XIII. El
abandono de la liturgia de la Sagrada Comunión
De cómo la participación litúrgica
de la santa Misa, incluye la mejor preparación y acción de gracias de la
sagrada Comunión
Apuro
es, y grande, para no pocos cristianos acertar en qué pueden emplear la media
hora de la Misa, para no aburrirse en ella.
De ahí ese afán de rellenarla con
devociones particulares, lecturas de oraciones, etc. Y cuenta que aquí no hablo
más que de los buenos asistentes a Misa, y no de los distraídos, aburridos,
charlatanes, provocadores asistentes a no pocas Misas, singularmente de días de
precepto o de difuntos.
Un
conocimiento, siquiera rudimentario, de la liturgia de la santa Misa, evitaría
todos aquellos afanes por buscar rellenos píos a una media hora tan rebosante
de misterios, enseñanzas y utilísimas atracciones y ocupaciones del espíritu
cristiano 1.
¡Cuánto
mejor asistir a la Misa siguiendo la ordenación litúrgica y comulgar en ella!
Con
la atinadísima y razonable distribución litúrgica de la Misa ante la mente y
dando de lado a otros libros y devociones, por buenos que sean, para sus
tiempos y oportunidades, póngase el asistente al santo Sacrificio, a
purificarse, iluminarse, entregarse, inmolarse, unirse y agradecer
sucesivamente con la santa madre la Iglesia militante, que es la principal
oferente, y el sacerdote celebrante. Comulgue cuando llegue su momento sólo con
las disposiciones que el paso de esas consideraciones haya dejado en su alma y,
¡buena Comunión hará, a fe mía, y muy a gusto del Corazón de Jesús y de su
Iglesia santa!
La Comunión en la Misa parroquial
Y
sube de punto el encarecimiento del fruto de esas disposiciones, si la Misa en
la que se participa es la comunitaria que el párroco cada domingo y día
festivo, celebra precisamente por su pueblo, y en la que éste toma parte
activa, como quiere la Iglesia.
¡Qué
hermosa y viva representación en la unidad, santidad y catolicidad de la Iglesia
es esa unión y colaboración activa de los fieles con su pastor en el acto
central y esencial del culto, el ofrecimiento del Sacrificio de la mayor
gloria de Dios, y en la participación del mismo por la Comunión, que es la mayor
gracia de Dios!
Asistan
todos los más feligreses que puedan: altos y bajos, ocupados y desocupados, a
su Misa parroquial. Canten en ella. Adornénse y llénense de la purificación de
las faltas propias; iluminación por la predicación de los enviados de
Dios; entrega de todo lo propio; inmolación del corazón y de la
vida con Jesús inmolado; unión por la Comunión y agradecimiento del
Sacrificio y de su participación, que enseña y practica su liturgia, y la
comunidad cristiana dará pasos de gigante, no sólo en la perfección individual,
sino en la paz, caridad y justicia sociales.
El tiempo de comulgar
Como
aquí no me dirijo exclusiva ni principalmente a sacerdotes, dicho se está que
no he de ocuparme en las ceremonias y ritos con que aquéllos deben administrar
el augusto Sacramento.
A
los fieles en general me dirijo, y sólo pretendo recordarles e inculcarles lo
que de la sagrada liturgia eucarística a ellos atañe y está más olvidado y
singularmente sobre el tiempo y el modo de comulgar.
Si
se trae a la memoria lo que en capítulos anteriores he repetido, a saber, que
la sagrada Comunión no es sólo ni principalmente un banquete de honor, de
fiesta o de regalo, sino una comida sacrificial, o sea, una
participación del augusto Sacrificio de la Misa, por la cual comemos la carne y
bebemos la sangre de Jesucristo, que han sido ofrecidas en sacrificio real.
Si recordamos, repito, esta verdadera noción de la Comunión sacramental, no
vacilaremos en responder a esta pregunta: ¿Cuál es el tiempo de comulgar más
conforme con la liturgia?
Indudablemente,
el tiempo más próximo y unido al del Sacrificio, de que es participación. Es
decir, a continuación de la Comunión del sacerdote celebrante.
Ése
es el tiempo propiamente litúrgico de la Comunión de los fieles, y sobre ese
supuesto de que éstos se unan a aquél, no sólo para ofrecer el Sacrificio mío
y vuestro, dice el sacerdote, sino también para participar de él, comiendo
la Víctima santa, están hechas las oraciones del Misal, lo mismo para la
preparación que para la acción de gracias.
Cierto
que la Iglesia, madre benigna, inspirada en los sentimientos y ansias de su
divino Fundador, de ver llena su casa de comensales, condesciende con que se
pueda dar y recibir la sagrada Comunión fuera de la santa Misa. Pero no se
olvide que es condescendencia con la falta de tiempo, de Misas, de
facilidades y con la sobra de ocupaciones.
El
gusto, la preferencia, la intención primera de la madre Iglesia es que se
comulgue dentro de la santa Misa.
Así
lo practicó perpetuamente la Iglesia y así lo enseñó e hizo saber en el
Concilio de Trento y el Código de Derecho Canónico.
