lunes, 7 de julio de 2014

Predicar de nuevo a Cristo - Card. Joseph Ratzinger

PREDICAR DE NUEVO A CRISTO

En defensa de la misión
Un evangelio para África
"Uno solo es el Salvador"

En defensa de la misión
          La teología de la liberación "a la sudamericana" se está difundiendo también por una parte de Asia y de África.  Pero en estas regiones, como observaba Ratzinger, se entiende la «liberación» sobre todo como un desembarazarse de la herencia colonial europea. «Se vive una búsqueda apasionada —me dice— de una correcta inculturación del cristianismo.  Nos encontramos, por tanto, ante un nuevo aspecto del antiquísimo problema de la relación entre la fe y la historia, entre la fe y la cultura».
     Para encuadrar los términos del problema, observa: «Es bien sabido que la fe católica, tal como la conocemos hoy, se ha desarrollado a partir de una raíz hebrea, y posteriormente en el ámbito cultural grecolatino, al que se agregaron, a partir del siglo VIII y en forma nada secundaria, elementos irlandeses y germánicos.  En lo que respecta a África (cuya evangelización en profundidad se ha llevado a cabo sólo en los dos últimos siglos), vemos que ha recibido un cristianismo que se había desarrollado durante 1.800 años en ámbitos culturales muy distintos de los suyos.  Este cristianismo fue trasplantado allí hasta en sus más insignificantes formas de expresión.  Más aún, la fe llegó a África en el contexto de una historia colonial que hoy es interpretada principalmente como una historia de alienación y de opresión».
    ¿Y acaso no es verdad?, le digo.
«No exactamente, en lo que respecta a la actividad misionera de la Iglesia —replica—.  Muchos (sobre todo en Europa, más que en África o en América) han formulado y formulan juicios injustos, históricamente incorrectos, sobre las relaciones entre la actividad misionera y el colonialismo.  Los excesos de este último fueron mitigados precisamente por la acción intrépida de tantos apóstoles de la fe, los cuales supieron crear frecuentemente oasis de humanidad en zonas devastadas por antiguas miserias y por nuevas opresiones. No podemos olvidar, ni menos condenar, el sacrificio generoso de una multitud de misioneros que se convirtieron en auténticos padres de los desventurados confiados a ellos.  Yo mismo he encontrado a muchos africanos, jóvenes y viejos, que me han hablado con emoción de aquellos Padres de su pueblo que fueron ciertas humanísimas y al mismo tiempo heroicas figuras de misionero.  Su recuerdo no se ha borrado todavía entre aquellos a quienes evangelizaron y ayudaron de mil maneras, no pocas veces a costa de su propia vida.  A aquellos sacrificios —muchos de los cuales sólo Dios conoce— se debe en parte que todavía sea posible una cierta amistad entre África y Europa».
Pero, de hecho, se exportó el catolicismo occidental a aquella región.
«Hoy somos muy conscientes de este problema —me dice—.  Pero entonces, ¿qué otra cosa podían hacer aquellos misioneros sino comenzar con el único catecismo que conocían?  No nos olvidemos tampoco de que todos hemos recibido la fe "del extranjero": nos llegó desde su origen semita, de Israel, por mediación del helenismo. Y esto lo sabían muy bien los nazis, que trataron de extirpar el cristianismo de Europa precisamente por su carácter "extranjero"».

Un evangelio para África
          También para él «son muy válidos los interrogantes que se plantean muchos en el Tercer Mundo, y sobre todo en África: ¿cómo puede el cristianismo llegar a ser una expresión propia nuestra? ¿Cómo puede llegar a entrar por completo en nuestra identidad? ¿En qué medida puede resultar obligatoria su expresión cultural histórica? ¿En qué medida puede —por así decirlo— recomenzar de nuevo su historia? ¿Nuestro propio Antiguo Testamento, en lugar de estar en la historia del pueblo judío, ¿no estaría, quizás, en la historia dolorosa de nuestro pueblo y de sus formas religiosas tradicionales?»
   ¿Cómo enjuicia el cardenal las respuestas que los africanos empiezan a dar a estos interrogantes?

