martes, 4 de marzo de 2014

El abandono de los Sagrarios acompañados (11) - Beato Manuel González García

XI. El abandono de la Ascética de la Misa

¡El aspecto ascético de la santa Misa! Yo no sé cuál de los tres aspectos, dogmático, litúrgico y ascético, que os vengo presentando en el Sacrificio eucarístico, está más olvidado o desconocido o no tenido en cuenta por parte de los que frecuentemente asisten a él.

Pero ¿poner la Misa como fundamento, corona y realización de la vida ascética? ¿Reconocer en ella el fin y el medio esenciales de la ascética cristiana? ¡Quién para mientes en eso!

Veámoslo.

 

Fin de la ascética

Ésta, mírese como una ciencia que fija y enseña principios, como un arte que da reglas o como un modo de vivir, no tiene otro fin que poner al alma en disposición de dar a Dios la mayor gloria por medio del ejercicio de las virtudes.

El alma que habitualmente da más gloria a Dios, ésa es la más asceta y la más virtuosa.

 

Fin de la Misa

Dar desde la tierra a Dios la máxima gloria, no sólo que la tierra puede dar, sino que Él, con ser quien es, puede recibir.

 

Diferencia entre la Misa y los Sacramentos

Esta diferencia esencial hay entre el augusto Sacrificio y los santos Sacramentos: que aquél es principalmente para dar, y éstos para recibir. Aquél nos supone agentes, y éstos pacientes o recipientes.

Ved qué hermosa doctrina.

Por la Misa damos gloria a Dios, y por los Sacramentos recibimos gracia de Dios.

Esa gloria que damos a Dios por la Misa es, en el orden práctico, primero, propiciación que lo desagravia y aplaca por nuestros pecados y le hace volver el rostro hacia los que fueron sus enemigos. Segundo, y presupuesta la propiciación, esa gloria es alabanza perfecta, y que exactamente se merece Él. Tercero, es la acción de gracias, tan completa, que todas nuestras deudas de gratitud con Él, quedan abundantemente pagadas. Y, cuarto, es la oración de impetración más eficaz y valiosa que pueda llegar a los oídos de Dios.

Es decir, por medio de una Misa, aplacamos, alabamos, agradecemos y oramos a Su Majestad. Y, mediante todo esto, le damos gloria tan perfectamente, tan a gusto de Él, que no solamente no nos puede pedir más, si realmente hemos hecho nuestra la Misa, sino que se siente moralmente obligado a darnos tanta gracia por medio de los Sacramentos, de la oración y de la práctica de las virtudes, como gloria le hemos dado por medio de nuestra Misa.

Por eso, repito, ésta es para que los hombres den gloria a Dios, y los Sacramentos son para que reciban de Dios la gracia que les ha ganado la gloria de su Misa. Ésta viene a ser como la causa moral de la virtud de los Sacramentos y de todos los medios que de algún modo produzcan o aumenten la gracia.

 

¿Exageración?

¿Verdad que lo parece ese poder dar el hombre, tan chico y tan de barro, tanto a Dios?

Y más que exageración y hasta mentira blasfema sería si el hombre no fuera más que un hombre. Pero los cristianos por el Bautismo, además de hombres, somos miembros del Cuerpo místico o moral de Cristo. Y, mientras estamos en gracia, por nosotros circula como por los miembros sanos de un cuerpo vivo, la propia sangre de nuestro Señor Jesucristo.

La Misa es la oblación real del Sacrificio, no sólo del Cuerpo físico de Jesucristo, sino del Cuerpo místico. Y, por consiguiente, de todos sus miembros sanos, o sea, que los cristianos en gracia, ofrécense y son ofrecidos a Dios como Misa, del mismo modo, con el mismo valor y aprecio que se ofrece Cristo.

