios,
la Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios
dones" y de implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre
ella misma, sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la
comunión en la muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder
del Espíritu estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza
de la gloria de su gracia" (Ef 1,6).
Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la derecha del
Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia,
Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por Él para
comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y
acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la
gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del
Espíritu Santo.
1085 En la liturgia de la Iglesia,
Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida
terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el
misterio pascual. Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1),
vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es
sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre
"una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27;
9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero
absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y
luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por
el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte
destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por
los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y
en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y
de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
...desde la Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón, como Cristo
fue enviado por el Padre, Él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del
Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura,
anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado
del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino
también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el
sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida
litúrgica" (SC 6).
1087 Así, Cristo resucitado, dando el
Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn 20,21-
23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo
Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión
apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es
sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.
...está presente en la liturgia terrena...
1088 "Para llevar a cabo una obra
tan grande" —la dispensación o comunicación de su obra de salvación—
«Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos
litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona
del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el
mismo que entonces se ofreció en la cruz", sino también, sobre todo, bajo
las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de
modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su
Palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos,
el mismo que prometió: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)» (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan
grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados,
Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a
su Señor y por Él rinde culto al Padre Eterno" (SC 7).
...la cual participa en la liturgia celestial
1090 "En la liturgia terrena
pregustamos y participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la
ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde
Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario y del
tabernáculo verdadero; cantamos un himno de gloria al Señor con todo el
ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos participar
con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo,
hasta que se manifieste Él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos con Él en
la gloria" (SC 8;
cf. LG 50).
1091 En la liturgia, el Espíritu Santo es el
pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de las "obras maestras
de Dios" que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra
del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo
resucitado. Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él ha
suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación. Por ella, la liturgia
viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia.
1092 En esta dispensación sacramental
del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que en los
otros tiempos de la economía de la salvación: prepara la Iglesia para el
encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea;
hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador;
finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de
Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El Espíritu Santo realiza en la
economía sacramental las figuras de la Antigua Alianza. Puesto que
la Iglesia de Cristo estaba "preparada maravillosamente en la historia del
pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (LG 2),
la liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable,
haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza:
– principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
– la oración de los Salmos;
– y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las
realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de
Cristo (la Promesa y la Alianza; el Éxodo y la Pascua; el Reino y el Templo; el
Exilio y el Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos
Testamentos (cf DV 14-16)
se articula la catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13- 49),
y luego la de los Apóstoles y de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone
de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el
misterio de Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque revela
la novedad de Cristo a partir de "figuras" (tipos) que lo anunciaban
en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta
relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son
explicadas (cf 2 Co 3, 14-16). Así, el diluvio y el arca de
Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo (cf 1 P 3, 21),
y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de
los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co 10,1-6); el maná del
desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan del Cielo" (Jn 6,32).
1095 Por eso la Iglesia, especialmente
durante los tiempos de Adviento, Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua,
relee y revive todos estos acontecimientos de la historia de la salvación en el
"hoy" de su Liturgia. Pero esto exige también que la catequesis ayude
a los fieles a abrirse a esta inteligencia "espiritual" de la
economía de la salvación, tal como la liturgia de la Iglesia la manifiesta y
nos la hace vivir.
1096 Liturgia judía y liturgia
cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y la vida religiosa del pueblo
judío tal como son profesadas y vividas aún hoy, puede ayudar a comprender
mejor ciertos aspectos de la liturgia cristiana. Para los judíos y para los
cristianos la Sagrada Escritura es una parte esencial de sus respectivas
liturgias: para la proclamación de la Palabra de Dios, la respuesta a esta
Palabra, la adoración de alabanza y de intercesión por los vivos y los
difuntos, el recurso a la misericordia divina. La liturgia de la Palabra, en su
estructura propia, tiene su origen en la oración judía. La oración de las
Horas, y otros textos y formularios litúrgicos tienen sus paralelos también en
ella, igual que las mismas fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por
ejemplo, el Padre Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran también en
modelos de la tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia
cristiana, pero también la diferencia de sus contenidos, son particularmente
visibles en las grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los
cristianos y los judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada
hacia el porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la
resurrección de Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la
consumación definitiva.
1097 En la liturgia de la Nueva
Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la
Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La
asamblea litúrgica recibe su unidad de la "comunión del Espíritu
Santo" que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta
reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.
1098 La asamblea debe prepararse para
encontrar a su Señor, debe ser "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1,
17). Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de
la asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo
tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad
del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias
ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de vida nueva que está llamada
a producir.
El Espíritu Santo recuerda el misterio de Cristo
1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan
en la manifestación de Cristo y de su obra de salvación en la liturgia.
Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la
liturgia es Memorial del Misterio de la salvación. El Espíritu
Santo es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14,26).
1100 La Palabra de Dios. El
Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del
acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada
para ser recibida y vivida:
«La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia
es máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se explican en la
homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos
están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben su
significado las acciones y los signos» (SC 24).
1101 El Espíritu Santo es quien da a
los lectores y a los oyentes, según las disposiciones de sus corazones, la
inteligencia espiritual de la Palabra de Dios. A través de las palabras, las
acciones y los símbolos que constituyen la trama de una celebración, el
Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo,
Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer pasar a su vida el
sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración.
1102 "La fe se suscita en el
corazón de los no creyentes y se alimenta en el corazón de los creyentes con la
palabra [...] de la salvación. Con la fe empieza y se desarrolla la comunidad
de los creyentes" (PO 4).
El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una enseñanza: exige la respuesta
de fe, como consentimiento y compromiso, con miras a la Alianza entre Dios
y su pueblo. Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la
fortalece y la hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo
comunión en la fe.
