Entrevista concedida por el
Cardenal y arzobispo de
Bolonia
S.E.R Carlo Caffarra,
a Matteo Mateuzzi
de Il Foglio
Si
hablamos de la ideología de género y del denominado «matrimonio» homosexual, es
verdad que en los años de la Familiaris
Consortio no se hablaba de ello.
Pero de todos los demás problemas, sobre todo de los divorciados vueltos a
casar, se habló largamente. De esto soy testigo directo, porque fui uno de los
consultores del Sínodo de 1980. Decir que la Familiaris Consortio ha nacido en un contexto histórico
completamente distinto del actual no es verdad. Después de matizar esto, puedo
decir antes que nada que la FC nos ha enseñado un método con el que
se deben afrontar las cuestiones sobre el matrimonio y la familia. Usando ese
método la Familiaris Consortio ha llegado a una doctrina que sigue
siendo un punto de referencia ineludible. ¿Cuál es el método? Cuando preguntan
a Jesús en qué condiciones era lícito el divorcio no se discutía en ese momento
sobre la licitud como tal; Jesús no entra en la problemática casuística de la
que nacía la pregunta, sino que indica en qué dirección se debía mirar para
entender qué es el matrimonio y en consecuencia cuál es la verdad de la
indisolubilidad matrimonial. Fue como si Jesús hubiera dicho: «Mirad que debéis
salir de esta lógica casuística y mirar en otra dirección: la del «Principio». Es decir: debéis mirar allá
donde el hombre y la mujer vienen a la existencia, en la verdad plena de su ser
hombre y mujer llamados a ser una sola carne. (…)
¿Cuál es el
significado más profundo y actual de la Familiaris Consortio ?
«Por
tener ojos capaces de conservar la luz del Principio», la Familiaris Consortio afirma que la Iglesia tiene un «sentido
sobrenatural de la fe» que no consiste única o necesariamente en el consenso de
los fieles. «La Iglesia ,
siguiendo a Cristo, busca la verdad que no siempre coincide con la opinión de
la mayoría. Escucha a la conciencia y no al poder, en lo cual defiende a los
pobres y despreciados. La
Iglesia puede recurrir también a la investigación sociológica
y estadística, cuando se revele útil para captar el contexto histórico dentro
del cual la acción pastoral debe desarrollarse y para conocer mejor la verdad;
no obstante tal investigación por sí sola no debe considerarse, sin más,
expresión del sentido de la fe» (FC 5). He hablado de «verdad del matrimonio».
Querría precisar que esta expresión no indica una norma ideal del matrimonio.
Indica lo que Dios con su acto creador ha inscrito en la persona del hombre y
de la mujer. Cristo dice que antes de considerar los casos, conviene saber de
qué cosa estamos hablando. No estamos hablando de una norma, que admita o no
excepciones, de un ideal hacia el cual haya que ir. Estamos hablando de qué es
el matrimonio y qué es la familia. (…) La Exhortación describe
el sentido más profundo de la indisolubilidad matrimonial (FC 20). La Familiaris Consortio
representa un desarrollo doctrinal grandioso, hecho posible también gracias al
ciclo de catequesis de Juan Pablo II sobre el amor humano (…), dirigiendo su
atención a las raíces profundas. (…) Y no ha ignorado los problemas concretos.
Ha hablado también del divorcio, de las parejas de hecho, del problema de la
admisión a la Eucaristía
de los divorciados vueltos a casar. Por tanto la imagen de una Familiaris Consortio que pertenece al pasado, que no tiene
nada que decir en el presente, o es una caricatura o es lo que consideran
personas que no la han leído.
Muchas conferencias
episcopales han destacado que las respuestas a los cuestionarios en preparación
de los dos próximos Sínodos muestran que la doctrina de la Humanae Vitae ya
sólo crea confusión. ¿Es así, o ha sido un texto profético?
