Al alba del 13 de enero de
1905, un violento terremoto devasta la región de Marsica, en el centro de
Italia, mientras la nieve cubre los alrededores. Las víctimas se cuentan por
centenares. Una mañana, después de una larga noche de insomnio, un adolescente
de quince años, Secondo Tranquilli, con su hermano, únicos supervivientes de su
familia, ve cómo un sacerdote menudo en estado lamentable, con barba de diez
días, transita en medio de las ruinas, rodeado de una banda de niños que han
perdido a sus familias. En ese momento, llegan unos automóviles : es el rey,
que viene a visitar los lugares siniestrados. Nada más alejarse el rey, el
sacerdote hace subir a los niños que ha recogido en uno de los autos. Los
agentes se oponen. El rey se percata del conflicto y acepta que los niños sean
conducidos de ese modo hasta Roma para ser atendidos. Sorprendido y admirado,
Secondo pregunta quién es ese sacerdote. « Un tal don Orione, un sacerdote más
bien extraño » —le responde una mujer de edad.
Unas buenas piernas
El sacerdote de esa
anécdota maravillosa había nacido en el seno de una humilde y pobre familia
piamontesa de Pontecurone, en la diócesis de Tortona (noroeste de Italia) ; el
padre, Víctor Orione, que no es nada religioso, es empedrador de calles, y la
madre, Carolina, se encarga de la casa con cierta rudeza, pero también con una
fe profunda. Nacido en 1872, Luigi (Luis), al igual que sus tres hermanos
mayores, recibe de la madre una educación rigurosa. Les inculcan especialmente
dos principios : « Dios está aquí » y « Dios os ve ». Luis, que recibe de sus
camaradas el sobrenombre de « gato salvaje », tiene un temperamento ardiente.
Dirá de su madre más tarde : « ¡ Ella me enderezó ! ». Pero ella le enseña
igualmente el amor hacia la pobreza y los pobres. Un día, al regresar empapado
a casa sin el paraguas que le habían entregado, se explica así : « Se lo he
dado a un viejo sin hogar ; en cambio, yo tenía buenas piernas para correr ».
Un sacerdote, capellán del hospital y que ejercerá sobre él una profunda influencia,
lo lleva de buena gana consigo cuando va a visitar a los enfermos. Muy pronto
germina en el turbulento Luis el deseo de hacerse sacerdote. Sin embargo, su
padre no tarda en sacarlo de la escuela para que trabaje junto a él en las
calles de las regiones de Tortonese y Monferrat. Desde los diez a los trece
años, el niño aprende el rudo oficio de empedrador, experimentando el mundo
real a través de la fatiga y de la disciplina impuesta por el trabajo manual.
Durante toda su vida, don Orione se sentirá próximo a los más humildes y a los
obreros, cuya tarea conoce por experiencia.
Tras conocer a un padre
capuchino, Luis pide permiso para seguirlo, ingresando en los capuchinos de
Voghera el 14 de septiembre de 1885. Pero padece una grave neumonía antes del final
del curso académico, de tal modo que el médico estima que pronto morirá. Sin
embargo, el enfermo recupera poco a poco la salud, pero sus superiores
capuchinos la consideran insuficiente para que pueda llevar su pauta de vida.
En octubre de 1886, gracias a un sacerdote amigo, ingresa en el Valdocco de
Turín, en los Salesianos. Allí, se une con profundo afecto sobrenatural a su
fundador, don Bosco, que se convierte en su confesor. En Turín, Luis descubre
también la obra de san Benito José Cottolengo (1786-1842) : la Piccola casa
della divina Provvidenza. Ese inmenso hogar de alivio de todas las miserias
(actualmente uno de los hospitales más grandes del mundo), modestamente llamado
Pequeña casa de la divina Providencia, será para Luis una fuente de inspiración.
Pero la marcha de don Bosco al cielo en 1888, lo sume en una profunda pena y en
una gran perplejidad : ¿ debe quedarse en los Salesianos o hacerse sacerdote
diocesano ? Pide ingenuamente al Señor tres señales para saber si debe ingresar
en el seminario : la primera, que le acepten sin haber presentado la
solicitud ; la segunda, tener una sotana que le siente perfectamente sin que le
hayan tomado medidas ; la tercera, poder ver cómo su padre, alejado de toda
práctica religiosa, regresa a Dios. Las tres peticiones se cumplen
providencialmente, por lo que, el 16 de octubre de 1889, Luis entra en el
seminario de Tortona. Toma conciencia entonces de la agitación social y
religiosa de su época, y escribe : « Hay una necesidad y un remedio supremo
para curar las heridas de este pobre país, tan hermoso y tan desdichado :
conquistar el corazón y el afecto del pueblo e iluminar a los jóvenes »
explicándoles el dogma de la Redención, y uniéndolos al Papa. Se compromete en
las obras de caridad con la Sociedad de Mutuo Socorro San Marciano y la
Conferencia de San Vicente de Paúl.
