La buena
semilla y la cizaña
(Mt
13,24-30)
1. Acabamos de oír el santo
Evangelio, y a Cristo el Señor que habla en él. Hablaremos de ello lo que él nos
otorgue. Podría yo fatigarme, hermanos, en exponeros esta parábola; pero nos
ahorró el trabajo, ya que la expuso el mismo que la compuso. Quien leyó el
Evangelio, leyó hasta el lugar en que el Señor dice: Recoged primero la cizaña
y atadla en manojos para quemarla; y guardad el trigo en el granero. Pero
luego, como está escrito, se acercaron a él sus discípulos y le dijeron:
Explícanos la parábola de la cizaña. Y el que está en el seno del Padre, él la
expuso, diciendo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre,
refiriéndose a sí mismo. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos
del reino; la cizaña son los hijos del maligno; el enemigo que la siembra es el
diablo; la siega es el fin del siglo; los segadores son los ángeles. Y cuando
viniere el Hijo del hombre, enviará a sus ángeles y recogerán de su reino todos
los escándalos, y los arrojarán al horno de fuego ardiente; allí será el llanto
y el rechinar de dientes. Entonces refulgirán los justos como el sol en el
reino de su Padre. Recito palabras del Señor Cristo, que no han sido leídas,
pero están escritas. Así nos expuso él lo que nos propuso. Ved lo que
preferimos ser en su campo; considerad cuáles nos hallará la siega. El campo,
que es el mundo, es la Iglesia difundida por el mundo. Quienes trigo, persevere
hasta la siega; los que son cizaña, háganse trigo.
Porque entre los hombres y las
espigas de verdad o la cizaña real hay esta diferencia: cuando nos referimos a
la agricultura, la espiga es espiga y la cizaña es cizaña. Pero en el campo del
Señor, esto es, la Iglesia, a veces, lo que era trigo se hace cizaña y lo que
era cizaña se convierte en trigo; y nadie sabe lo que será mañana. Por eso los
obreros, indignados con el padre de familia, querían ir a arrancar la cizaña,
pero no se lo consintió; quisieron arrancar la cizaña y no se les permitióse
parar esa cizaña. Hicieron aquello para lo que servían, y dejaron la separación
a los ángeles. No querían reservar a los ángeles la separación de la cizaña;
más el padre de familia, que conocía a todos y sabía que era menester dejar
para más tarde la separación, les mandó tolerarla, no separarla. Ellos
preguntaron: ¿Quieres que vayamos y la recojamos? El respondió: No, no sea que
al querer arrancar la cizaña arranquéis también el trigo. ¿Entonces, Señor, la
cizaña estará también con nosotros en el granero? Al tiempo de la siega diré a
los segadores: Recogedla cizaña y atad los haces para quemarla. Tolerad en el
campo lo que no tendréis con vosotros en el granero.
2. Escuchad, carísimos granos
de Cristo; escuchad, carísimas espigas de Cristo; escuchad, carísima mies de
Cristo; reflexionad sobre vosotros mismos, mirad a vuestra conciencia,
interrogad a vuestra fe, preguntad a vuestra caridad, despertad vuestra
conciencia; y si os reconocéis mies de Cristo, traed a vuestra mente: Quien perseverare
hasta el fin, ése será salvo. Pero quien, al escudriñar su conciencia, se
encontrare entre la cizaña, no tema cambiarse. Todavía no hay orden de cortar,
aún no llegó la siega; no seas hoy lo que eras ayer, o no seas mañana lo que
eres hoy. ¿De qué te sirve lo que dices, sino en cuanto cambies? Dios promete
indulgencia si cambias tú, pero no te promete el día de mañana. Tal como seas
al salir del cuerpo, tal llegarás a la siega. Muere alguien, no sé quién y era
cizaña; ¿acaso podrá allá hacerse trigo? Es aquí en el campo donde el trigo
puede hacerse cizaña y la cizaña trigo; aquí eso es posible; pero allá, es
decir, después de esta vida, es tiempo de recoger lo que se hizo, no de hacer lo
que no se hizo. Y quien fuere como cizaña y quisiere separarse del campo del
Señor Cristo, ya no será trigo, pues si lo fuese seguiría siéndolo. ¿Por qué
teme el trigo a la cizaña? Dejad que ambos crezcan hasta la siega, dice el
padre de familia. Crezcan juntos, los segadores no yerran y saben cómo hacer
los haces y arrojarlos al fuego. Con el trigo no pueden hacerse haces y ser
enviados al fuego. Los haces significan separación. Arrio tiene su haz allí,
Eunomio tiene su haz allí, Fotino tiene allí su haz, Donato tiene allí su haz,
Maniqueo tiene allí su haz, Prisciliano tiene allí su haz. Todos estos haces
serán arrojados al fuego; esté tranquilo el trigo, se gozará puro en el
granero.
3. ¿Y dónde no ha sembrado
cizaña aquel enemigo? ¿Qué clase, qué lugar de mieses halló, y no esparció cizaña?
¿Acaso la sembró entre los laicos y no entre los clérigos, o entre los obispos?
¿O la sembró entre los casados, pero no entre los que profesan castidad? ¿O la
sembró entre las casadas y no entre las monjas? ¿O las sembró entre las casas
de los laicos y no en las congregaciones de monjes? Por doquier la esparció,
por doquier la sembró. ¿Qué respetó sin mezcla? Pero demos gracias a Dios, ya
que quien se dignará separar, no sabe errar.
No se oculta a vuestra caridad
que la cizaña se encuentra también en la mies más excelsa y honorable. Y entre los
profesos se halla cizaña. Y decís: En tal lugar se vio que había malos; en tal
congregación se vio que había malos; en todas partes se vio que había malos,
pero no siempre reinarán los malos con los buenos. ¿Por qué te asombras de
haber descubierto malos en un lugar santo? ¿No sabes que el primer pecado de
desobediencia ocurrió en el paraíso y por ella cayó el ángel?¿Acaso manchó el
cielo? Cayó Adán; ¿acaso infeccionó el paraíso? Cayó uno de los hijos de Noé;
¿acaso contaminó la casa del justo? Cayó Judas; ¿acaso contaminó al coro de los
Apóstoles? A veces, según la estimación humana, se cree que es trigo lo que es
cizaña; o se cree cizaña lo que en realidades trigo. Por estas apariencias dice
el Apóstol: No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, e
iluminará los escondrijos de las tinieblas, y manifestará los pensamientos del
corazón, y entonces cada uno recibirá de Dios su alabanza. Pasa la alabanza
humana; a veces un hombre alaba al malo sin saberlo; a veces el hombre acusa al
santo sin saberlo. ¡Dios perdone a los que no saben y socorra a los que sufren
por esta ignorancia!
SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios
Sinópticos, Sermón 73A, 1-3, BAC Madrid 1983, 372- 77
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