El
28 de junio de 1978, algo más de un mes antes de morir, Pablo VI decía: «Por la Humanae Vitae, daréis gracias a Dios y
a mí». Después de 46 años, veamos sintéticamente qué ha sucedido a la
institución matrimonial y nos daremos cuenta de cómo aquel documento fue
profético. Negando la conexión inseparable entre la sexualidad conyugal y la
procreación, es decir negando la enseñanza de la Humanae Vitae, se ha abierto el camino
a la recíproca desconexión entre la procreación y la sexualidad conyugal: «from
sex without babies to babies without sex» (NdR «del sexo
sin niños al niños
sin sexo»). Se ha ido oscureciendo progresivamente que el
fundamento de la procreación humana está en el amor conyugal, y se ha
construido gradualmente la ideología de que cualquiera puede tener un hijo, el
hombre o la mujer solteros, los homosexuales, incluso mediante la «maternidad
subrogada». Se ha pasado por tanto de la idea del hijo esperado como un don al
hijo programado como un derecho: se dice que existe el derecho a tener un hijo.
(...) Esto es increíble. Yo tengo el derecho a tener cosas, no personas. Se ha
ido progresivamente construyendo un código simbólico, ético y jurídico, que
relega la familia y el matrimonio a la pura afectividad privada, sin importar
sus efectos en la vida social.
La
pregunta que hay que hacerse no es si la Humanae
Vitae es aplicable hoy o hasta
qué punto es aplicable o si solo crea confusión. La pregunta qué conviene
hacerse es ¿la Humanae
Vitae dice la verdad sobre el bien propio de la relación
conyugal? ¿Dice la verdad acerca del bien que está presente en la unión de las
personas de los dos cónyuges en el acto sexual? En efecto, la esencia de las
proposiciones normativas de la moral y del derecho se encuentra en la verdad
del bien que en ellas es objetivada. Si no se razona con esta perspectiva, se
cae en la casuística de los fariseos. Y ya no se vuelve a salir, porque se
entra en un callejón al final del cual se encuentra la obligación de elegir
entre la norma moral y la persona. Si se salva una, no se salva la otra. La
pregunta del pastor es por tanto la siguiente: ¿cómo puedo orientar a los
cónyuges para que vivan su amor conyugal en la verdad? El problema no es
verificar si se encuentran en una situación que les exime de una norma, sino
cuál es el bien de la relación conyugal. Cuál es su verdad íntima. Me sorprende
que alguno diga que la Humanae
Vitae crea confusión. ¿Qué quiere
decir? ¿Conocen la fundamentación que ha hecho Juan Pablo II de la Humanae Vitae ?
Añado
una consideración. Me maravilla profundamente el hecho de que, en este debate,
ni siquiera eminentísimos cardenales tengan en cuenta las 134 Catequesis sobre el amor humano.
Nunca un Papa había hablado tanto de esto. Ese magisterio es ignorado, como si
no existiese. ¿Crea confusión? Quien afirma esto ¿está al corriente de cuánto
se ha hecho en el plano científico sobre la regulación natural de la
concepción? ¿Está al corriente de innumerables parejas que en el mundo viven
con alegría la verdad de la Humanae
Vitae?
El Cardenal Kasper
subraya también que hay grandes expectativas en la iglesia respecto al Sínodo y
que se corre el riesgo de «una pésima desilusión» si aquellas fueran
desatendidas. ¿Es un riesgo real, a su juicio?
No
soy profeta ni soy hijo de profetas. Ocurre algo admirable. Cuando el pastor no
predica opiniones suyas o del mundo, sino el Evangelio del matrimonio, sus
palabras golpean los oídos de los que escuchan, pero en su corazón entra en
acción el Espíritu Santo abriéndolo a las palabras del pastor. Me pregunto
además de qué expectativas estamos hablando. Una gran cadena de televisión de
Estados Unidos ha realizado una encuesta en comunidades católicas por todo el
mundo, que refleja una realidad muy diferente de las respuestas al cuestionario
registradas en Alemania, Suiza y Austria. Un solo ejemplo. El 75 por ciento en
la mayoría de los países africanos es contrario a la admisión a la Eucaristía de los
divorciados vueltos a casar. Repito de nuevo: ¿de qué expectativas estamos
hablando? ¿De las del occidente? ¿Es entonces occidente el paradigma
fundamental sobre el que la
Iglesia debe evangelizar? ¿Así estamos todavía? Vayamos y
escuchemos también un poco a los pobres. Me quedo muy perplejo y pensativo
cuando se dice que si no se avanza en una cierta dirección sería mejor no haber
convocado el Sínodo. ¿En qué dirección? ¿La dirección que, según se dice, han
indicado las comunidades de centroeuropa? ¿Y por qué no en la dirección indicada
por las comunidades africanas?