1103 La Anámnesis. La
celebración litúrgica se refiere siempre a las intervenciones salvíficas de
Dios en la historia. "El plan de la revelación se realiza por obras y
palabras intrínsecamente ligadas; [...] las palabras proclaman las obras y
explican su misterio" (DV 2).
En la liturgia de la Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la
asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Según la naturaleza de las
acciones litúrgicas y las tradiciones rituales de las Iglesias, la celebración
"hace memoria" de las maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos
desarrollada. El Espíritu Santo, que despierta así la memoria de la Iglesia,
suscita entonces la acción de gracias y la alabanza (Doxología).
El Espíritu Santo actualiza el misterio de Cristo
1104 La liturgia cristiana no sólo
recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace
presentes. El misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las
celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión
del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio.
1105 La Epíclesis ("invocación
sobre") es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre
que envíe el Espíritu santificador para que las ofrendas se conviertan en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los fieles, al recibirlos, se
conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto con la Anámnesis, la
Epíclesis es el centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente
de la Eucaristía:
«Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino
[...] en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza
aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento [...] Que te baste oír
que es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la
Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo,
asumió la carne humana» (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 86 [De
fide orthodoxa, 4, 13]).
1107 El poder transformador del
Espíritu Santo en la liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del
misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente
anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que
escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen,
y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia
(cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
La comunión en el Espíritu Santo
1108 La finalidad de la misión del
Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para
formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es como la savia de la viña del Padre que
da su fruto en los sarmientos (cf Jn 15,1-17; Ga 5,22).
En la liturgia se realiza la cooperación más íntima entre el Espíritu Santo y
la Iglesia. El Espíritu de comunión permanece indefectiblemente en la Iglesia,
y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a
los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la liturgia es
inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna (cf 1
Jn 1,3-7).
1109 La Epíclesis es también oración
por el pleno efecto de la comunión de la asamblea con el Misterio de Cristo.
"La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la
comunión del Espíritu Santo" (2 Co 13,13) deben permanecer
siempre con nosotros y dar frutos más allá de la celebración eucarística. La
Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el Espíritu Santo para que haga de
la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación
espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y la
participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad.
2845 No hay límite ni medida en este
perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17,
3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados” según Lc 11, 4, o
de “deudas” según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre
deudores: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor” (Rm 13,
8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad
en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y
sobre todo en la Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
«Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide
del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser
pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra
paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de
todo el pueblo fiel» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).
CEC 2655,
2664-2672: la Trinidad y la oración
La Liturgia de la Iglesia
2655 La misión de Cristo y del Espíritu
Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia, actualiza y
comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que ora. Los
Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración
interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma. Incluso cuando
la oración se vive “en lo secreto” (Mt 6, 6), siempre es oración de
la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf Institución
general de la Liturgia e las Horas, 9).
La oración al Padre
2664 No hay otro camino de oración
cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra
oración no tiene acceso al Padre más que si oramos “en el Nombre” de Jesús. La
santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos
enseña a orar a Dios nuestro Padre.
La oración a Jesús
2665 La oración de la Iglesia,
alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos
enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en
todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo.
Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo
Testamento ponen en nuestros labios y graban en nuestros corazones las
invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor,
Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida
nuestra, nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los
hombres...
2666 Pero el Nombre que todo lo
contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: JESÚS. El
nombre divino es inefable para los labios humanos (cf Ex 3, 14;
33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega
y nosotros podemos invocarlo: “Jesús”, “YHVH salva” (cf Mt 1,
21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de
la creación y de la salvación. Decir “Jesús” es invocarlo desde nuestro propio
corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús
es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que
le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2,
21; 3, 15-16; Ga 2, 20).
2667 Esta invocación de fe bien
sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la oración bajo formas
diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida
por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación:
“Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros, pecadores” Conjuga el
himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición del
publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10,
46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y
con la misericordia de su Salvador.
2668 La invocación del santo Nombre de
Jesús es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia
por un corazón humildemente atento, no se dispersa en “palabrerías” (Mt 6,
7), sino que “conserva la Palabra y fructifica con perseverancia” (cf Lc 8,
15). Es posible “en todo tiempo” porque no es una ocupación al lado de otra,
sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción
en Cristo Jesús.
2669 La oración de la Iglesia venera y
honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora
al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó
traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía
Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al
Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos
redimió.
“Ven, Espíritu Santo”
2670 «Nadie puede decir: “¡Jesús es
Señor!” sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). Cada vez
que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su
gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Puesto que Él nos enseña
a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por
eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo,
especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.
«Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el
Bautismo? Y si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular?»
(San Gregorio Nacianceno, Oratio [teológica 5], 28).
2671 La forma tradicional para pedir el
Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé
el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste en esta
petición en su nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de
Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la oración más
sencilla y la más directa es también la más tradicional: “Ven, Espíritu Santo”,
y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:
«Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en
ellos el fuego de tu amor» (Solemnidad de Pentecostés, Antífona del
«Magnificat» in I Vísperas: Liturgia de las Horas; cf. Solemnidad
de Pentecostés, misa del día, Secuencia: Leccionario, V, 1).
«Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás
presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la
vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno!» (Oficio
Bizantino de las Horas, Oficio Vespertino del día de Pentecostés, capítulo
4: «Pentekostárion»).
2672 El Espíritu Santo, cuya unción
impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana. Es
el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente hay tantos caminos
en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que actúa en todos y
con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración cristiana es oración
en la Iglesia.
CEC 2205: la
familia, imagen de la Trinidad
2205 La familia
cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del
Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es
reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el
sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios
fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y
misionera.
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