Homilía pronunciada por el
Papa Pablo VI
en la basílica de
San Pedro
San Pedro
el 3 de octubre de 1970
en el acto de la proclamación de
Santa Catalina
de Siena
de Siena
como Doctora de la Iglesia
Universal
La
alegría espiritual que ha inundado nuestra alma al proclamar doctora de la
Iglesia a la humilde y sabia virgen dominica Catalina de Siena, encuentra su
explicación más profunda, y hasta podíamos decir su justificación, en la
alegría purísima experimentada por el Señor Jesús cuando, como nos narra el
evangelista San Lucas, "se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo
y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado
estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños. Sí, Padre,
porque tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10,21; cfr. Mt 11,25-26).
El Señor elige a los
humildes y sencillos
En
realidad, cuando daba gracias al Padre por haber revelado los secretos de su
divina sabiduría a los humildes, Jesús no tenía presentes en su espíritu
solamente a los doce, que él mismo había elegido de entre el pueblo inculto, y
que habría de mandar un día, en calidad de apóstoles suyos, a instruir a todas
las gentes y a enseñarles todo lo que les había encomendado (cfr. Mt 28,19-20),
sino que tenía también presentes a todos los que habían de creer el él, muchos
de los cuales se contarían entre los menos dotados de los ojos del mundo.
El
Apóstol de las Gentes se complacía en observar precisamente este hecho cuando
escribía a la comunidad de la griega Corinto, ciudad en la que pululaba gente
inflada de humana sabiduría:
"Y
si no, mirad, hermanos, vuestra vocación; pues no hay entre vosotros muchos
sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Antes eligió Dios
la necedad del mundo para confundir a los sabios y eligió Dios la flaqueza del
mundo para confundir a los fuertes; y lo plebeyo, el desecho del mundo, lo que
no es nada, lo eligió Dios para destruir lo que es, para que nadie pueda
gloriarse ante Dios" (1 Cor 1,26-29).
Esta
elección de Dios, que prefiere lo que es irrelevante e incluso despreciable a los
ojos del mundo, había sido ya preanunciada por el Maestro cuando - en clara
antítesis con las valoraciones terrenas- había llamado bienaventurados y
predestinados a su reino a los pobres, a los que sufren, a los mansos, a los
que padecen hambre y sed de justicia, a los puros de corazón, a los
constructores de la paz (cfr. Mt 5,3-10).
Testimonio de la
bienaventuranzas evangélicas
Queremos
poner inmediatamente de relieve cómo en la vida y en la actividad externa de
Catalina las bienaventuranzas evangélicas han tenido un modelo de
extraordinaria verdad y belleza. Por otra parte, todos vosotros sabéis hasta
que punto estuvo su espíritu libre de toda codicia terrena; cómo amó la
virginidad consagrada al esposo celeste, Cristo Jesús; cómo sintió el hambre de
justicia y qué entrañas de misericordia demostró al tratar de restablecer la
paz en las familias y en las ciudades, desgarradas por la rivalidad y por odios
atroces; cómo se prodigó para reconciliar la República de Florencia con el Sumo
Pontífice Gregorio X, hasta el punto de exponer la vida ala venganza de los
rebeldes. Tampoco nos detendremos a admirar las excepcionales gracias místicas
con que quiso regalarla el Señor, entre las que se cuentan el místico
matrimonio y los sagrados estigmas. Tampoco creemos oportuno en la presente
circunstancia evocar la historia de sus generosos esfuerzos para convencer al
Papa a volver a Roma, su sede legítima. El éxito con que vio coronados sus
esfuerzos fue realmente la obra maestra de su actividad, y eso permanecerá a través
de los siglos como su gloria más grande y será un título del todo especial para
que la Iglesia le esté eternamente agradecida.
Creemos,
en cambio, oportuno en este momento sacar a luz, aunque sea brevemente, el
segundo de los títulos que justifican, según el juicio de la Iglesia, la
concesión del doctorado a la hija de la ilustre ciudad de Siena. Se trata de la
peculiar excelencia de su doctrina.
Por
lo que se refiere al primer título, es decir, a su santidad, el reconocimiento
solemne se debe al Pontífice Pio II su paisano, por medio de la bula de
canonización Misericordias Domini, de la que él mismo fue autor, con su estilo
inconfundible de humanista. La solemne ceremonia litúrgica tuvo lugar en la
basílica de San Pedro el 29 de junio de 1461.