El Cardenal Müller ha
dicho que es terrible que los católicos no conozcan la doctrina de la Iglesia y que esta
carencia no puede justificar la exigencia de adecuar la enseñanza católica al
espíritu de nuestro tiempo. ¿Se echa en falta una pastoral familiar?
Ha
faltado esa pastoral. Es una gravísima responsabilidad de nosotros los pastores
reducir todo a los cursos prematrimoniales. ¿Y la educación de la afectividad
de los adolescentes, de los jóvenes? ¿Qué pastor de almas habla hoy de
castidad? Un silencio casi total, desde hace años, por lo que yo conozco.
Fijémonos en el acompañamiento de las parejas jóvenes: preguntémonos si hemos
anunciado de verdad el Evangelio del matrimonio, si lo hemos anunciado como
pidió Jesús. Y además, ¿por qué no nos preguntamos por qué los jóvenes ya no se
casan? No siempre es por razones económicas, como se suele decir. Hablo de la
situación en Occidente. Si se hace una comparación con los jóvenes que se
casaban hasta hace treinta años, las dificultades que tenían no eran menores de
las de hoy. Pero aquellos construían un proyecto, tenían una esperanza. Hoy
tienen miedo y el futuro da miedo; pero si hay una decisión que exige esperanza
en el futuro, es la decisión de casarse. Estas son las preguntas fundamentales,
hoy. Tengo la impresión de que si Cristo se presentase de pronto en una reunión
de sacerdotes, obispos y cardenales que discuten sobre todos los graves
problemas del matrimonio y la familia, y le preguntaran como hicieron los fariseos:
«Maestro, ¿pero el matrimonio es disoluble o indisoluble? ¿O en algunos casos,
después de una debida penitencia...?». ¿Qué respondería Jesús? Pienso que la
misma respuesta que dio a los fariseos: «Mirad al Principio».
El
hecho es que ahora se quieren curar los síntomas sin afrontar seriamente la
enfermedad. El Sínodo, por tanto, no podrá evitar tomar posición frente a este
dilema: la forma en que se está modificando la morfología del matrimonio y de
la familia es positivo para la persona, para sus relaciones y para la sociedad,
o más bien lleva a la decadencia de la persona, de sus relaciones, lo que puede
tener efectos devastadores sobre toda una civilización? El Sínodo no puede
evitar esta pregunta.
Se habla de la
posibilidad de readmitir a la
Eucaristía a los divorciados vueltos a casar. Una de las
soluciones propuestas por el Cardenal Kasper toma en consideración un período
de penitencia que lleve al pleno acercamiento. ¿Es una necesidad ya ineludible
o es una adecuación de la enseñanza cristiana según las circunstancias?
Quien
hace esa hipótesis, al menos hasta ahora no ha respondido a una pregunta muy
sencilla: ¿qué pasa con el primer matrimonio rato y consumado? Si la Iglesia admite a la Eucaristía , debe dar en
cualquier caso un juicio de legitimidad de la segunda unión. Es lógico. Pero
los Papas siempre han enseñado que la potestad del Papa no alcanza a esto:
sobre el matrimonio rato y consumado el Papa no tiene ningún poder. La solución
que se ha propuesto lleva a pensar que permanece el primer matrimonio, pero hay
también una segunda forma de convivencia que la Iglesia legitima. En
consecuencia, hay un ejercicio de la sexualidad humana extraconyugal que la Iglesia considera
legítimo. Pero con esto se niega la columna que sostiene la doctrina de la Iglesia sobre la
sexualidad. Y entonces uno podría preguntarse: ¿y por qué no se aprueban las
uniones de hecho? ¿Y por qué no las relaciones entre homosexuales? La pregunta
de fondo es por tanto sencilla: ¿qué pasa con el primer matrimonio? Pero nadie
responde. Juan Pablo II decía en
el año 2000 en una alocución a la
Rota que «se
deduce claramente que el Magisterio de la Iglesia enseña la no extensión de la potestad del
Romano Pontífice a los matrimonios sacramentales ratos y consumados como
doctrina que se ha de considerar definitiva, aunque no haya sido declarada de
forma solemne mediante un acto de definición» (NdR. n.6 de la Alocución ). La fórmula
es técnica, «doctrina que se ha de considerar definitiva» y quiere decir que
sobre esto no se admite la discusión entre los teólogos y la duda entre los
fieles.
Entonces, ¿no es una
cuestión sólo de praxis, sino también de doctrina?