  Dice: «Los problemas han sido planteados claramente, pero hay que decir que la esperada teología  africana o african theology es por ahora, un programa más bien que una realidad.  Si se considera atentamente, todavía cabe añadir que muchísimo de lo que es presentado como "africano" es en realidad una importación europea, y tiene mucha menos relación con las auténticas tradiciones africanas que la misma tradición cristiana clásica.  Esta última, en realidad, se encuentra más próxima a las ideas fundamentales de la humanidad y al patrimonio básico de la cultura religiosa humana en general que las tardías construcciones del pensamiento europeo, con frecuencia distanciadas de las raíces espirituales de la humanidad».
  Si he entendido bien, esto es una defensa del valor "universal" de la reflexión cristiana, tal como ha sido realizada en Occidente.
  «Hay que reconocer —precisa— que ningún camino puede ya retrotraer a una situación cultural anterior a los resultados del pensamiento europeo, aceptados desde hace tiempo en el mundo entero.  Por otra parte, también hay que reconocer que no existe la tradición africana "pura" en cuanto tal; ésta se encuentra muy estratificada y, por lo tanto —debido a los diversos estratos y a sus distintas procedencias—, llega a ser a veces incluso contradictoria».
  «Ahora bien —continúa—, el problema está en qué es lo auténticamente africano (y que, por lo tanto, hay que defender contra la falsa pretensión de universalidad de lo que es meramente europeo) y, a la inversa, qué es lo verdaderamente universal, aunque venga de Europa.  La solución de este problema no le corresponde solamente al razonamiento humano, sino —como siempre— también al criterio de la fe, que juzga todas las tradiciones todos los patrimonios, tanto los nuestros como los ajenos.  Además, hay que guardarse de opciones y decisiones apresuradas.  El problema no es meramente teórico, y para resolverse necesita también de la vida, del sufrimiento, del amor de toda la comunidad creyente.  Hay que tener siempre presente el gran principio católico, hoy olvidado: el sujeto de la teología no son los teólogos individualmente considerados, sino toda la Iglesia entera».
  Se sabe de una cierta inquietud de la Congregación a causa de una "Unión Ecuménica" de teólogos africanos, que reúne a estudiosos autóctonos de todas las confesiones.
  «La Unión de los teólogos a la que se refiere —me dice— plantea ciertamente algunos interrogantes.  Existe el riesgo (al igual que en otras iniciativas actuales en diversas partes del mundo) de que al buscar una comunidad "ecuménica" se olvide el valor de la gran comunidad católica en favor de pequeñas comunidades culturales de ámbito nacional.  En tal Unión puede darse que la identificación con lo que parece ser "africano" deje en la penumbra la identificación con lo que es católico.  Y considero válido todo lo dicho, aunque —le repito— África es un continente tan complejo que no puede quedar encerrado en un esquema general».
  Hace ya algún tiempo que desde varios sitios —incluso por parte de algunos obispos católicos— se impulsa la idea de convocar un gran Concilio Africano.
  «Ciertamente, pero esta idea no tiene todavía una fisonomía precisa.  Ha sido lanzada por la Unión de los teólogos, de la que hablábamos hace un momento, y ha ido encontrando cada vez más adhesiones, incluso entre algunos obispos, aunque con algunos retoques y precisiones.  América Latina, con las reuniones de Medellín y de Puebla, ha mostrado en concreto que el trabajo de los obispos de un continente puede contribuir sustancialmente a la clarificación de los problemas fundamentales y a un correcto cumplimiento de la actividad pastoral.  Por lo tanto, parece muy posible —a partir de las experiencias obtenidas en otras regiones— elaborar una figura jurídica y teológica que pueda dar pleno sentido a la idea de un Concilio (o, más exactamente, de un Sínodo) africano».
  ¿Cuáles son los problemas que, en lo que respecta a la amplia y dinámica región africana, se encuentran principalmente en el foco de atención?
  «Se encuentran sobre todo en el campo de la teología moral, de la liturgia y de la teología de los sacramentos.  Por ejemplo, se discute sobre el modo de llevar a cabo la transición desde la poligamia tradicional a la monogamia cristiana, sobre las formas de contraer el matrimonio y sobre la aceptación de las tradiciones africanas en la liturgia y en la devoción popular».
  Comencemos con la poligamia. ¿De qué se trata en rigor?
«Es evidente que en la conversión de los polígamos al cristianismo surgen problemas jurídicos y humanos graves.  Desde luego, no debe confundirse la poligamia con una libertad sexual en el sentido del mundo occidental.  Se trata de una figura, jurídica y socialmente ordenada, que regula las relaciones de hombre, mujer e hijos.  Pero desde la óptica cristiana es una figura moralmente deficiente, que no responde a la esencia de las relaciones hombre-mujer.  Recientemente, teólogos, sobre todo europeos, han desarrollado la tesis de que también la poligamia puede ser una figura cristiana de matrimonio y familia.  Pero los obispos africanos y la mayoría de los teólogos ven con claridad que ésta no sería una positiva "africanización" del cristianismo, sino la fijación en un estadio de evolución social superado por el Evangelio».
¿Y en cuanto a los otros problemas?
«Si en el caso de la poligamia se trata de una discusión con grupos marginales, aunque agresivos, resulta, en cambio, mucho más serio el problema de la conexión entre la forma sacramental del matrimonio cristiano y la estipulación del matrimonio según los usos tribales; sobre ello se discutió ampliamente en el Sínodo de los obispos en 1980.  Otro tema de discusión que cobra cada vez más importancia se refiere a si el culto de los antepasados debe entrar de algún modo en la estructura cristiana de la fe.  Se discute también en qué medida y de qué modo puedan entrar algunos elementos de la tradición local en otros sacramentos. además de en el matrimonio».

