miércoles, 30 de julio de 2014

Aunque todos yo no (12) Beato Manuel González García


    III.- La Obra por dentro

 

   Como el propósito de este libro es dar a conocer en toda su extensión e intensidad la Obra de los Sagrarios-Calvarios, aun a riesgo de repetir algunos de los conceptos ya emitidos en los anteriores razonamientos, quiero presentar reunidos y ordenados los motivos. Lo que pudiera llamar su meollo teológico.

 

 

LAS RAZONES DE SER DE LA OBRA 

   1.- El número verdaderamente abrumador de Sagrarios abandonados  o solitarios

         Por datos dignos de toda fe, recibidos por mucha diversi­dad de conductos, se sabe que hay muchos Sagrarios que pasan meses y años sin ser abiertos. Que hay pueblos sin Reservado. Que los hay en donde hace años que no se adminis­tra ningún santo Viático. En las mismas capitales, los Sagrarios, especialmente de los barrios extremos, están solitarios casi siempre y si se abren algunas veces, es para dar la sagrada Comunión a lo que se van a casar, con temores muy graves de sacrilegio por ignorancia, irreflexión, falta de ayuno o mala fe. No va siendo raro, antes por desgracia relativamente frecuente, especialmente en algunas regiones de España, encontrar novios que hacen su primera Comunión al comulgar para casarse y hasta ancianos que hacen su primera Comunión en los Asilos en donde son recogidos por la caridad. Hasta tal punto ha llegado el abandono del Sagrario en algunos pueblos, que se ha oído decir a algunos de sus vecinos: aquí no se estila eso...

   2.- Los daños de esos abandonos 

   Tengo la persuasión firmísima de que prácticamente el mayor mal de todos los males y causa de todo mal, no sólo en el orden religioso, sino en el moral, social y familiar, es el ABANDONO del Sagrario.
 

   Si no hay otro nombre en el que pueda haber salvación fuera del nombre de Jesús. Si la sagrada Eucaristía, adorada, visitada, comulgada y sacrificada, es la aplicación de esa salud y por tanto, la fuente más abundante de gloria para Dios, de reparación por los pecados de los hombres, y de bienes para el mundo, el abandono de la sagrada Eucaristía, al cegar la corriente de esa fuente, priva a Dios de la mayor gloria que de los hombres puede recibir y a éstos de los mayores y mejores bienes que de Dios pueden esperar.

 
   3.- La gravedad especial y trascendental del mal del abandono 

   Revistiendo el abandono del Sagrario, dentro de las ofensas contra la sagrada Eucaristía, una gravedad especial y trascendental, urge una Obra que haga fin esencial suyo combatir el abandono y la soledad de los Sagrarios.

 

   Existen Obras eucarísticas de adoración y reparación, de auxilios a la pobreza material de los Sagrarios, de primeras Comuniones, de sagrados viáticos y de otras varias formas, todas muy útiles y piadosas. Pero hace falta una Obra, que aprovechándose de la especialidad de todas esas otras, e ingeniándose con nuevos medios, lleve a cada Sagrario abandonado, la adoración que se le debe, el desagravio por lo que no se le da, y la compañía que el Jesús de aquel Sagrario espera y desea.

   ¿No es objeto digno, no digo ya de una Obra de celo, sino de un Instituto Religioso, el combatir el abandono del Sagrario? ¿No dio lugar a la fundación de famosos Institutos, la meditación y predicación de la santa Infancia o de la Pasión del Señor, de los Dolores de la santísima Virgen y otros objetos particulares dentro del campo de la piedad y de la religión?

   ¿Por qué, dentro del campo extensísimo de la reparación, y de la reparación eucarística, no ha de existir una especial para reparar el mal, el grandísimo mal, del abandono del Sagrario, ya sea este abandono absoluto o relativo, exterior o interior, o todo junto?

   ¿No pregona la medicina moderna, con su gran número de curaciones estupendas y buenos éxitos, las ventajas de las especialidades médicas? ¿Por qué no se ha de crear una especialidad para atacar ese mal tan distinto y de tanto relieve entre todos los males que perpetran los hombres contra el Corazón buenísimo de Jesús Sacramentado?
 

