PREDICAR DE NUEVO A CRISTO
En
defensa de la misión
Un evangelio para África
"Uno solo es el
Salvador"
En defensa de la misión
La teología de la liberación "a la sudamericana" se está difundiendo
también por una parte de Asia y de África. Pero en estas regiones, como
observaba Ratzinger, se entiende la «liberación» sobre todo como un
desembarazarse de la herencia colonial europea. «Se vive una búsqueda
apasionada —me dice— de una correcta inculturación del cristianismo. Nos
encontramos, por tanto, ante un nuevo aspecto del antiquísimo problema de la
relación entre la fe y la historia, entre la fe y la cultura».
Para encuadrar los términos del problema, observa: «Es bien sabido que la fe
católica, tal como la conocemos hoy, se ha desarrollado a partir de una raíz
hebrea, y posteriormente en el ámbito cultural grecolatino, al que se
agregaron, a partir del siglo VIII y en forma nada secundaria, elementos
irlandeses y germánicos. En lo que respecta a África (cuya evangelización
en profundidad se ha llevado a cabo sólo en los dos últimos siglos), vemos que
ha recibido un cristianismo que se había desarrollado durante 1.800 años en
ámbitos culturales muy distintos de los suyos. Este cristianismo fue
trasplantado allí hasta en sus más insignificantes formas de expresión.
Más aún, la fe llegó a África en el contexto de una historia colonial que hoy
es interpretada principalmente como una historia de alienación y de opresión».
¿Y
acaso no es verdad?, le digo.
«No exactamente, en lo
que respecta a la actividad misionera de la Iglesia —replica—. Muchos (sobre todo en
Europa, más que en África o en América) han formulado y formulan juicios
injustos, históricamente incorrectos, sobre las relaciones entre la actividad
misionera y el colonialismo. Los excesos de este último fueron mitigados
precisamente por la acción intrépida de tantos apóstoles de la fe, los cuales
supieron crear frecuentemente oasis de humanidad en zonas devastadas por
antiguas miserias y por nuevas opresiones. No podemos olvidar, ni menos
condenar, el sacrificio generoso de una multitud de misioneros que se
convirtieron en auténticos padres de los desventurados confiados a ellos.
Yo mismo he encontrado a muchos africanos, jóvenes y viejos, que me han hablado
con emoción de aquellos Padres de su pueblo que fueron ciertas humanísimas y al
mismo tiempo heroicas figuras de misionero. Su recuerdo no se ha borrado
todavía entre aquellos a quienes evangelizaron y ayudaron de mil maneras, no
pocas veces a costa de su propia vida. A aquellos sacrificios —muchos de
los cuales sólo Dios conoce— se debe en parte que todavía sea posible una
cierta amistad entre África y Europa».
Pero, de hecho, se
exportó el catolicismo occidental a aquella región.
«Hoy somos muy
conscientes de este problema —me dice—. Pero entonces, ¿qué otra cosa
podían hacer aquellos misioneros sino comenzar con el único catecismo que
conocían? No nos olvidemos tampoco de que todos hemos recibido la fe
"del extranjero": nos llegó desde su origen semita, de Israel, por
mediación del helenismo. Y esto lo sabían muy bien los nazis, que trataron
de extirpar el cristianismo de Europa precisamente por su carácter
"extranjero"».
Un
evangelio para África
También para él «son muy válidos los interrogantes que se plantean muchos en el
Tercer Mundo, y sobre todo en África: ¿cómo puede el cristianismo llegar a ser
una expresión propia nuestra? ¿Cómo puede llegar a entrar por completo en
nuestra identidad? ¿En qué medida puede resultar obligatoria su expresión
cultural histórica? ¿En qué medida puede —por así decirlo— recomenzar de nuevo
su historia? ¿Nuestro propio Antiguo Testamento, en lugar de estar en la
historia del pueblo judío, ¿no estaría, quizás, en la historia dolorosa de
nuestro pueblo y de sus formas religiosas tradicionales?»
¿Cómo
enjuicia el cardenal las respuestas que los africanos empiezan a dar a estos
interrogantes?