En su encíclica Centesimus
annus, el Papa san Juan Pablo II exhortaba a los cristianos a
evangelizar su entorno y a poner remedio a los males de la sociedad mediante la
aplicación de la doctrina social de la Iglesia : « La nueva evangelización, de
la que el mundo moderno tiene urgente necesidad y sobre la cual he insistido en
más de una ocasión, debe incluir entre sus elementos esenciales el
anuncio de la doctrina social de la Iglesia, que sigue siendo idónea para
indicar el recto camino a la hora de dar respuesta a los grandes desafíos de la
edad contemporánea, mientras crece el descrédito de las ideologías.
Hay que repetir que no existe verdadera solución para la cuestión social
fuera del Evangelio y que, por otra parte, las cosas nuevas pueden hallar
en él su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral » (1 de mayo
de 1991, núm. 5).
Expulsado
En 1892, el padre de Luis muere
piadosamente, por lo que, al verse privado de recursos, no puede pagarse el
seminario. Sus superiores le consiguen entonces el cargo de guardián de la catedral,
que le procurará 22 liras al mes, suma suficiente para continuar los estudios.
Una mañana, el joven párroco se encuentra a un muchacho que llora porque, tras
haber alborotado en el catecismo, ha recibido una bofetada y ha sido expulsado.
Luis lo toma misericordiosamente en su cuarto y reemprende la lección
interrumpida. Al día siguiente, de buena mañana, el niño regresa con algunos
compañeros. Luis les enseña el catecismo y pone a su disposición la habitación
donde vive, con los libros necesarios. Poco a poco, el número de sus alumnos
aumenta, alcanzando pronto la cincuentena. Pero los canónigos de la catedral,
incomodados por esa pandilla ruidosa, deciden reducir el salario del guardián
de veintidós a doce libras al mes. Luis promete no reunir más a los niños en su
cuarto, y consigue así el restablecimiento de su salario ; en adelante, los
reunirá en una plazoleta donde podrán jugar, rezar y estudiar. Al ver que los
muchachos ya no deambulan por allí, el obispo se informa del motivo del cambio.
Llama entonces a Luis y le ofrece, para los niños, su propio jardín. Es así
como nace, el 3 de julio de 1892, el Oratorio de San Luis.
Algunos de esos jóvenes desean
convertirse en sacerdotes, pero no pueden pagarse el seminario ; don Luis
obtiene de su obispo la autorización para fundar un colegio para ellos. Un día
dirá : « Las vocaciones de niños pobres al sacerdocio son, después del amor al
Papa y a la Iglesia, mi ideal más preciado, el amor sagrado de mi vida ». Así
pues, se pone a buscar un local ; en su camino se cruza un alumno de los
Salesianos que le pregunta : « Don Luis, ¿ dónde va con tanta prisa ? —¡ Corro
a abrir un colegio ! —Pues entonces me inscribo —responde el alumno con
entusiasmo. Pero, ¿ dónde puedo inscribirme ? —Justamente estoy buscando un
local ». El padre del muchacho dispone precisamente de una casa que intenta
alquilar por 400 liras. Luis experimenta un momento de espanto, pues no dispone
de esa suma, pero, confiando en la Providencia, cierra el trato. En la calle,
una señora mayor a la que conoce lo interpela : « Don Orione, ¡ qué agradable
sorpresa ! ¿ Qué hace por aquí ? —Quiero abrir un colegio… —Pues entonces le
ruego que tome a mi sobrino. ¿ Cuánto pide por su escolaridad ? —¡ Oh !, muy
poco, lo que quiera… —Si le doy 400 liras, ¿ cuánto tiempo lo tendrá ?