   4.- Los designios delicadísimos del Corazón de Jesús en la         distribución de los Sagrarios

    Si el Corazón Eucarístico de Jesús ha llevado la delicade­za y generosidad de su amor a no quedarse en un solo Sagrario en el mundo ni en cada nación, ni en cada provincia, sino que ha querido estar en donde quiera que haya un puñado de hombres, o un grupo de casas de éstos; la delicadeza del amor cristiano no puede contentarse con adorarlo en las catedrales en donde mora como Rey, o en las iglesias de los conventos, o de esas Asociaciones eucarísticas en las que se le trata como Dios, sino que ha de trabajar por llevar sus adoracio­nes, su desagravio, su apostolado al Sagrario aquel abandona­do en donde no se le trata ni como a hombre.

   Una Obra que busca con ansia a nuestro Señor Jesucristo en el mismo sitio en que es profanado con el desprecio, o el odio; que lleva amadores al mismo trono de su amor desairado; que lleva bocas que hablen con Él, por Él y de Él, en el mismo pueblo en que no se habla sino contra Él; que lleva misioneros de la sagrada Comunión y de la visita del Sagrario a aquella misma gente que hasta desconoce o ha olvidado los nombres de Comunión, Eucaristía, santísimo Sacramento, Corazón de Jesús, y que no sabe ni en dónde mora Jesús en su pueblo, es una Obra que responde a una gran necesidad y al plan del Corazón Eucarístico de Jesús en la distribución de su amor.

 

   Es cierto que la gloria que se le da al Corazón de Jesús en un Sagrario, repercute en todos los Sagrarios del mundo en que mora el mismo Corazón, pero así como Él no se ha conten­ta­do con hacer por medio de un Sagrario todo el bien que hoy hace por tantos, así nosotros no parece que debemos conten­tarnos con esa gloria de repercusión, sino que hemos de trabajar por dársela en cada Sagrario directamente.

   Hace falta una Obra de reparación eucarística con pies y ésa es la Obra de las Marías.

 

   A esa economía tan divinamente tierna y delicada de la multiplicación de los Sagrarios, para facilitar la alimenta­ción y el consuelo de los hijos y la producción de la gloria de Dios, deben corresponder los hijos, colocando junto a cada Sagrario, bocas que coman, corazones que consuelen, almas que glorifiquen a Dios.

   Como a la economía amorosa de la Providencia de distribuir las aguas por toda la superficie de la tierra, corresponde ésta con la producción y multiplicación de la vida vegetal y animal, así en torno de cada Sagrario, verdadera fuente de aguas vivas, debe producirse y multiplicarse la vida sobrena­tural.

   Un Sagrario en medio de un pueblo que no comulga ni trata con Jesucristo, es un río en medio de un desierto. Es decir, es una monstruosidad que no se da en el orden natural.

   En este orden, si se diera el caso de un río que al paso de su corriente, no hiciera crecer ni una pobre mata silves­tre, ni un arbolillo que sombreara un poco sus riberas, la naturaleza indignada o variaría su curso llevándoselo a tierras más agradecidas, o lo secaría con el ardor de los rayos del sol y con los desprendimientos de las tierras flojas e ingratas.

   Esa monstruosidad que el orden natural no permite, la cometen los hombres con la fuente de agua viva que se llama Sagrario. ¡Hay tantos Sagrarios en medio de desiertos y sin oasis! ¿No llenará una gran misión sobrenatural la Obra que tome a pechos el formar Oasis espirituales junto a los Sagrarios, ora sembrando, cultivando las plantas ya marchitas del propio suelo, ora trasplantando de jardines ya cultivados y preparando injertos?


   5.- La semejanza entre el Calvario y los Sagrarios abandona­dos 

    No hay más diferencia que en el Calvario está Jesús pasible y en el Sagrario ya está glorioso. Por lo demás, si hay alguna diferencia, es desfavorable para su vida de Sagrario.

   En el Calvario, en medio de las ofensas y del odio y del dolor, había unas Marías y al frente de ellas, María, Reina de los Mártires, que lloraban y consolaban.

   En estos Sagrarios abandonados ¡no hay Marías!

   ¿No será muy grata al Corazón Eucarístico de Jesús la Obra que le procure Marías para sus Sagrarios-Calvarios?


   6.- EL fomento de la Comunión frecuente y aun diaria de los fieles 

   Está tan patente la realización de este fin por medio de la Obra de las Tres Marías, que no es preciso insistir en su aclaración.