Dice: «Los
problemas han sido planteados claramente, pero hay que decir que la esperada
teología africana o african theology es por ahora, un programa más bien
que una realidad. Si se considera atentamente, todavía cabe añadir que
muchísimo de lo que es presentado como "africano" es en realidad una
importación europea, y tiene mucha menos relación con las auténticas
tradiciones africanas que la misma tradición cristiana clásica. Esta
última, en realidad, se encuentra más próxima a las ideas fundamentales de la
humanidad y al patrimonio básico de la cultura religiosa humana en general que
las tardías construcciones del pensamiento europeo, con frecuencia distanciadas
de las raíces espirituales de la humanidad».
Si he entendido
bien, esto es una defensa del valor "universal" de la reflexión
cristiana, tal como ha sido realizada en Occidente.
«Hay que reconocer
—precisa— que ningún camino puede ya retrotraer a una situación cultural
anterior a los resultados del pensamiento europeo, aceptados desde hace tiempo
en el mundo entero. Por otra parte, también hay que reconocer que no
existe la tradición africana "pura" en cuanto tal; ésta se encuentra
muy estratificada y, por lo tanto —debido a los diversos estratos y a sus
distintas procedencias—, llega a ser a veces incluso contradictoria».
«Ahora bien
—continúa—, el problema está en qué es lo auténticamente africano (y que, por
lo tanto, hay que defender contra la falsa pretensión de universalidad de lo
que es meramente europeo) y, a la inversa, qué es lo verdaderamente universal,
aunque venga de Europa. La solución de este problema no le corresponde
solamente al razonamiento humano, sino —como siempre— también al criterio de la
fe, que juzga todas las tradiciones todos los patrimonios, tanto los nuestros
como los ajenos. Además, hay que guardarse de opciones y decisiones
apresuradas. El problema no es meramente teórico, y para resolverse
necesita también de la vida, del sufrimiento, del amor de toda la comunidad
creyente. Hay que tener siempre presente el gran principio católico, hoy
olvidado: el sujeto de la teología no son los teólogos individualmente considerados,
sino toda la Iglesia
entera».
Se sabe de una
cierta inquietud de la
Congregación a causa de una "Unión Ecuménica" de
teólogos africanos, que reúne a estudiosos autóctonos de todas las confesiones.
«La Unión de los teólogos a la
que se refiere —me dice— plantea ciertamente algunos interrogantes.
Existe el riesgo (al igual que en otras iniciativas actuales en diversas partes
del mundo) de que al buscar una comunidad "ecuménica" se olvide el
valor de la gran comunidad católica en favor de pequeñas comunidades culturales
de ámbito nacional. En tal Unión puede darse que la identificación con lo
que parece ser "africano" deje en la penumbra la identificación con
lo que es católico. Y considero válido todo lo dicho, aunque —le repito—
África es un continente tan complejo que no puede quedar encerrado en un
esquema general».
Hace ya algún
tiempo que desde varios sitios —incluso por parte de algunos obispos católicos—
se impulsa la idea de convocar un gran Concilio Africano.
«Ciertamente,
pero esta idea no tiene todavía una fisonomía precisa. Ha sido lanzada
por la Unión de
los teólogos, de la que hablábamos hace un momento, y ha ido encontrando cada
vez más adhesiones, incluso entre algunos obispos, aunque con algunos retoques
y precisiones. América Latina, con las reuniones de Medellín y de Puebla,
ha mostrado en concreto que el trabajo de los obispos de un continente puede
contribuir sustancialmente a la clarificación de los problemas fundamentales y
a un correcto cumplimiento de la actividad pastoral. Por lo tanto, parece
muy posible —a partir de las experiencias obtenidas en otras regiones— elaborar
una figura jurídica y teológica que pueda dar pleno sentido a la idea de un
Concilio (o, más exactamente, de un Sínodo) africano».
¿Cuáles son los
problemas que, en lo que respecta a la amplia y dinámica región africana, se
encuentran principalmente en el foco de atención?
«Se encuentran
sobre todo en el campo de la teología moral, de la liturgia y de la teología de
los sacramentos. Por ejemplo, se discute sobre el modo de llevar a cabo
la transición desde la poligamia tradicional a la monogamia cristiana, sobre
las formas de contraer el matrimonio y sobre la aceptación de las tradiciones
africanas en la liturgia y en la devoción popular».