Es decir, que así como por el Bautismo somos incorporados al Cuerpo místico de Cristo y somos uno de sus miembros, por la santa Misa somos injertados en su Sacrificio, de tal modo que corremos la misma dichosa suerte que el Cuerpo sacrificado a que pertenecemos.

 

Frutos del injerto

Y ¡qué consecuencia tan consoladora saco de aquí!

Por medio y en virtud de ese injerto mío en el Sacrificio augusto, siempre que ofrezco una Misa, la mando aplicar o participo en ella en estado de gracia, la Majestad de Dios recibe de esta criatura de polvo, la misma, ¡fijaos bien!, la misma gloria que le dan la propiciación, la alabanza, la gratitud y la oración de su Hijo inmolado, Cabeza, Alma y Vida del Cuerpo de que soy miembro.

Por eso el sacerdote, después de la consagración, elevando simultáneamente el cáliz de la sangre y la Hostia santa, puede decir en nombre de toda la Iglesia, que es su Cuerpo místico, ante el cielo, la tierra y los abismos, a la Trinidad augusta: Por medio de Él, con Él y en Él, tienes, Padre Omnipotente, en unidad del Espíritu santo, todo honor y toda gloria.

¡Qué gozo siente mi alma! Por muy ofendido, despreciado, blasfemado e injustamente tratado que sea Dios por parte de muchos hombres, mi Madre la Iglesia y cada uno de los que tenemos la dicha de pertenecer a su cuerpo y a su alma, podemos dar a Dios infinitamente más gloria que ofensas puede recibir de los pecados de los hombres.

¿Nos explicamos por qué hay sol en los días, y luna en las noches, y lluvias en tiempo oportuno, y alegría, y poder, y virtud en la tierra, y comunicación de Dios con los hijos de los hombres?

¡Hay Misas en la tierra! Y en todos los minutos del día y de la noche se está repitiendo el por Él, con Él y en Él... todo honor y toda gloria.

Meditemos y saboreemos ese inefable derecho, ese altísimo poder que nos confiere la Misa de cumplir con toda perfección el grande y único deber de nuestra vida, la sola razón de nuestra existencia y sola ocupación de todas nuestras facultades: la gloria de Dios.

 

Abandono de esa doctrina

¿No es verdad que se suele buscar en la Misa más bien lo nuestro, la solución del negocillo, el remedio de la enfermedad o del apuro, etc., que lo de Dios?

No, hermanos. En vuestras Misas dejad lo vuestro para la añadidura, que Él no dejará de daros. Henchid vuestras almas de esta sola idea y de este solo sentimiento: ¡voy a dar o he dado a Dios en esta Misa toda su gloria, con tal de hacer mía esa Misa!

¿Qué satisfacción de deber cumplido y de deuda pagada puede compararse a la de pagar a Dios como Él se merece?

¿Tiene la ascética ciencia, arte o vida, recuerdo, medio o secreto más poderoso que la Misa para producir en las almas gloria de Dios?

Porque, oigámoslo bien: mientras más santidad posea la Iglesia, principal oferente visible del Sacrificio, y, por tanto, mientras más santos sean los que la forman, más intensa, agradable y acepta será la gloria que por cada Misa suba de la tierra al cielo. ¡A mejor injerto, mejor fruto!

 

Lo que pretende la ascética

El ejercicio o práctica de las virtudes es el medio que utiliza la ascética cristiana para llevar a las almas a que den mayor gloria a Dios y obtengan la unión con Él.

Ésa es su característica, que la distingue de la mística, que obtiene el mismo fin, aunque en grado de cantidad y calidad más elevado, por el ejercicio de los dones del Espíritu santo.

La gloria de Dios y la unión con Él, en definitiva, no tienen más enemigos ni obstáculos que nuestras pasiones desordenadas, nuestro egoísmo con su familia de soberbia, lujuria, avaricia, etc., que son los salteadores de esa gloria y unión.

La dominación de ese egoísmo y de su turbulenta familia por medio de las virtudes opuestas, con el auxilio de la gracia de Dios, ése es el arte, y la ciencia, y la vida de la ascética.