—¡ Durante todos sus estudios ! —responde con humor pero no sin emoción. La
señora le entrega enseguida esa cantidad. Poco después, Luis es convocado por
el obispo : « Retiro mi bendición —le dice el prelado— ; no quiero oír hablar
más de tu colegio ». Aterrado, Luis responde respetuosamente : « Monseñor, lo
siento mucho, pues todo había salido tan bien… ». Y explica con gran sencillez
lo que acaba de suceder. Estupefacto a su vez, el obispo reconsidera su
decisión : « ¡ Vamos, ponte de rodillas, te devuelvo mi bendición ! ». De ese
modo, el 16 de octubre de 1893, don Luis, todavía seminarista, abre un colegio
que servirá de seminario menor para las vocaciones de niños pobres, en el
barrio de San Bernardino. Son muchas las calumnias que se profieren contra él,
pero su obispo lo apoya y le concede permiso para predicar en favor de su obra
en todas las iglesias de la diócesis.
El pan, la paz y el paraíso
El 13 de abril de 1895, Luis es
ordenado sacerdote. Celebra su primera Misa rodeado de sus jóvenes y, por
especial privilegio del obispo, impone el hábito clerical a seis alumnos de su
colegio, primicia de los cimientos de su congregación : la Pequeña Obra de la
Divina Providencia. Durante su primera Misa, ha pedido al Señor tres gracias
para quienes se acerquen a él y a su obra : « El pan, la paz y el paraíso ».
Luis siente en él la sed redentora de Jesús por las almas. Conoce el riesgo por
la condenación eterna que corren sus contemporáneos, y repetirá a sus
religiosos : « Salvar siempre, salvar a todos, salvar aun a riesgo de todo
sacrificio, con pasión redentora y con holocausto redentor ». Dirige al Señor
esta oración : « Venid, ¡ oh Señor Jesús ! Resucitad en todos los corazones, en
todas las familias. Escuchad el grito angustioso de las multitudes que se alza
hacia vos, ¡ oh, Señor ! Os pertenecen, son vuestra conquista, ¡ oh, Jesús, mi
Dios y mi Amor ! ».
Muy pronto, don Orione es
llamado a abrir nuevas casas en Italia y en Sicilia. Con el paso del tiempo, el
campo de actividades de su Pequeña Obra se amplía cada vez más. Al principio se
trataba de acoger a niños abandonados, de fundar colegios para los jóvenes sin
recursos, pero rápidamente se añaden institutos para los huérfanos, los
abandonados, los artesanos, casas de curas y hospicios, « poblados de
caridad », « obras postescolares », leproserías, el servicio de las parroquias
y de los santuarios, el apostolado misionero… La apertura en su congregación de
casas de formación se hace urgente. El 21 de marzo de 1903, el obispo de
Tortona concede un reconocimiento canónico a los religiosos de la Pequeña Obra,
denominados Hijos de la Divina Providencia. Estos tienen como misión « conducir
a los pequeños, a los pobres y al pueblo hacia la Iglesia y el Papa, mediante
las obras de caridad ». Emiten un cuarto voto de « fidelidad al Papa ». Además,
en las primeras constituciones de 1904, se indica que uno de los objetivos de
la comunidad es trabajar para obtener la unión de las Iglesias separadas. A la
manera de una « planta única formada por diversas ramas », se añaden a los
sacerdotes Hermanos Cooperadores ; más tarde, con el paso de los años, los
Hermanos Ermitaños, algunos de los cuales son ciegos, las Hermanitas Misioneras
de la Caridad, así como las Sacramentinas, religiosas ciegas consagradas a la
adoración perpetua del Santísimo y a la oración, sobre las cuales se injertarán
a continuación las Contemplativas de Jesús Crucificado. Para los laicos, don
Luis organiza las asociaciones de Damas de la Divina Providencia, de los
Antiguos Alumnos y de los Amigos. De ese modo adquieren forma el Instituto
Secular Don Orione y el Movimiento Laico Don Orione.