   La experiencia de la vida de la Obra aporta datos precio­sos que lo demuestran brillantemente mejor que razón algu­na... Son cosas tan unidas la Comunión diaria y nuestra Obra, y lleva ésta tanto a aquélla, que al paso que las demás Obras o Congregaciones piadosas y aun eucarísticas, exigen Comunio­nes mensuales, semanales o en determinados días, la de las Marías hace, no condición, sino esencia suya la Comunión diaria o por lo menos muy frecuente.

 
   7.- La conveniencia de acabar con el aislamiento de los párrocos de los pueblos 

   Los encargados de los Sagrarios abandonados, poniendo a su servicio los elementos de piedad y propaganda de la capital de la diócesis o de otros pueblos en que abundan esos elementos.

   Causa honda pena la situación de los pobres curas de Sagrarios abandonados. Pueden clasificarse en tres grupos:

 

   1º. El de los curas fervorosos, trabajadores, celosos, que sin conseguir fruto visible, trabajan día y noche sobre corazones duros como la piedra y fríos como el hielo.

 

   2º. El de los curas desalentados y pesimistas.Trabajaron con celo al principio. Pusieron en juego los recursos de su apostolado. Predicaron. Dieron limosnas. Creyeron hacer cuanto debían. Pero una calumnia, una torcida interpretación de sus actos, la indiferencia con que sus trabajos eran acogidos, el odio quizá que despertaron, el consejo de los prudentes según la carne de "no apretar demasiado", de "no exagerar la nota", de "la necesidad de reservarse un poco", de "que es inútil cuanto se haga", de "que todo está igual", etc. etc., y sobre todo la soledad, fueron abatiendo su espíritu, aflojando sus brazos, apagando su entusiasmo, cerrando y oscureciendo sus horizontes y acabó por hacer lo corriente y por caer en un triste desaliento.

    

   3º. El de los curas caídos. Aunque por fortuna no tantos como desean nuestros enemigos, no faltan Judas en la Casa de Dios.

   Un mal paso no corregido a tiempo. La corrupción y vida escandalosa del pueblo. Y, esta es la causa más frecuente, la persecución verdaderamente diabólica que algunos seres pervertidos emprenden contra la virtud del cura. La ociosidad y otras causas, hacen algunas veces del joven cura que fue a su parroquia piadoso, bien intencionado y lleno de celo, un desgraciado que no sirve para otra cosa que para alegrar al demonio y a sus secuaces y hacer llorar al ángel custodio del pueblo...

   Ved ahora las ventajas que estas tres clases de curas pueden reportar de la Obra de las Tres Marías.

 

    Para los curas fervorosos, la Comunión y visitas de las Marías servirán de consuelo y aliento.

   ¿Cómo no le ha de alegrar que haya personas piadosas que desde su pueblo trabajen por lo que él trabaja, pidan por lo que él pide, lloren, si no pueden otra cosa, por lo que él llora?...

 

    Para los curas desalentados y de corazón muerto por el pesimismo, esta Obra es una resurrección.

   Aquellas Marías que a pie, o atravesando largas distan­cias, vienen a un pueblo y le piden con ansia que les exponga, aunque sea con manifiesto menor, a su Divina Majestad o que les dé la sagrada Comunión y que se ponen de acuerdo con él para fundar o reanimar la catequesis, las Hijas de María, el apostolado; que van de casa en casa, invitando a sus moradores a que vayan al templo, a la santa misión, a la función de las Marías; que prometen al cura volver cuando él las llame y ayudarle en lo que ellas puedan, aquellas Marías, repito, son una resurrección para aquel pobre sacerdote, que a fuerza de verse tan solo, había llegado a creerse muerto para su ministerio en aquel pueblo.

 

   Y ¿para el cura caído? La historia, aunque de poco tiempo no corta, de esta Obra, enseña que mientras unos, los menos, se han revuelto contra las Marías, se han negado a recibir su auxilio, las han recibido con mala cara y malos modos, otros, casi todos, seguramente atraídos por el espíritu de sacrifi­cio y por la delicadeza de amor que lleva a las Marías a visitar su Sagrario, se han mostrado agradeci­dos y han llegado hasta a derramar lágrimas reveladoras, Dios sabe de qué gracias y qué sentimientos.