¡El vencimiento habitual de sí mismo! ¡Morirse a todo afecto desordenado!

 

Cómo lo obtiene la Misa

La Misa abrevia, facilita y obtiene, cual ningún otro remedio ascético, la muerte a sí mismo. No olvidemos que la Misa es la oblación del Sacrificio del Cuerpo, no sólo físico, sino místico, de Jesucristo. Por estar en gracia somos miembros vivos del Cuerpo místico de Jesucristo y por celebrar o participar en la Misa, somos ofrecidos en sacrificio con Él. Cada Misa nos pone en condiciones de sacrificados. En tanto ofrecemos y somos ofrecidos en sacrificio con Jesucristo, en cuanto vivimos y morimos con Él.

Por nuestra unión e incorporación a Jesús sacrificado en la santa Misa, realizamos al pie de la letra en nosotros el muero cada día, de san Pablo.

¡Qué pena que no conozcan estas consoladoras enseñanzas los que comulgan con frecuencia y todos los días o los más de ellos participan en la santa Misa!

¡Cuánto les importaría saber que la postura y el ademán de un cristiano en gracia de Dios después de su Misa es quedarse y andar en cruz!... Es decir, con sus brazos tan abiertos y ampliamente extendidos como los brazos de su Jesús en cruz. Con el corazón tan al descubierto como el de su Jesús en la Cruz. Con el desapego de la tierra y elevación sobre ella, de su Jesús suspendido de los clavos de su Cruz y enrojecidos rostro, pecho, manos, pies y cruz con la sangre propia y con el fuego del mayor y mejor amor...

Si el Sacrificio eucarístico es el acto central del culto y del dogma católicos, la clave del arco de la liturgia y de la fe, también lo es de la moral y ascética católicas.

Si unidos e incorporados por la gracia a Jesucristo en cruz, hacemos el acto supremo de culto y de alabanza y de fe, unidos en cruz a Él realizamos la perfección ascética. Si la perfección de la ley está en la caridad y la perfección de ésta es el Sacrificio, sacrificándonos cada día con Jesús sacrificado, realizamos el acto mayor y mejor de amor a Dios y de odio a muerte a su mayor enemigo, que es el egoísmo.

 

Abandono de este excelentísimo medio de la ascética

Y ahora pregunto:

¿Ven, entienden, sienten así su Misa muchos de los que a ella asisten?

Nada digo de quienes, aun queriendo no faltar al precepto de la Misa en días festivos, asisten de forma tan provocativa ellas, por las inmodestias de la moda, y con un aire de aburrimiento y de curiosidad profanadora no pocos, que dan a entender bien a las claras que ni las unas ni los otros van a la Misa a ponerse en cruz con el Jesús de ella, ni salen con ganas de llevar la cruz de su Misa ni a sus ocupaciones ni a sus diversiones.

¡Pobrecillos! ¡Lo que desperdician!

Y mirando a los que frecuentan más el templo y se complacen en asistir a Misas, cuando los veo tan afanados en buscar en qué ocupar o entretener el tiempo de su Misa, me temo que también desperdicien o malogren los tesoros de santificación de la Misa a que devotamente asisten.

¡Qué!, ¿no les vendría mejor que leer oraciones rutinariamente, dedicar el tiempo de su Misa a avivar el estado de gracia de su alma, por un acto lo más ferviente que pudieran de contrición, para unirse lo más íntimamente posible a Jesús sacerdote y víctima, y con El ofrecer y ofrecerse en sacrificio latréutico, eucarístico, expiatorio e impetratorio a la mayor gloria del Padre celestial, al amor de nuestros prójimos y odio de nuestros egoísmos y de nuestros pecados?

¡Vaya si con pensar y saborear esto y de ahí sacar resoluciones prácticas, hay para ocupar la media hora de nuestra Misa y todas las horas de la vida!

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