Simpatía por los obreros
Luis Orione está en lo posible a
disposición de todos aquellos que quieren unirse a él. Su memoria
excepcional le permite no olvidar a nadie. Es optimista y tiene buen humor, y
le gusta también la música y la poesía de Dante y Manzoni, los dos grandes
escritores católicos de Italia. Lee con asiduidad las vidas de los santos, y
quiere que, en todas las casas, la Biblia, la Suma de
Santo Tomás de Aquino y la Imitación de Jesucristo ocupen un
lugar de privilegio. Animado de una gran pasión por la Iglesia y por la
salvación de las almas, se interesa activamente por los problemas de su tiempo,
como la libertad de la Iglesia, la soberanía temporal de los Papas, el
socialismo y la evangelización de las masas obreras. Mediante su bondad, pone
todo su empeño en reconducir al camino de la verdad a los sacerdotes
influenciados por los errores de la época. La infancia laboriosa de Luis le ha
hecho simpatizar con los obreros, quienes, a principios del siglo xx, se alejan
de la Iglesia para adherirse a las ideologías socialistas. El trabajo de
empedrador imprimió en su alma un agudo sentido de la justicia que se rebela
contra la explotación de los trabajadores.
Don Orione posee el talento de
conjugar, con sabia clarividencia, el servicio al prójimo con la promoción de
la persona humana. Después de la Primera Guerra Mundial, multiplica la
fundación de escuelas, colegios, colonias agrícolas, obras de caridad y obras
asistenciales. Luis organiza sobre todo Pequeños Cottolengos, especialmente en
Génova y Milán. Dichas instituciones, destinadas a los más desvalidos y a las
personas abandonadas, se construyen en la periferia de las grandes ciudades. Al
igual que otros tantos « nuevos púlpitos » desde los cuales se habla de Cristo
y de la Iglesia, son como « faros de la fe y de la civilización ». « A quien
entra en nuestra casa —dice— no se le preguntará por su nombre, sino solamente
por su sufrimiento ». Ha tomado como divisa « ¡ Caritas Christi urget
nos ! » (¡ El amor de Cristo nos urge ! 2 Co 5, 14), que
comenta de este modo : « Deseo consumirme de amor por Dios y el prójimo, pero
sobre todo por los pobres y los abandonados. Deseo estar escondido en el
Corazón de Jesús crucificado, pero ir por los caminos y por las plazas con el
fuego de la caridad ».
La respuesta
En su mensaje con motivo de la
primera Jornada de los Pobres, el Papa Francisco escribe : « Hijos míos, no
amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras »
(1 Jn 3, 18). Estas palabras del apóstol Juan expresan un imperativo
que ningún cristiano puede ignorar… El amor no admite excusas : el que quiere
amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo ; especialmente cuando se
trata de amar a los pobres. Por otro lado, el modo de amar del Hijo de Dios lo
conocemos bien, y Juan lo recuerda con claridad. Se basa en dos pilares : Dios
nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 10, 19) ; y nos amó dando todo, incluso
su propia vida (cf. 1 Jn 3, 16). Un amor así no puede quedar sin
respuesta… Estamos llamados, por lo tanto, a tender la mano a los pobres, a
encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos, para hacerles sentir el
calor del amor que rompe el círculo de soledad. Su mano extendida hacia
nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a
reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma… La pobreza es una actitud
del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como
objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que
crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras
responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones,
confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así
entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes
materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y
desprendido » (19 de noviembre de 2017).
Centrado en el amor de Jesús
crucificado y resucitado, don Orione se entrega de una manera heroica con
motivo de catástrofes naturales como los terremotos que se producen con
frecuencia en el centro y sur de Italia, acudiendo en auxilio de las
poblaciones siniestradas de Reggio, Messina y Marsica. Se constituye en
protagonista decidido y eficaz de los primeros auxilios, así como de la
reconstrucción que sigue a esos seísmos clasificados entre los más desastrosos
que Italia haya conocido durante los años 1900. Pero su celo sacerdotal,
manifestado ya mediante el envío de sus religiosos a Brasil, se extiende a
continuación a Argentina y a Uruguay, a Palestina, a Polonia, a Rodas, a los
Estados Unidos, a Inglaterra y a Albania. Él mismo realiza, de 1921 a 1922 y de
1934 a 1937, dos viajes misioneros a América latina hasta Chile.
La obra de don Orione reposa en
una vida interior intensa. « Sin oración, no se hace nada de nada » —acostumbra
a decir. « Las obras de Dios se hacen con las manos juntas y de rodillas.
Incluso cuando se “corre”, hay que permanecer espiritualmente de rodillas ante
Él ». Los Papas de su tiempo lo aprecian personalmente y le confían numerosas
misiones. Se recurre a él para resolver problemas delicados, tanto en lo que
concierne a la sociedad civil como al propio interior de la Iglesia. Por
voluntad de san Pío X, es nombrado por tres años vicario general de la
diócesis de Messina. Como predicador reconocido o como confesor siempre
disponible, ejerce también su entusiasmo infatigable en la organización de
misiones, de peregrinaciones, de procesiones o de otras manifestaciones
piadosas populares, como son los belenes vivientes.