Sí,
en esto se toca la doctrina. Inevitablemente. Se puede decir que no se hace,
pero se hace. Y no sólo eso. Se introduce una costumbre que con el tiempo
asienta esta idea en el pueblo, no solo cristiano: no existe ningún matrimonio
absolutamente indisoluble. Y esto ciertamente va contra la voluntad del Señor.
No hay ninguna duda sobre esto.
¿Pero no existe el
riesgo de considerar el sacramento solo como una especie de barrera disciplinar
y no como un medio de curación?
Es
verdad que la gracia del sacramento también sana, pero conviene ver en qué
sentido. La gracia del matrimonio sana porque libra al hombre y a la mujer de
su incapacidad de amarse para siempre con toda la plenitud de su ser. Esta es
la medicina del matrimonio: la capacidad de amarse para siempre. (...). La
indisolubilidad matrimonial es un don que hace Cristo al hombre y a la mujer
que se casan en Él. Es un don, no es ante todo una norma que viene impuesta. No
es un ideal al que deben intentar llegar. Es un don y Dios no se arrepiente
nunca de sus dones. Por eso Jesús, respondiendo a los fariseos, basa su
respuesta revolucionaria en un acto divino: «Lo que Dios ha unido», dice Jesús.
Es Dios quien une, de lo contrario el carácter definitivo sería solo un deseo
que es natural pero imposible de hacerse realidad. Dios mismo lo cumple. El
hombre puede también decidir no usar esta capacidad de amar definitivamente y
totalmente. (...) El matrimonio, el sacramento del matrimonio produce
inmediatamente un vínculo que ya no depende de la voluntad de los cónyuges,
porque es un don que Dios les ha hecho. Estas cosas hoy no se dicen a los
jóvenes que se casan. Y luego nos asombramos de que suceda lo que sucede.
Se ha iniciado un
debate apasionado sobre el sentido de la misericordia. ¿Qué valor tiene esta
palabra?
Tomemos
la página de Jesús y la adúltera. Para la mujer descubierta en adulterio, la
ley de Moisés era clara: debía ser lapidada. Los fariseos en efecto preguntan a
Jesús qué piensa sobre esto (...). Si hubiera dicho «lapidadla», enseguida
habrían afirmado «ya veis, predica la misericordia, come con los pecadores, y a
la hora de la verdad también dice que hay que lapidarla». Si hubiera respondido
«no debéis lapidarla», habrían dicho «a esto lleva la misericordia, a destruir
la ley y todos los vínculos jurídicos y morales». Esta es la típica perspectiva
de la moral casuística, que te lleva inevitablemente a un callejón al final del
cual está el dilema entre la persona y la ley. Los fariseos querían llevar al
Señor a ese callejón. Pero Él sale totalmente de esa perspectiva, y dice que el
adulterio es una gran mal que destruye la verdad de la persona humana que
traiciona. Y precisamente porque es un gran mal, Jesús, para quitarlo, no
destruye a la persona que lo ha cometido, sino que la cura de este mal y le recomienda
que no vuelva a caer en él. «Tampoco yo te condeno, vete y no peques más». Esta
es la misericordia de la que solo el Señor es capaz.
Esta
es la misericordia que la
Iglesia anuncia desde siempre. La Iglesia debe decir qué es
lo que está mal. Ha recibido de Jesús el poder de curar, pero en las mismas
condiciones. Es verdad que el perdón siempre es posible: lo es para el asesino,
lo es también para el adúltero. Era una dificultad que planteaban los fieles a
San Agustín: se perdona el homicidio, pero la víctima no resucita. ¿Por qué no
perdonar el divorcio, este estado de vida, el nuevo matrimonio, cuando ya no es
posible que el primero «reviva»? Pero es algo completamente diferente. En el
homicidio se perdona a una persona que ha odiado a otra hasta matarla
físicamente, y se pide el arrepentimiento de esto. (...) En el caso del
divorciado vuelto a casar, la
Iglesia dice: «este es el mal, el rechazo del don de Dios, la
voluntad de despreciar el vínculo puesto por el mismo Señor».
Uno de los temas más
citados por quien desea una apertura de la Iglesia a las personas que se encuentran en
situaciones irregulares es decir que la fe es una, pero los modos para
aplicarla a las circunstancias particulares se deben amoldar a los tiempos,
como ha hecho siempre la
Iglesia. ¿Qué piensa usted?