   ¡Soledad de los curas de pueblo, cuantas víctimas tienes!

   Todo cuanto yo diga es poco de la necesidad que tienen los curas de pueblo de comunicarse con elementos de piedad y de propaganda de otros pueblos. Tengan presente que en esos pueblos en donde la religión parece extinguida, no hay Órdenes Religiosas, ni Asociaciones piadosas, ni compañeros que estimulen, su superiores que manden o alienten... y que para hacer frente a todo aquel cúmulo de pecados, vicios, escándalos, irreligiosidad, mala prensa, mala política, chismes, odios, atrasos, ignorancia y mala fe que forman esos pueblos, no hay más que un solo hombre, el cura con todos los auxilios de Dios, es verdad, pero con la fragilidad de un hombre de barro...

   ¡Dios mío, Dios mío, qué dignos de lástima son esos pobres curas solitarios de pueblos!

   ¡Gloria y gloria de héroe y de santo al que persevera!

   ¡Compasión y compasión grande, al caído!


   8.- La descentralización de la piedad 

    Perdónenme la palabra, más propia quizá del lenguaje político, pero expresa muy al vivo el remedio de un no sé si llamarlo mal o menos bien que se da en el seno de los pueblos cristianos modernos.

   Es un hecho, y explíquelo cada cual a su modo, que el odio, la malquerencia de la aldea o del pueblecito y el afán de la ciudad, son síntomas de los pueblos modernos.

   El que vive en la aldea suspira por la capital de la provincia. Él que vive en ésta, por la capital de la nación. Consecuencia de esto es que los pueblos se vean cada vez más vacíos de elementos de valer y que las ciudades padezcan plétora de gentes sin ocupación.

   Consecuencia también de esto es la languidez de vida, tanto intelectual, como industrial y de relación en que van entrando los pueblos y el exceso de actividad en todos los órdenes a que van llegando las grandes ciudades.

   Consecuencia por último es la descentralización o estanca­miento de la vida en las grandes ciudades, mientras se mueren de miseria los pueblos.

   Algo de esto ocurre con la acción de la piedad cristiana. Sin meterme a censurar tendencias, las más de las veces impuestas por la misma naturaleza de las cosas y por el carácter de cada época, es lo cierto que, sin llegar a afirmar, ¡ojalá pudiera!, que en las capitales sobran elementos de acción católica, por lo menos abundan, al paso que en los pueblecitos escasean o faltan del todo. ¡Qué facilidad en las capitales para oír Misas y recibir los sacramentos a cualquier hora. Para encontrar predicadores, consultores y directores. Para hacer ejercicios y retiros espirituales. Para obtener datos, comunicaciones y ventajas de personas dedicadas a los distintos ramos de la acción! ¡Qué abundancia de Órdenes Religiosas, Instituciones benéfi­cas y de acción social, etc.!

   En cambio en los pueblos, de ordinario no se cuenta más que con un solo cura, a veces enfermo, otras anciano, tal vez por desgracia, aunque nunca con la frecuencia que suponen los enemigos, indigno por su conducta o por escasez de luces, casi siempre pobre. Y de ese único cura depende en lo humano toda la vida religiosa de aquel pueblo. De él sólo, hay que recibir los santos sacramentos, la Palabra divina, la enseñanza del catecismo, la asistencia de los enfermos, la educación de los niños, la mediación en las rivalidades, la paz, la luz y la sal de las almas...

   Y esto no un día ni un mes, sino toda la vida...

   ¿Verdad que es mucho pedir? ¿No sería una obra de mucha y muy fina caridad tender un puente entre esos pueblos y las ciudades para que por él pase a aquéllos lo que sobra o al menos abunda, en éstos?

  

   La Obra-puente 

    Ese puente es la Obra de las Marías...