Nada sin ella
En calidad de discípulo de san
Juan Bosco, Luis vive en intimidad con la Virgen María, como un hijo con su
madre, no emprendiendo nada sin hacerla partícipe de ello en la oración. De
ella obtiene su entusiasmo para el bien del prójimo. « ¡ Oh, Santísima Virgen,
a vos llamo ! ¡ Os pertenezco, os amo ! Llevadme, ¡ oh, Virgen
Bienaventurada !, entre las multitudes, a las plazas y a las calles ; ayudadme
a acoger a los huérfanos y a los pobres. Salve, ¡ oh, Purísima, Inmaculada
Madre de Dios ! ¡ Salve, Madre de Misericordia ! ». Anima el culto de la Virgen
por todos los medios. Gracias al trabajo manual de sus seminaristas, levanta
los santuarios de Nuestra Señora de la Guardia en Tortona, y de Nuestra Señora
de Caravaggio en Fumo (norte de Italia). Pero a sus ojos, María debe inspirar
sobre todo, a él mismo y a sus colaboradores, el espíritu de entrega total al
prójimo, pidiéndole : « Dadnos, María, un alma grande, un corazón magnánimo que
junte todos los dolores y todas las lágrimas. Haced que seamos realmente lo que
queréis : los padres de los pobres. ¡ Que toda nuestra vida se consagre a dar a
Cristo al pueblo, y el pueblo a la Iglesia de Cristo ! »
El 8 de marzo de 1940, agotado
de fatiga por haberse prodigado sin tregua, se ve obligado por los médicos a
abandonar su querida ciudad de Tortona para ir a descansar a San Remo, a la
orilla del mar Mediterráneo : « ¡ No quiero vivir ni morir entre las palmeras
—protesta—, sino entre los pobres que son Jesucristo ! ». Pero no le hacen
caso, pues esperan una mejoría en su salud. Sin embargo, ha llegado la hora de
la eterna recompensa, y, el 12 de marzo de 1940, por la tarde, se apaga
apaciblemente murmurando estas palabras : « ¡ Me voy ! ¡ Jesús ! ¡ Jesús ! Voy
hacia ti ».
El adolescente que había visto a
don Luis recoger a aquellos niños en medio de los escombros del terremoto de
Marsica y que, después, lo conoció muy bien, afirmará : « Lo que más me impresionó
de él fue la tranquila ternura de su mirada. La claridad de sus ojos tenía la
bondad y la clarividencia que se hallan en algunas viejas campesinas que
sufrieron pacientemente toda suerte de tribulaciones y que, por ello mismo,
comprenden o adivinan las penas más secretas. En algunos momentos, tenía la
impresión de que veía en mí más claramente que yo mismo ; pero no era una
impresión desagradable ».
Con motivo de su primera
exhumación, en 1965, el cuerpo de don Orione se encontró incorrupto. La
beatificación de ese sacerdote por san Juan Pablo II, el 26 de octubre de
1980, ha provocado una afluencia de peregrinos que acuden a Tortona a
arrodillarse y a rezar al pie del relicario donde se depositó su cuerpo, en el
santuario de Nuestra Señora de la Guardia. Con motivo de su canonización, el 16
de mayo de 2004, el propio Papa afirmaba : « Su testimonio aún está vivo en la
actualidad. El mundo, dominado con demasiada frecuencia por la indiferencia y
la violencia, necesita a personas como él que llenen de amor los surcos de la
tierra atestados de egoísmo y de odio ». Actualmente, la Pequeña Obra de la
Divina Providencia está formada por más de 1000 religiosos, 950 religiosas y
alrededor de 200 personas consagradas en el Instituto Seglar Orionista. La
Familia Orionista se extiende por los cuatro continentes y en treinta y cuatro
naciones.
« Luis Orione —decía san Juan Pablo II— se dejó guiar solamente y
siempre por la lógica del amor… Tenía la entereza y el corazón del Apóstol
Pablo ». Pidamos a este santo que nos arrastre hasta su estela de amor
sobrenatural al prójimo y de celo por la salvación de las almas.
Dom
Antoine Marie osb
Publicado por la Abadía San José de Clairval en: www.clairval.com
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