¿Puede
limitarse la Iglesia
a ir allí donde la lleven los procesos históricos como si fueran derivaciones
naturales? ¿En esto consiste anunciar el Evangelio? Yo no lo creo, porque en
ese caso me pregunto cómo se hará para salvar al hombre. Le cuento un episodio.
Una esposa todavía joven, abandonada por su marido, me dice que vive la
castidad pero le cuesta un esfuerzo terrible. Porque, dice, «no soy una monja,
sino una mujer normal». Pero me dice que no podría vivir sin la Eucaristía. Y por
eso también el peso de la castidad es ligero, porque piensa en la Eucaristía. Otro
caso. Una señora con cuatro hijos ha sido abandonada por su marido después de
veinte años de matrimonio. La señora me dice que en aquel momento ha entendido
que debía amar a su marido en la cruz, «como Jesús ha hecho conmigo». ¿Por qué
no se habla de estas maravillas de la gracia de Dios? ¿Estas dos mujeres no se
han amoldado a los tiempos? Ciertamente no se han amoldado a los tiempos. Le
aseguro que me causa una gran pena comprobar el silencio, en estas semanas de
discusión, sobre la grandeza de las esposas y esposos que, abandonados,
permanecen fieles. (...)
Cuántos
párrocos y obispos podrían contar episodios de fidelidad heroica. Después de un
par de años de estar aquí en Bolonia, quise reunir a los divorciados vueltos a
casar. Eran más de trescientas parejas. Hemos estado juntos toda una tarde de
domingo. Al final, más de uno me dijo que había entendido que la Iglesia es verdaderamente
madre cuando impide recibir la eucaristía. No pudiendo recibir la eucaristía,
comprenden qué grande es el matrimonio cristiano, y que hermoso es el Evangelio
del matrimonio.
Cada vez con más
frecuencia se habla de la relación entre el confesor y el penitente, así como
de una posible solución para el sufrimiento de quien ha visto fracasar el
propio proyecto de vida. ¿Qué piensa sobre esto?
La
tradición de la Iglesia
ha distinguido siempre –distinguido, no separado– su tarea magisterial del
ministerio del confesor. Usando una imagen, podríamos decir que ha distinguido
siempre el púlpito del confesionario. Una distinción que no significa doblez,
sino que la Iglesia
en el púlpito, cuando habla del matrimonio, da testimonio de una verdad que no
es ante todo una norma o un ideal. En ese momento interviene con amor el
confesor, que dice al penitente: «Lo que has escuchado en el púlpito, es tu
verdad, que tiene que ver con tu libertad, herida y frágil». El confesor
conduce al penitente en camino hacia la plenitud de su bien. (...) El drama del
hombre no radica en pasar de lo universal a lo singular. Radica en la relación
entre la verdad de su persona y su libertad. Este es el núcleo del drama del
hombre, porque yo con mi libertad puedo negar lo que acabo de afirmar con la
razón. Veo el bien y lo apruebo, y luego hago el mal. Este es el drama. El
confesor se sitúa dentro de este drama, no en el mecanismo
universal-particular. Si lo hiciese inevitablemente caería en la hipocresía y
diría: «de acuerdo, esta es la ley universal, pero como tu te encuentras en
estas circunstancias, no estás obligado». (…) Hipócritamente, el confesor
habría promulgado otra ley, al lado de la predicada en el púlpito. ¡Esto es
hipocresía! ¡Qué daño se causa si el confesor no recordase ya a la persona que
se encuentra ante él que estamos en camino! Se correría el riesgo, en nombre
del Evangelio de la misericordia, de hacer vano el Evangelio de la
misericordia. (...) Al final el hombre podría convencerse de que no está
enfermo, y que entonces no tiene necesidad de Jesucristo. Uno de mis maestros,
gran profesor de derecho canónoco, decía que cuando se entra en el
confesionario no hay que seguir la doctrina de los teólogos, sino el ejemplo de
los santos.
Matteo Mateuzzi (intervista al Cardenal Caffarra en Il
Foglio, 15 de marzo de 2014)
El Cardenal Caffarra es arzobispo de Bolonia. Fundó en
1980, por mandato de Juan Pablo II, el Pontificio Instituto Juan Pablo II sobre
el matrimonio y la familia.
InfoCatólica. Traducción al español
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