   Ellas, y lo mismo digo de los Discípulos de san Juan, buscan y hasta mendigan en las ciudades en donde moran, sacerdotes o Religiosos que misionen, confiesen, prediquen, den catecismo en los pueblos de sus Sagrarios. Éllas rebuscan de las Obras eucarísticas con ese fin establecidas, copones, cálices, corporales, etc., para sus Sagrarios pobres. Escapularios y objetos de piedad y propaganda para atraer a sus pueblos. Ellas van a los conventos de las almas contem­plativas a pedirles oraciones y Comuniones con que acompañar espiritualmente sus Sagrarios. Ellas se empeñan en quitar periódicos malos y sustituirlos por suscripciones a los buenos, que a veces, ellas mismas pagan o ayudan a pagar. Éllas, puesto en actividad el ingenio por la fuerza del amor, se industrian en llevar incesantemente al Sagrario de sus desagravios y compañías, todo lo que a su alrededor encuen­tran que pueda servir de consuelo al Jesús que en él habita. ¡Hasta sindicatos y cooperativas llevan!

   No se tema por esto que el cuidado de los pueblos dé por resultado el descuido de las buenas obras en las ciudades.

   Antes por el contrario, se ha observado que, al abrir este nuevo campo de los pueblos y Sagrarios abandonados a la actividad de las almas buenas, se ha puesto en explotación energías nuevas y recursos nuevos que, o dormían en la rutina, o esperaban la revelación de esos grandes males para nacer a una vida de fervor y actividad no soñados.

   ¡Cuántos casos podría citar de almas entontecidas, atolondradas, vulgares, indiferentes, desorientadas, mal dirigidas y hasta inútiles para la piedad en las ciudades, convertidas en grandes almas al ponerse en contacto con esa gran pena del Sagrario abandonado y al poder saborear toda la dulzura de este suavísimo posesivo: mi Sagrario!...

   ¡Singular descentralización que hace llegar la savia a los extremos sin desmedrar al centro! ¡Admirable táctica para pelear contra el absentismo que está matando a los pueblos!

 
   9.- La revolución desde arriba 

    Ésta, que se considera como la más radical de todas las revoluciones, es la que viene a operar en el campo de la piedad cristiana la Obra de las Marías.

   ¿Cómo? ¿Estamos convencidos de que la causa de todos los males que padece el pueblo viene del abandono en que todos, directores y dirigidos, han dejado al Sagrario? ¿Estamos convencidos de que unos ricos que comulgan bien y a diario, serán padres y no tiranos de sus operarios y dependientes?. ¿Y que unos pobres que comulguen bien y a diario serán unos obreros alegres, corteses, resignados, sobrios y tranquilos? ¿Estamos convencidos de que en una casa en donde todos comulguen bien y a diario hay paz y pan? Y ¿estamos convenci­dos de que si todos los hombres comulgaran bien y a diario estarían de más la Guardia Civil, las cárceles y demás Instituciones sociales por cuya extirpación sueñan los socialistas y anarquistas?

 

    Y, por último, ¿estamos convencidos y persuadidos de que siendo Jesucristo la fuente, la base, la norma, la defensa, la sanción de todo derecho, no puede éste conservar­se inmune, ni dejar de estar conculcado, mientras Él lo esté de los ricos y pobres, de gobernantes y gobernados, de chicos y grandes y conculcado no sólo en sus símbolos o representa­cio­nes, sino en Sí mismo, en su Presencia real y verdadera?

   ¿Estamos convencidos? Pues entonces vamos a empezar la revolución para la restauración cristiana del pueblo por Él, por Jesucristo Sacramentado, que eso es empezar por la cabeza y por el principio y obrar con lógica y no perder el tiempo en curar síntomas dejando intacta la causa de la enfermedad.

   Las Marías y los Discípulos de san Juan, haciendo del Sagrario el centro de todas sus operaciones, el principio, el medio y el fin de todas sus obras de celo, ocupándose y preocupándose ante y sobre todo de que el Sagrario esté acompañado, están de verdad haciendo la revolución desde arriba.


   10.- El círculo vicioso del abandono

    Hay necesidad de romper el círculo vicioso en que se fundan no pocos abandonos de Sagrarios.

   A fuerza de no comulgar nadie en esos pueblos, llega a formarse una costumbre de no comulgar, tan dura y tenaz que el celo más ardiente de párrocos y misioneros, se estrella ante este argumento: "yo no comulgo porque nadie comulga". Argumento que se completa con este otro: "nadie comulga porque yo no comulgo".

   Los que conozcan un poco no más el modo de ser del hombre y se hayan dado cuenta de que en la mayor parte de sus determinaciones, más que la reflexión y la conciencia, influye la fuerza del hábito o de la rutina, sobre todo, si en favor de esta rutina milita la pereza, el egoísmo, la ausencia de obligaciones, la indisciplina y demás elementos humanos, se persuadirán muy luego de que ese círculo vicioso se hace irrompible.