"Uno solo es el Salvador"
          Hemos hablado sobre los misioneros de ayer y sobre el catolicismo ya implantado, aunque con sus problemas.  Sin embargo, en estos años de posconcilio parece que el debate haya atacado las razones mismas del esfuerzo actual de la Iglesia respecto a los no cristianos.  No es ningún misterio que una crisis de identidad, quizás una pérdida de motivación, se ha ensañado con particular crudeza entre los misioneros.
          La respuesta del cardenal no está exenta de preocupaciones: «Es doctrina antigua, tradicional en la Iglesia, que todo hombre está llamado a la salvación, y ciertamente puede salvarse obedeciendo sinceramente a los dictados de su propia conciencia, aunque no sea miembro visible de la Iglesia católica.  Esta doctrina, que —repito— era ya pacíficamente aceptada, ha sido enfatizada excesivamente a partir e aquellos años del Concilio, apoyándose en algunas teorías como la del "cristianismo anónimo".  De este modo se ha llegado a sostener que se da siempre la gracia cuando uno —seguidor de cualquier religión o simplemente no creyente se limita a aceptarse a sí mismo como hombre.  Según estas teorías, lo que el cristiano tendría de característico sería la toma de conciencia sobre esa gracia que, por lo demás, estaría en todos, bautizados o no. Disminuido el carácter esencial del bautismo, se ha llegado a poner un énfasis excesivo en los valores de las religiones no cristianas, que algún teólogo llega a presentar no como vías extraordinariasde salvación, sino incluso como caminos ordinarios».
¿A qué consecuencias ha llevado esto?
«Tales hipótesis obviamente han frenado en muchos la tensión misionera. Algunos han comenzado a preguntarse: "¿Por qué inquietar a los no a cristianos, induciéndoles al bautismo y a la fe en Cristo, si su religión es su camino de salvación en su cultura y en su región?" De este modo se olvida, entre otras cosas, la relación que el Nuevo Testamento establece entre salvación y verdad, cuyo conocimiento (lo afirma Jesús de un modo explícito) libera, y por lo tanto salva.  O, como dice San Pablo: "Dios nuestro Salvador quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad".  Y esta verdad, prosigue el Apóstol, consiste en saber "que uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos" (1 Tim 2,4-7).  Esto es lo que tenemos que seguir anunciando —con humildad, pero con fortaleza— en el mundo actual, siguiendo el ejemplo y el estímulo desafiante de las generaciones que nos han precedido en la fe».

De “Informe sobre la Fe” Capìtulo XIII


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