Comencemos con
la poligamia. ¿De qué se trata en rigor?
«Es evidente que en la
conversión de los polígamos al cristianismo surgen problemas jurídicos y
humanos graves. Desde luego, no debe confundirse la poligamia con una
libertad sexual en el sentido del mundo occidental. Se trata de una
figura, jurídica y socialmente ordenada, que regula las relaciones de hombre,
mujer e hijos. Pero desde la óptica cristiana es una figura moralmente
deficiente, que no responde a la esencia de las relaciones hombre-mujer.
Recientemente, teólogos, sobre todo europeos, han desarrollado la tesis de que
también la poligamia puede ser una figura cristiana de matrimonio y
familia. Pero los obispos africanos y la mayoría de los teólogos ven con
claridad que ésta no sería una positiva "africanización" del
cristianismo, sino la fijación en un estadio de evolución social superado por
el Evangelio».
¿Y en cuanto a los
otros problemas?
«Si en el caso de la
poligamia se trata de una discusión con grupos marginales, aunque agresivos,
resulta, en cambio, mucho más serio el problema de la conexión entre la forma
sacramental del matrimonio cristiano y la estipulación del matrimonio según los
usos tribales; sobre ello se discutió ampliamente en el Sínodo de los obispos
en 1980. Otro tema de discusión que cobra cada vez más importancia se
refiere a si el culto de los antepasados debe entrar de algún modo en la estructura
cristiana de la fe. Se discute también en qué medida y de qué modo puedan
entrar algunos elementos de la tradición local en otros sacramentos. además de
en el matrimonio».
"Uno
solo es el Salvador"
Hemos hablado sobre los misioneros de ayer y sobre el catolicismo ya
implantado, aunque con sus problemas. Sin embargo, en estos años de
posconcilio parece que el debate haya atacado las razones mismas del esfuerzo
actual de la Iglesia
respecto a los no cristianos. No es ningún misterio que una crisis de
identidad, quizás una pérdida de motivación, se ha ensañado con particular
crudeza entre los misioneros.
La respuesta del cardenal no está exenta de preocupaciones: «Es doctrina
antigua, tradicional en la
Iglesia , que todo hombre está llamado a la salvación, y
ciertamente puede salvarse obedeciendo sinceramente a los dictados de su propia
conciencia, aunque no sea miembro visible de la Iglesia católica.
Esta doctrina, que —repito— era ya pacíficamente aceptada, ha sido enfatizada
excesivamente a partir e aquellos años del Concilio, apoyándose en algunas
teorías como la del "cristianismo anónimo". De este modo se ha
llegado a sostener que se da siempre la gracia cuando uno —seguidor de
cualquier religión o simplemente no creyente se limita a aceptarse a sí mismo
como hombre. Según estas teorías, lo que el cristiano tendría de
característico sería la toma de conciencia sobre esa gracia que, por lo demás,
estaría en todos, bautizados o no. Disminuido el carácter esencial del bautismo,
se ha llegado a poner un énfasis excesivo en los valores de las religiones no
cristianas, que algún teólogo llega a presentar no como vías extraordinariasde
salvación, sino incluso como caminos ordinarios».
¿A qué consecuencias
ha llevado esto?
«Tales hipótesis
obviamente han frenado en muchos la tensión misionera. Algunos han
comenzado a preguntarse: "¿Por qué inquietar a los no a cristianos,
induciéndoles al bautismo y a la fe en Cristo, si su religión es su camino de
salvación en su cultura y en su región?" De este modo se olvida, entre
otras cosas, la relación que el Nuevo Testamento establece entre salvación y
verdad, cuyo conocimiento (lo afirma Jesús de un modo explícito) libera, y por
lo tanto salva. O, como dice San Pablo: "Dios nuestro Salvador
quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la
verdad". Y esta verdad, prosigue el Apóstol, consiste en saber
"que uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el
hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos" (1
Tim 2,4-7). Esto es lo que tenemos que seguir anunciando —con humildad,
pero con fortaleza— en el mundo actual, siguiendo el ejemplo y el estímulo
desafiante de las generaciones que nos han precedido en la fe».
De “Informe sobre la
Fe ” Capìtulo XIII
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