AUDIENCIA
GENERAL
Miércoles 8 de agosto de 2012
Queridos
hermanos y hermanas:
La
Iglesia celebra hoy la memoria de santo Domingo de Guzmán, sacerdote y fundador
de la Orden de Predicadores, llamados dominicos. En una catequesis anterior ya
ilustré esta insigne figura y la contribución fundamental que aportó a la
renovación de la Iglesia de su tiempo. Hoy, quiero poner de relieve un aspecto
esencial de su espiritualidad: su vida de oración. Santo Domingo fue un hombre
de oración. Enamorado de Dios, no tuvo otra aspiración que la salvación de las
almas, especialmente de las que habían caído en las redes de las herejías de su
tiempo; imitador de Cristo, encarnó radicalmente los tres consejos evangélicos
uniendo a la proclamación de la Palabra el testimonio de una vida pobre; bajo
la guía del Espíritu Santo progresó en el camino de la perfección cristiana. En
todo momento la oración fue la fuerza que renovó e hizo cada vez más fecundas
sus obras apostólicas.
El
beato Jordán de Sajonia, fallecido en 1237, su sucesor en el gobierno de la
Orden, escribió: «Durante el día nadie se mostraba más sociable que él...
Viceversa, de noche, nadie era más asiduo que él en velar en oración. El día lo
dedicaba al prójimo, pero la noche la entregaba a Dios» (P. Filippini, Santo
Domingo visto por sus contemporáneos, Bolonia 1982, p. 133). En santo
Domingo podemos ver un ejemplo de integración armoniosa entre contemplación de
los misterios divinos y actividad apostólica. Según los testimonios de las
personas más cercanas a él, «hablaba siempre con Dios o de Dios». Esta
observación indica su comunión profunda con el Señor y, al mismo tiempo, el
compromiso constante de llevar a los demás a esta comunión con Dios. No dejó
escritos sobre la oración, pero la tradición dominicana recogió y transmitió su
experiencia viva en una obra titulada: Los nueve modos de orar de santo
Domingo. Este libro, compuesto entre 1260 y 1288 por un fraile dominico,
nos ayuda a comprender algo de la vida interior del Santo y nos ayuda también a
nosotros, con todas las diferencias, a aprender algo sobre cómo rezar.
Son,
por tanto, nueve los modos de orar según santo Domingo, y cada uno de estos,
que realizaba siempre ante Jesús crucificado, expresa una actitud corporal y
una espiritual que, íntimamente compenetradas, favorecen el recogimiento y el
fervor. Los primeros siete modos siguen una línea ascendente, como pasos de un
camino, hacia la comunión con Dios, con la Trinidad: santo Domingo reza de pie
inclinado para expresar humildad, postrado en tierra para pedir perdón por los
propios pecados, de rodillas haciendo penitencia para participar en los
sufrimientos del Señor, con los brazos abiertos mirando fijamente al
Crucificado para contemplar al Sumo Amor, con la mirada hacia el cielo
sintiéndose atraído al mundo de Dios. Por lo tanto, son tres modos: de pie, de
rodillas y postrado en tierra; pero siempre con la mirada dirigida al Señor
crucificado. Los dos últimos modos, sobre los que quiero reflexionar
brevemente, corresponden, en cambio, a dos prácticas de piedad vividas
habitualmente por el Santo. Ante todo, la meditación personal, donde la oración
adquiere una dimensión aún más íntima, fervorosa y tranquilizadora. Al final
del rezo de la Liturgia de las Horas, y después de la celebración de la misa,
santo Domingo prolongaba el coloquio con Dios, sin ponerse límites de tiempo.
Sentado tranquilamente, se recogía en sí mismo en actitud de escucha, leyendo
un libro o fijando la mirada en el Crucificado. Vivía tan intensamente estos
momentos de relación con Dios que también exteriormente se podían percibir sus
reacciones de alegría o de llanto. Por tanto, asimiló en sí, meditando, las
realidades de la fe. Los testigos cuentan que, a veces, entraba en una especie
de éxtasis con el rostro transfigurado, pero inmediatamente después retomaba
humildemente sus actividades cotidianas con la nueva fuerza que viene de lo
Alto. Luego, la oración durante los viajes entre un convento y otro; recitaba
con los compañeros las Laudes, la Hora media y las Vísperas y, atravesando los
valles o las colinas, contemplaba la belleza de la creación. Entonces brotaba de
su corazón un canto de alabanza y de acción de gracias a Dios por tantos dones,
sobre todo por la maravilla más grande: la redención realizada por Cristo.
Queridos amigos, santo Domingo
nos recuerda que en el origen del testimonio de la fe, que todo cristiano debe
dar en la familia, en el trabajo, en el compromiso social y también en los
momentos de distensión, está la oración, el contacto personal con Dios. Sólo
esta relación real con Dios nos da la fuerza para vivir intensamente cada
acontecimiento, especialmente los momentos de mayor sufrimiento. Este santo nos
recuerda también la importancia de las posturas exteriores en nuestra oración.
Arrodillarse, estar de pie ante el Señor, fijar la mirada en el Crucificado,
detenerse y recogerse en silencio, no son secundarios, sino que nos ayudan a
ponernos interiormente, con toda la persona, en relación con Dios. Quiero
llamar una vez más la atención sobre la necesidad para nuestra vida espiritual
de encontrar diariamente momentos para rezar con tranquilidad; debemos tomarnos
este tiempo especialmente en las vacaciones, dedicar un poco de tiempo a hablar
con Dios. Será un modo también para ayudar a quien está cerca de nosotros a
entrar en el rayo luminoso de la presencia de Dios, que trae la paz y el amor
que todos
No hay comentarios:
Publicar un comentario