¡Qué
contrarias son, pues, al espíritu litúrgico, exclamaciones como éstas de
personas piadosas: no me gusta mezclar ni atropellar devociones. La Misa a un
lado y la Comunión a otro. Con hacer las dos cosas juntas, oír Misa y
prepararse a comulgar, no se sabe a qué atender. A mí no me gusta comulgar a
plazo fijo, sino cuando he rezado y leído toda la preparación de mi
devocionario... Me resulta tan pesado esperar toda una Misa para comulgar... Y
otras distintas, pero que convienen entre sí en desconocer prácticamente que no
hay mejor preparación ni acción de gracias para la sagrada Comunión, que una
Misa bien oída o meditada, no precisamente según éste o aquel devocionario,
sino según el propio Misal!
El abandono de la liturgia de la
Comunión en el vestir
Advierto
que al hablar aquí de la liturgia del vestido para la Comunión, no tomo la
palabra liturgia en un sentido riguroso, sino amplio.
Aunque
la liturgia propiamente no da prescripciones más que sobre los vestidos de los
ministros de la Comunión, por ampliación y como por correspondencia, también
impone a los comulgantes ciertas condiciones en su modo de vestir al acercarse
a la mesa santa.
Si
al sacerdote no le es lícito, fuera del caso de necesidad, administrar la
sagrada Comunión con su traje ordinario, sino que por respeto y veneración al
Sacramento, ha de revestirse de ornamentos sagrados ¿no será muy conforme a la
razón y justicia que al fiel que se dispone a gozar del honor y de la dicha de
ser comensal de tan rica y augusta mesa, se le exija en su traje alguna señal
extraordinaria de veneración y respeto?
Y
digo alguna señal, porque, siendo la Comunión para todos, para ricos y
para pobres, y por intención y deseo de su divino Autor, manjar de todos los
días, la santa madre Iglesia jamás ha mandado determinada forma ni clase de
vestido para comulgar, no fuera a poner el más leve obstáculo a la frecuente
Comunión por parte de los impedidos por pobreza o cualquier otro motivo de
adquirir o usar el traje preceptuado.
A
una sola condición ha reducido la santa Iglesia lo que pudiera llamarse
liturgia del traje para comulgar, y esa condición se llama decencia. Y
cuenta que decencia no es suntuosidad, ni galas, ni lujo...
No
está la decencia del traje en su valor, que no está al alcance de todos por
igual, sino en su limpieza y en su modestia. Y en esto, que está a la
disposición de todos, es en lo que la madre Iglesia pide algo extraordinario al
comulgante.
¡Qué
bien entendieron nuestros mayores este sentir y desear de la Iglesia!
Antes,
en tus Sagrarios más frecuentados, Jesús mío, cuando se alzaban los ojos, no se
veía más que a Ti. Hoy en muchos de ellos no se te puede ver ¡porque no se
puede mirar!
¡¡No
se pueden abrir los ojos!! Entre tu Hostia y los ojos de los que te buscan, han
levantado una pared la lujuria y la vanidad, con actitudes provocativas de
gentes que, yo no sé por qué, todavía se llaman devotas y están en el templo...
-Señor
Obispo, me han dicho muchos jóvenes que quieren ser cristianos de verdad, ¡ni
aun en los Sagrarios se va pudiendo ya estar en paz con Jesús!
¡Abandono
de Sagrarios acompañados, y muy elegantemente acompañados! ¿Cómo no sentirte y
desagraviarte? ¿Cómo no sentir lo solo y avergonzado que se sentirá
Jesús, asediado y oprimido por esas turbas inmodestas y provocadoras?
De
mí os digo que me deja amargura en el alma para todo el día, la mañana en que
me veo precisado a dejar sin comulgar a alguna de esas inmodestas devotas, sin
duda más vanidosas o cobardes que malas, y que estoy viendo venir castigos
terribles de Dios para esta pobre sociedad que parece que tiene por principal
ocupación y obsesión robar y hasta raer el pudor de las mujeres honradas y
cristianas y de los niños y las niñas.
Escribiendo
estas líneas leo en la prensa que el Obispo de una populosa ciudad italiana. se
ha visto precisado un domingo a mandar cerrar las puertas de su catedral a los
asistentes de la Misa de doce... ¡No le quedaba ya otro remedio de evitar esas
sacrílegas exhibiciones de desnudeces a que se van reduciendo muchas de esas
Misas de días festivos!...
En
el siglo III de la Iglesia, el gran apologista cristiano Tertuliano, echaba en
cara a los gentiles este apóstrofe: ¡os hemos dejado vuestros templos solos!
Dios
mío, ¿habrá llegado la hora de convertir el apóstrofe a los paganos del
apologista, en oración a Ti?... Ante tanta mujer cristiana obstinada en
preferir la insolencia de su desnudez al honor de su fe y a la hermosura de su
pudor, ¿no va llegando la hora de pedirte a Ti y de imponerles a ellas ¡que
nos dejen solos nuestros templos!?
Mujeres
cristianas, todavía muy numerosas, que aun tenéis ojos para ver, y oídos para
oír, y cara para enrojeceros de vergüenza, y corazón para compadecer y
desagraviar: ¡a desinfectar de inmodestias los Sagrarios acompañados!
En
honor y desagravio de la Hostia santa, pura e inmaculada y de vuestro propio
sexo, no vayáis a la iglesia sino decentemente vestidas.
Nota:
1 Téngase presente que desde las nuevas normas
litúrgicas del Con. Vaticano II, una participación más activa en la Misa, es lo
normal. Y a eso es a lo que aspiraba don Manuel, según se deduce de los textos
siguientes, adelantándose muchos años, a lo que el Vaticano II mandaría e
impondría.
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