Solemnidad del Sagrado Corazón de
Jesús
CEC 210-211, 604:
la misericordia y la piedad de Dios
CEC 430, 478, 545,
589, 1365, 1439, 1825, 1846: el amor de Cristo hacia el prójimo
CEC 2669: el
Corazón de Cristo merece ser adorado
CEC 766, 1225: la
Iglesia nace del costado abierto de Cristo
CEC 1432, 2100: el
amor de Cristo conmueve nuestros corazones
CEC 210-211, 604:
la misericordia y la piedad de Dios
"Dios
misericordioso y clemente"
210 Tras
el pecado de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de oro
(cf. Ex 32), Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta
marchar en medio de un pueblo infiel, manifestando así su amor (cf. Ex 33,12-17).
A Moisés, que pide ver su gloria, Dios le responde: "Yo haré pasar ante tu
vista toda mi bondad (belleza) y pronunciaré delante de ti el nombre de
YHWH" (Ex 33,18-19). Y el Señor pasa delante de Moisés, y
proclama: "Señor, Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera
y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,5-6). Moisés confiesa
entonces que el Señor es un Dios que perdona (cf. Ex 34,9).
211 El
Nombre divino "Yo soy" o "Él es" expresa la fidelidad de
Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que
merece, "mantiene su amor por mil generaciones" (Ex 34,7).
Dios revela que es "rico en misericordia" (Ef 2,4)
llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del
pecado, revelará que Él mismo lleva el Nombre divino: "Cuando hayáis
levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy" (Jn 8,28)
Dios
tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al
entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre
nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por
nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado
a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19).
"La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía
pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
CEC 430, 478, 545,
589, 1365, 1439, 1825, 1846: el amor de Cristo hacia el prójimo
430 Jesús quiere decir en hebreo: "Dios
salva". En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como
nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión
(cf. Lc 1, 31). Ya que "¿quién puede perdonar pecados,
sino sólo Dios?"(Mc 2, 7), es Él quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho
hombre "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). En Jesús, Dios recapitula así toda
la historia de la salvación en favor de los hombres.
El
Corazón del Verbo encarnado
478 Jesús,
durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada
uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de
Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha
amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de
Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19,
34), "es considerado como el principal indicador y símbolo [...] de aquel
amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los
hombres" (Pío XII, Enc. Haurietis aquas:
DS, 3924; cf. ID. enc. Mystici
Corporis: ibíd., 3812).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete
del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la
cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos
la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el
cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el
sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
589 Jesús escandalizó sobre todo porque identificó
su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con
respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo
la mesa con los pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15, 22-32). Pero es especialmente al
perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un
dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede
perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema
porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su
persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6-26).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un
sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en
las palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será
entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi
sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo
que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por
muchos [...] para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito
maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo",
cuyo centro es "el padre misericordioso" (Lc 15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el
abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra
tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a
apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que
comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y
la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la
acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos
propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de
fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la
vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia.
Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre,
pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de
simplicidad y de belleza.
1825 Cristo murió por amor a
nosotros cuando éramos todavía “enemigos” (Rm 5, 10). El Señor nos
pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos (cf Mt 5,
44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10,
27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37) y a los pobres
como a Él mismo (cf Mt 25, 40.45).
El apóstol san Pablo
ofrece una descripción incomparable de la caridad: «La caridad es paciente, es
servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es
decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se
alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree.
Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Co 13, 4-7).
1846 El
Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los
pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,
21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús
dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para
remisión de los pecados” (Mt 26, 28).
CEC 2669: el
Corazón de Cristo merece ser adorado
2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su
Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los
hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica
el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el
Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su
santa Cruz nos redimió.
CEC 766, 1225: la
Iglesia nace del costado abierto de Cristo
766 Pero la Iglesia ha nacido principalmente del
don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución de la
Eucaristía y realizado en la cruz. "El agua y la sangre que brotan del
costado abierto de Jesús crucificado son signo de este comienzo y
crecimiento" (LG 3)
."Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento
admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Del mismo
modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació
del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz (cf. San Ambrosio, Expositio evangelii secundum
Lucam, 2, 85-89).
1225 En su Pascua, Cristo abrió a
todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su
pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que
debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La
sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado
(cf. Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía,
sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces,
es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de
Dios (Jn 3,5).
«Considera dónde eres
bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de
Cristo. Ahí está todo el misterio: Él padeció por ti. En él eres rescatado, en
él eres salvado. (San Ambrosio, De sacramentis 2, 2, 6).
CEC 1432, 2100: el
amor de Cristo conmueve nuestros corazones
1432 El corazón del hombre es torpe
y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27).
La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a
Él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lm 5,21).
Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza
del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del
pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él.
El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron
(cf Jn 19,37; Za 12,10).
«Tengamos los ojos
fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre,
porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el
mundo entero la gracia del arrepentimiento» (San Clemente Romano, Epistula
ad Corinthios 7, 4).
2100 El sacrificio exterior, para ser auténtico,
debe ser expresión del sacrificio espiritual. “Mi sacrificio es un espíritu
contrito...” (Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron
con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior (cf Am 5, 21-25) o sin relación con el amor al
prójimo (cf Is 1, 10-20). Jesús recuerda las palabras del profeta
Oseas: “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9, 13; 12, 7; cf Os 6, 6). El único sacrificio perfecto es el que ofreció
Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación
(cf Hb 9, 13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de
nuestra vida un sacrificio para Dios.
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