Los carismas de Santa
Catalina
¿Qué
diremos, por tanto, de la eminencia de la doctrina de Santa Catalina?. Nosotros
ciertamente no encontramos en los escritos de la Santa, es decir, en sus
Cartas, conservadas en gran número; en el Diálogo de la Divina Providencia o
libro de la divina Doctrina y en sus Oraciones el valor apologético y la
audacia teológica que caracterizan las obras de las grandes lumbreras de la
Iglesia antigua, tanto en Oriente como en Occidente; ni podemos pretender de la
virgen de Fontabranda, que no poseía cultura especial, las altas especulaciones
propias de la Teología sistemática que han inmortalizado a los doctores del
medioevo escolástico. Y si es cierto que en sus escritos se refleja de una
manera sorprendente la teología del Doctor Angélico, en cambio, se nos presente
carente de toda referencia científica. Pero lo que más sorprende en la Santa es
la sabiduría infusa, es decir, la luminosa, profunda y extraña asimilación de
las verdades divinas y de los misterios de la fe contenidos en los Libros
Sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento. Es una asimilación que se ve
ciertamente favorecida por dotes naturales del todo singulares, pero que es
evidentemente prodigiosa, causada por el carisma de sabiduría del Espíritu
Santo, un carisma místico.
Santa
Catalina de Siena ofrece en sus escritos uno de los más luminosos modelos de
los carismas de consejo, de palabra de sabiduría y de palabra de ciencia,
que San Pablo testimonia que actuaron en algunos fieles de las comunidades
cristianas primitivas y cuyo uso se esforzó por disciplinar convenientemente,
advirtiendo que tales dones no son tanto para provecho de los que los poseen,
sino más bien para provecho de todo el Cuerpo de la Iglesia. En efecto -
explica el apóstol-, "todas las cosas las obra el único y mismo
Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere" (1 Cor 12,11), de
forma que sobre todos los miembros del místico organismo de Cristo debe
redundar el beneficio de los tesoros espirituales que su Espíritu distribuye
(cfr. 1 Cor 11,5; Rom 12,8; 1 Tim 6,2; Tit 2,15).
"Su
doctrina no fue adquirida; hay que considerarla como maestra antes que como
discípula"; así declaró el mismo Pío II en la bula de canonización. Y ,
ciertamente, ¡cuántos rayos de sabiduría sobrehumana, cuántas urgentes llamadas
a la imitación de Cristo en todos los misterios de su vida y de su Pasión,
cuántos eficaces consejos para el ejercicio de la virtudes propias para los
diversos estados de vida se encuentran esparcidos en las obras de la Santa!.
Sus Cartas son otras tantas chispas de un fuego misterioso, encendido en su
corazón ardiente por el Amor infinito que es el Espíritu Santo.
¿Cuáles
son las líneas características y los temas dominantes de su magisterio ascético
y místico?. Nos parece que, a imitación del glorioso Pablo, del que toma
incluso el estilo robusto e impetuoso, catalina es la mística del Verbo
Encarnado y, sobre todo, de Cristo crucificado. Catalina de Siena fue la
pregonera de la virtud redentora de la sangre adorable del Hijo de Dios,
derramada sobre el leño de la cruz con amor desbordante para la salvación de
todas las generaciones humanas. La Santa veía fluir continuamente esta sangre
del Salvador en el sacrificio de la Misa y en los Sacramentos, por medio de la
acción ministerial de los ministros sagrados, para purificación y
embellecimiento de todo el Cuerpo Místico de Cristo. Por lo cual podemos llamar
a Catalina la mística del cuerpo místico de Cristo, es decir, de la Iglesia.
Por
otra parte, la Iglesia es para ella una auténtica madre, a la que uno debe
someterse, reverenciar y prestar asistencia. "La Iglesia no es otra
cosa que el mismo Cristo", se atreve a decir la Santa.
¡Qué
respeto y apasionado amor nutrió santa Catalina hacia el Romano Pontífice!
Nosotros personalmente, el más pequeño siervo de los siervos de Dios, nos
sentimos hoy muy agradecidos a Santa Catalina, no precisamente por el honor que
pueda redundar en nuestra humilde persona, sino por la mística apología que
ella hizo de la misión apostólica del sucesor de Pedro.
El amor al Papa y a la
Iglesia
Todos
lo saben. Ella contemplaba en el Papa al "dulce Cristo en la tierra",
a quien se debe afecto filial y obediencia, porque "quien se muestre
desobediente a Cristo, que está en el cielo, no participa del fruto de la
sangre del Hijo de Dios"
Y,
como, anticipándose no sólo a la doctrina, sino incluso al lenguaje del
concilio Vaticano II, la santa escribe al Papa Urbano VI: "Santísimo
Padre..: Tened presente la gran urgencia, que os corresponde a vos y a la santa
Iglesia, de conservar este pueblo (Florencia) en la obediencia y en la
reverencia a Vuestra Santidad, dado que sois para nosotros el jefe y el
principio de nuestra fe".
Se
dirige, además, a cardenales y a muchos obispos y sacerdotes con insistentes
exhortaciones, y no escatima fuertes reproches, haciéndolo siempre con perfecta
humildad y con el respeto debido a su dignidad de ministros de la sangre de
Cristo.
