SAN JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 5 de noviembre de 1989
Domingo 5 de noviembre de 1989
32 -Corazón de Jesús esperanza de los que en Tí mueren
Amadísimos hermanos
y hermanas:
1. La reciente
conmemoración de todos los fieles difuntos nos invita hoy a contemplar, bajo
una luz de fe y de esperanza, la muerte del cristiano, para la que las Letanías
del Sagrado Corazón ―objeto de nuestras reflexiones en anteriores encuentros
dominicales― nos ponen en los labios la invocación: "Corazón de Jesús,
esperanza de los que en ti mueren, ten piedad de nosotros".
La muerte forma
parte de la condición humana; es el momento terminal de la fase histórica de la
vida. En la concepción cristiana, la muerte es un paso: de la luz creada a la
luz increada, de la vida temporal a la vida eterna.
Ahora bien, si el
Corazón de Cristo es la fuente de la que el cristiano recibe luz y energía para
vivir como hijo de Dios, ¿a qué otra fuente se dirigirá para sacar la fuerza
necesaria para morir de modo coherente con su fe? Como "vive en
Cristo", así no puede menos de "morir en Cristo".
La invocación de las
letanías recoge la experiencia cristiana ante el acontecimiento de la muerte:
el Corazón de Cristo, su amor y su misericordia, son esperanza y seguridad para
quien muere en Él.
2. Pero conviene que
nos detengamos un momento a preguntarnos: ¿Qué significa "morir en
Cristo"? Significa ante todo, amadísimos hermanos y hermanas, leer el
evento desgarrador y misterioso de la muerte a la luz de la enseñanza del Hijo
de Dios y verlo, por ello, como el momento de la partida hacia la casa del
Padre, donde Jesús, pasando también Él a través de la muerte, ha ido a
prepararnos un lugar (cf. Jn 14, 2); es decir significa creer que, a
pesar de la destrucción de nuestro cuerpo, la muerte es premisa de vida y de
fruto abundante (cf. Jn 12, 24).
"Morir en
Cristo" significa, además, confiar en Cristo y abandonarse totalmente
a Él, poniendo en sus manos ―de hermano, de amigo, de buen Pastor― el propio
destino, así como Él, muriendo, puso su espíritu en las manos del Padre
(cf. Lc 23, 46). Significa cerrar los ojos a la luz de este mundo en
la paz, en la amistad, en la comunión con Jesús, porque nada, "ni la
muerte ni la vida... podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús Señor nuestro" (Rm 8, 38-39). En aquella hora suprema, el
cristiano sabe que, aunque el corazón le reproche algunas culpas, el Corazón de
Cristo es más grande que el suyo y puede borrar toda su deuda si él está
arrepentido (cf. 1 Jn 3, 20).
3. "Morir en
Cristo" significa también, queridos hermanos y hermanas, fortificarse para
aquel momento decisivo con los "signos santos" del "paso pascual":
el sacramento de la Penitencia, que nos reconcilia con el Padre y con todas las
creaturas; el santo Viático, Pan de vida y medicina de inmortalidad; y la
Unción de los enfermos, que da vigor al cuerpo y al espíritu para el combate
supremo.
"Morir en Cristo"
significa, finalmente, "morir como Cristo" orando y
perdonando; teniendo junto a sí a la bienaventurada Virgen. Como madre,
Ella estuvo junto a la cruz de su Hijo (cf. Jn 19, 25); como madre
está al lado de sus hijos moribundos, Ella que, con el sacrificio de su
corazón, cooperó a engendrarlos a la vida de la gracia (cf. Lumen gentium,
53); está al lado de ellos, presencia compasiva y materna, para que del
sufrimiento de la muerte nazcan a la vida de la gloria.
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