domingo, 8 de febrero de 2015

La vida de Josefina Bakhita es un mensaje de bondad heroica - San Juan Pablo II


SANTA JOSEFINA BAKHITA
De las homilías de San Juan Pablo II
en su canonización y su beatificación (1-X-2000 y 17-V-1992)

«La ley del Señor es perfecta (…) e instruye al ignorante» (Sal 19,8). Estas palabras del Salmo responsorial de hoy resuenan con fuerza en la vida de la religiosa Josefina Bakhita. Secuestrada y vendida como esclava a la tierna edad de siete años, sufrió mucho en manos de amos crueles. Pero llegó a comprender la profunda verdad de que Dios, y no el hombre, es el verdadero Señor de todo ser humano, de toda vida humana. Esta experiencia se transformó en una fuente de gran sabiduría para esta humilde hija de África.

En el mundo actual un elevado número de mujeres siguen siendo víctimas, incluso en las sociedades modernas más desarrolladas. En santa Josefina Bakhita encontramos una abogada brillante de la auténtica emancipación. La historia de su vida no inspira una aceptación pasiva, sino más bien una firme decisión de trabajar efectivamente por librar a niñas y mujeres de la opresión y la violencia, y devolverles su dignidad en el ejercicio pleno de sus derechos.

En la Beata Josefina Bakhita encontramos también un testimonio eminente del amor paternal de Dios y un signo esplendoroso de la perenne actualidad de las Bienaventuranzas. Nacida en el Sudán, en 1869, raptada por negreros cuando aún era niña y vendida varias veces en los mercados africanos, conoció las atrocidades de una esclavitud que dejó en su cuerpo señales profundas de la crueldad humana. A pesar de estas experiencias de dolor, su inocencia permaneció íntegra, llena de esperanza. «Siendo esclava nunca me he desesperado -decía- porque en mi interior sentía una fuerza misteriosa que me sostenía». El nombre Bakhita -como la habían llamado sus secuestradores- significa Afortunada, y así fue efectivamente, gracias al Dios de todo consuelo, que la llevaba siempre como de la mano y caminaba junto a ella.

Llegada a Venecia por los caminos misteriosos de la divina Providencia, Bakhita se abrió muy pronto a la gracia. El bautismo y, después de algunos años, la profesión religiosa entre las hermanas Canosianas, que la habían acogido e instruido, fueron la consecuencia lógica del descubrimiento del tesoro evangélico, para lo cual sacrificó todo, incluso el regreso, ya siendo libre, a su tierra natal. Como Magdalena de Canosa, ella también quería vivir sólo para Dios, y con constancia heroica emprendió humilde y confiadamente el camino de la fidelidad al amor más grande. Su fe era firme, transparente, fervorosa. «Sabéis qué gran alegría es conocer a Dios», solía repetir.

La nueva Beata transcurrió 51 años de vida religiosa canosiana dejándose guiar por la obediencia en un compromiso cotidiano, humilde y escondido, pero rico de genuina caridad y de oración. Los habitantes de Schio, donde residió casi todo el tiempo, muy pronto descubrieron en su «madre morenita» -Madre Moretta la llamaban- una humanidad rica en el dar, una fuerza interior no común que arrastraba. Su vida se consumó en una incesante oración con intención misionera, en una fidelidad humilde y heroica por su caridad, que le consintió vivir la libertad de los hijos de Dios y promoverla a su alrededor.

En nuestro tiempo, en que el recurso desenfrenado al poder, al dinero y al placer causa tanta desconfianza, violencia y soledad, el Señor nos presenta a sor Bakhita como hermana universal, para que nos revele el secreto de la felicidad más auténtica: las Bienaventuranzas.

El suyo es un mensaje de bondad heroica a imagen de la bondad del Padre celestial. Ella nos ha dejado un testimonio de reconciliación y de perdón evangélico, que llevará ciertamente consuelo a los cristianos de su patria, Sudán, tan duramente probados por un conflicto que dura desde hace muchos años y que ha provocado tantas víctimas. Su fidelidad y su esperanza son motivo de orgullo y de acción de gracias para toda la Iglesia. En este momento de grandes tribulaciones, sor Bakhita les precede por el camino de la imitación de Cristo, de la intensificación de la vida cristiana y de la adhesión inquebrantable a la Iglesia.


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