Tampoco
olvidaba Catalina que era hija de una Orden religiosa de las más gloriosas y
activas de la Iglesia. Así, pues, ella nutre una estima singular por las que
llama las "santas religiones", a las cuales considera como vínculos
de unión en el cuerpo místico, constituido por los representantes de Cristo
(según una concepción suya propia) y el cuerpo universal de la religión
cristiana, es decir, los simples fieles. Exige de los religiosos fidelidad a su
excelsa vocación por medio del ejercicio generoso de las virtudes y de la
observancia de las reglas respectivas. Tampoco olvida, en su maternal
solicitud, a los laicos, a quienes dirige encendidas y numerosas cartas,
pidiéndoles prontitud en la práctica de las virtudes cristianas y de los
deberes del propio estado y una ardiente caridad para con Dios y para con el
prójimo, porque también ellos son miembros vivos del Cuerpo místico; ahora bien,
dice la santa "la Iglesia está fundada en el amor y ella misma es
amor".
Espíritu renovador y
servicio al bien común
¿Cómo
no recordar, además, la actividad desarrollada por la Santa a favor de la
reforma de la Iglesia?. Dirige sus exhortaciones principalmente a los sagrados
pastores, indignada con santo enojo por la pereza de no pocos de ellos,
preocupada por su silencio, mientras que la grey a ellos confiada andaba
dispersa y sin dirección. "Ay de mí no puedo callar. Gritemos con cien
mil lenguas - escribe a un alto prelado -. Creo que, por callar, el mundo está
corrompido, la esposa de Cristo ha empalidecido, ha perdido el color, porque le
están chupando la propia sangre, es decir, la sangre de Cristo".
¿Qué
entendía ella por renovación y reforma de la Iglesia?. No ciertamente la
subversión de las estructuras esenciales, la rebelión contra los pastores, la
vía libre a los carismas personales, las arbitrarias innovaciones del culto y
de la disciplina, como algunos querrían en nuestros días. Por el contrario,
Catalina afirma repetidamente que le será devuelta la belleza a la Esposa de
Cristo y se deberá hacer la reforma "no con guerra, sino con paz y
tranquilidad, con humildes y continuas oraciones, sudores y lagrimas de los
siervos de Dios". Se trata, por tanto, para la Santa, de una reforma
ante todo interior y después externa, pero siempre en la comunión y en la
obediencia filial a los legítimos representantes de Cristo.
¿Fue
también política nuestra devotísima virgen?. Ciertamente lo fue, y de una
manera excepcional, pero en el sentido espiritual de la palabra. Santa Catalina
rechaza indignada la acusación de politizante que le lanzan algunos de su
contemporáneos, escribiendo a uno de ellos:"… Mis paisanos creen que,
gracias a mí y alas personas que me rodean, se hacen tratados; dicen la verdad,
pero no saben de qué se trata, y, sin embargo, aciertan en sus juicios, porque
no pretendo otra cosa ni quiero que los que me rodean se ocupen si no es de
vencer al demonio y arrebatarle el señorío que ha adquirido sobre el hombre por
medio del pecado mortal, en extraer el odio del corazón del hombre y en
pacificarlo con Cristo crucificado y con su prójimo".
Por
tanto, la lección de esta mujer política "sui generis" conserva
todavía su significado y valor, aunque hoy se siente la necesidad de hacer la
debida distinción, entre las cosas del Cesar y las de Dios, entre la Iglesia y
el Estado. El magisterio político de la Santa encuentra la más genuina y
perfecta expresión en esta sentencia lapidaria debida a su pluma: "Ningún
Estado puede observar la ley civil y la ley divinas en estado de gracia si no
observa la santa justicia".
Entrega total a Cristo
No
cuenta con haber desarrollado un intenso y vastísimo magisterio de verdad y
bondad con su palabra y sus escritos, Catalina, quiso sellarlos con la ofrenda
final de su vida al Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, en la edad
todavía joven de treinta y tres años. Desde su lecho de muerte, rodeada de sus
fieles discípulos en una celda junto a al Iglesia de santa María sopra Minerva,
en Roma, dirigió al Señor esta conmovedora oración, verdadero testamento de fe
y de agradecido y ardiente amor:
"Dios
eterno, recibe el sacrificio de mi vida a favor del Cuerpo místico de la santa
Iglesia. No tengo otra cosa que darte si no es lo que tú me has dado a mí. Toma
mi corazón y estrújalo sobre la faz de esta esposa"
El
mensaje que nos trasmite es, por tanto, de una fe purísima, de un amor
ardiente, de una entrega humilde y generosa a la Iglesia Católica. Cuerpo
místico y Esposa del divino Redentor. Este es el mensaje específico de la nueva
doctora de la Iglesia, Catalina de Siena, para que sea luz y ejemplo de cuantos
se glorían de pertenecer a ella. Acojámoslo con ánimo agradecido y generoso,
para que sea luz de nuestra vida terrena y prenda segura de la definitiva
pertenencia a la Iglesia triunfante del cielo.
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