   Contribuyen a darle consistencia esas mil tonterías mandadas recoger hace tiempo y que todavía circulan por los pueblo con la misma seriedad como si acabaran de insentarse: "Eso es cosa de niños". "Yo no me hinco delante de un hombre como yo". "Eso es para las viejas". "Ya lo haré otro día". "¡Es tan amigo el cura, que quién se confiesa con él". Sin perjuicio de este otro reparo: "¡es tan antipático el cura, es tan...!" Y aquello otro: "¿qué dirán las gentes si me vieran confesar y comulgar?". Y las jóvenes por lo que dirán sus novios. Las casadas por lo que dirán sus maridos. Los maridos por lo que dirán los amigos de café o de trabajo. Los pobres porque no tienen tiempo o porque no madruga el cura. Los ricos porque no madrugan ellos. Y cada cual por un pretexto o por otro, es lo cierto que nadie comulga porque no comulga ninguno.

 
   ¿Cómo romper el círculo?

    Inútil es, como se ve, esperar que ese valiente, que valor y grande hace falta, surja del pueblo. Hay que llevarlo de fuera.

   Esas son las Marías activas: las que van a los pueblos en donde ya no se estila comulgar a enseñar con su ejemplo que todavía se comulga. A pisotear todos esos trampantojos contra la Confesión y la Comunión, confesándose y comulgando. Mostrando a las jóvenes casaderas y a las mujeres casadas y a los maridos tiranos o cobardes, que se puede comulgar y tener buen novio y ser reina de un hogar de dicha. Y espo­leando a todos con el ejemplo del sacrificio y la palabra de la invitación, a romper esas telas de arañas que a ricos y pobres, hombres y mujeres, apartan las más de las veces de la sagrada Comunión.

   En suma, las Marías comulgando en los Sagrarios abandona­dos, una y muchas veces, y, cuando no pueden sacramentalmente allí, en espíritu al menos, son los Hércules que rompen con la maza de su ejemplo y de su abnegación, el círculo vicioso de "yo no comulgo porque no comulga nadie y nadie comulga porque yo no comulgo", que tantos vacíos ha dejado en tantos Sagrarios.


   11.- Las compensaciones de la gloria de Dios 

   Problema es que pone espantos y angustias en el alma, el número tan crecido de los malos en el mundo y tan menguado de los buenos.

   Y aumenta la angustia y mézclase casi con la confusión, cuando se piensa que todas esas almas, las de los buenos y las de los malos, han sido criadas para dar gloria a Dios.

   ¿Es que se frustran los planes de Dios? No. Y sin meterme ahora a demostrar cómo buenos y malos, cada cual a su manera, dan gloria a Dios, quiero detenerme en la consideración y exposición de un fenómeno curiosísimo y, más que esto, conmovedor que se observa en la vida espiritual.

   Él fenómeno es, y lo habrán observado como yo otros muchos, que en los pueblos más perversos y degradados, crecen y viven las almas más santas.

   Son pocas, muy pocas, es verdad, pero ¡qué delicadezas de virtud, qué heroísmos de amor, qué milagros de caridad, qué maravillas de abnegación silenciosa y, sobre todo esto, qué formación tan misteriosa y tan en contraposición a todo lo que les rodea!

   En mis correrías apostólicas ¡cuántas veces me he sentido anonadado y confundido, al encontrarme con esas almas en el confesonario, en el tren, en el campo, en donde menos lo esperaba!

   Me he encontrado con almas que apenas sabían rezar, dotadas de altísima oración. Almas que nunca habían comulga­do, porque nadie las había llevado, enriquecidas con una no interrumpida presencia de Dios. Almas que sin conocer el catecismo y, teniendo más bien motivos para conocer todas las atrocidades contra él escritas, sabían más teología que se aprende en las aulas. He visto unos modos de sacrificar­se, de hacer bien, de practicar las más difíciles virtudes en circunstancias adversas...

   ¿Quién las había enseñado? ¿Quién las sostenía? ¿Quién hacía esos milagros contra la lógica?

