martes, 29 de julio de 2014

La lectura espiritual - Mons. Héctor Aguer

Reflexión de S.E.R. Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, en el programa "Claves para un Mundo Mejor" (26 de julio de 2014)

Yo he notado que en nuestros ambientes, quiero decir los ambientes religiosos, se habla con frecuencia de la oración y se recuerda la importancia de la oración para la vida cristiana, pero no se habla tanto de lo que la tradición de la Iglesia llama lectura espiritual.
¿Qué quiere decir esto? Es la lectura, en primer lugar, de la Sagrada Escritura, de algún libro religioso o que se refiere a la vida cristiana, a la oración misma, con la intención de ir preparando nuestro corazón para el diálogo con Dios. Porque eso es la oración, hablar con Dios.
Pero muchas veces surge en nosotros espontáneamente ese hablar con Dios o en cambio recitamos algunas oraciones, como las que hemos aprendido en la infancia. Como el Padre Nuestro, por ejemplo, que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo y es la oración por excelencia. Pero vuelvo atrás: la lectura espiritual prepara un ambiente, un ámbito interior, para que podamos desarrollar con otro tipo de espontaneidad, la que viene del Espíritu Santo. Así cumplimos el mandato del Señor de orar, de hablar con Dios.
He citado especialmente la lectura bíblica, la lectura de la Sagrada Escritura. Yo no quiero ser impertinente con ustedes, queridos amigos, pero díganme sinceramente, responda cada uno para sí mismo: ¿quiénes de ustedes leen la Biblia? ¿Quiénes leen por lo menos el Nuevo Testamento, con esa intención de conocer a Jesús, de prepararnos para hablar con Él?.

Lo primero que tenemos que leer es la Biblia. Pero luego, como les decía, en la tradición de la Iglesia que se refiere a la lectura espiritual, se presentan algunos textos que se han convertido en clásicos.
No puedo ahora hacer ante ustedes una larga lista, ya que seguramente me olvidaría de muchas obras importantes, pero quiero señalarles algunos libros.
Por ejemplo “La Introducción a la vida devota” de San Francisco de Sales. El mismo nombre ya nos está sugiriendo la propuesta: ¿qué es una introducción? Algo que nos prepara, que nos acerca, que nos abre las puertas. La vida devota es, sin más, la vida cristiana. También uno que se leía muchísimo, y que quizá hoy día, si leemos nos da la impresión de algo muy limitado a una época: es “La imitación de Cristo”, de Tomás de Kempis. Ha servido a generaciones y generaciones de católicos para meditar y orar. También puede servirnos a nosotros.
Luego hay libros más cercanos en el tiempo como los de Dom Columba Marmion, un monje que escribió textos preciosos para cualquier cristiano, para los laicos, como, por ejemplo, “La vida en Cristo”. Actualmente, si ustedes van a una librería católica, encontrarán muchos libros sobre la oración. No todos son recomendables quizá, pero ustedes encontrarán mucho material bueno allí. Añado algunos clásicos del siglo XX: las obras de Charles de Foucault, de San Josemaría Escrivá; la “Vida de un alma” de Santa Teresita, que se ha leído durante todo ese siglo.
Recapitulo: es importante formarnos espiritualmente y preparar un clima espiritual para poder desarrollar esa dimensión propia de la vida del cristiano que es la relación orante con Dios.
Además debemos pedir al Espíritu Santo que nos ilumine, que nos enseñe. Jesús envió el Espíritu Santo a sus apóstoles precisamente para darles todo ese conocimiento que Él había dado a sus discípulos estando en la tierra pero les encomienda, que invoquen al Espíritu Santo para que les conceda el conocimiento del Padre y del Hijo, para que les haga comprender lo que Jesús ha enseñado.
Cuando oramos pensemos que ante todo no debemos buscar nuestro propio interés. Ciertamente existe la oración de súplica, por la cual pedimos a Dios por nuestras necesidades. Pero no nos olvidemos de la alabanza. Tenemos que alabar a Dios, tenemos que bendecir a Dios y eso es algo que podríamos llamar gratuito. Lo hacemos porque Dios es Dios. Él se nos ha comunicado y Él además nos prepara un don extraordinario más allá de esta vida, la vida eterna.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

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