 

                                                       ***

 

   Lo que yo he sacado en limpio de esos fenómenos, es que Dios Nuestro Señor siempre saca su gloria o de la cantidad o de la calidad. Tanta, y me atrevería a decir, más gloria dan a Dios esas almitas ignoradas y sublimes en número de dos o de tres en cada pueblo, que le darían todos los vecinos del mismo si fueran unos cristianos ordinarios y vulgares..   

   Muchas veces me hago estas reflexiones cuando miro contristado, sobre todo en las grandes ciudades, el contraste entre esos grupitos de almas escogidas y esas muchedumbres sin cuento de gentes olvidadas y enemigas de Dios.

   ¡Dios mío, me digo, cuántas rodillas dobladas ante el demonio y qué poquitas dobladas ante Ti! ¡Qué exiguo el partido de Dios y qué asombrosamente numeroso el partido del demonio!

   Y horrorizado ante ese misterio de ingratitud y de locura de los hombres, llego a tranquilizarme relativamente, compa­rando lo mucho que vale aquel pequeño rebaño y lo poco, lo nada que vale el ejército enemigo.

   Para alistarse en él, una sola condición basta: ser cobarde. Es el ejército de los vencidos de los vicios.

 

    En cambio, aquellas almas tan insignificantes, tan despreciables a los ojos del mundo, ¡cuánto valen! Éllas, con el valor llevado al heroísmo, la virtud que prefiere morir a mancharse, haciendo fácil lo extremadamente arduo a fuerza de practicarlo cada día y cada hora, ¡qué grandes!

   Qué poco podrá ufanarse el demonio de la ejecutoria y nobleza de su gente reclutada de entre todos los cobardes de la historia y de la conciencia que han sido y son.

   Y ¡qué satisfecho podrá mostrarse el Señor presentando ante los cielos y ante la tierra, la magnífica, inapreciable e imponderable figura de un santo hecho de barro!

   Recuérdese a Abrahán obteniendo del Señor la salvación de la ciudad de Sodoma, por sólo cinco justos que en ella hubiese. Recuérdese a Lot salvando él solo de la ruina la ciudad de Segor, por vivir en ella. Recuérdese la satisfac­ción con que Dios se recreaba en su siervo Job, presentándolo a la confusión de Satanás. Y en el Nuevo Testamento, recuér­dense las mercedes otorgadas a pueblos enteros, por la intercesión de un solo justo, y se tendrá convencimiento de mis anterio­res afirmaciones.

 

    Y pregunto: ¿no será una obra de utilidad suma y de provecho inestimable, la que se dedique a buscar en cada pueblo, esas cinco almas justas, o ese único justo y ponerlas en explotación, fomentarlas y sostenerlas y tender entre ellas y las de otros pueblos los lazos de la inteligencia mutua y de la fraternidad más estrecha?

   Las Marías se lisonjean de perseguir ese ideal.

   ¡Me lo han contado tantas veces! ¡Qué sorpresas tan agradables han tenido en sus pueblos, gracias a haber tropezado con esas almas desconocidas!

   ¡Pobrecillas! Marchaban con la emoción de la gran obra de misericordia que iban a hacer con el Divino Abandonado del pueblo, pero al mismo tiempo, con el secreto miedo de obstáculos desconocidos y presentidos, quizá insuperables, y al llegar ¡oh sorpresa!, las lágrimas de una anciana, o la voz trémula de un anciano sacerdote tan desairado como su Señor, o la curiosidad anhelante de una niña, o la efusión con que las acoge un vecino anónimo, les hace saber, que sin conocerlas, en aquel pueblo las esperaban y las amaban.

   Y cuando ya se conocen y se tratan ¡qué historias de graciosas coincidencias, de felices casualidades, de frutos inopinados, de misteriosas armonías, de constantes anhelos se descubren y se cuentan!

 

   Un libro de muchos folios necesitaría para contar todas esas historias que nuestras Marías han aprendido en sus pueblos y que todas convienen en descubrir almas anónimas, alimentadas, sin darse cuenta, de una muy larga esperanza de que el Jesús de su Sagrario, habría de ser conocido y amado y de ganas de cantar el Nunc dimittis de Simeón al ver alborear el deseado día de la llegada de las providenciales mensajeras del Sagrario abandonado. ¡Oh misterios de las divinas y misericordiosas compensaciones!

 

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