VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
DE SANTA MARIA LIBERADORA, EN TESTACCIO
DE SANTA MARIA LIBERADORA, EN TESTACCIO
DE LA HOMILÍA DEL
SANTO
PADRE
BENEDICTO XVI
Domingo 24 de febrero
de 2008
Queridos hermanos y hermanas, ahora me pregunto
juntamente con vosotros. ¿qué nos dice el Señor en un aniversario tan
importante para vuestra parroquia? En los textos bíblicos de este tercer
domingo de Cuaresma hay sugerencias útiles para la meditación, muy adecuadas a
esta significativa circunstancia. A través del símbolo del agua, que
encontramos en la primera lectura y en el pasaje evangélico de la samaritana,
la palabra de Dios nos transmite un mensaje siempre vivo y actual: Dios tiene
sed de nuestra fe y quiere que encontremos en él la fuente de nuestra auténtica
felicidad. Todo creyente corre el peligro de practicar una religiosidad no
auténtica, de no buscar en Dios la respuesta a las expectativas más íntimas del
corazón, sino de utilizar más bien a Dios como si estuviera al servicio de
nuestros deseos y proyectos.
En la primera lectura vemos al pueblo hebreo
que sufre en el desierto por falta de agua y, presa del desaliento como en
otras circunstancias, se lamenta y reacciona de modo violento. Llega a
rebelarse contra Moisés; llega casi a rebelarse contra Dios. El autor sagrado
narra: «Habían tentado al Señor diciendo: "¿Está o no está el Señor en
medio de nosotros?"» (Ex 17,
7). El pueblo exige a Dios que salga al encuentro de sus expectativas y
exigencias, más bien que abandonarse confiado en sus manos, y en la prueba
pierde la confianza en él. ¡Cuántas veces esto mismo sucede también en nuestra
vida! ¡En cuántas circunstancias, más que conformarnos dócilmente a la voluntad
divina, quisiéramos que Dios realizara nuestros designios y colmara todas
nuestras expectativas! ¡En cuántas ocasiones nuestra fe se muestra frágil,
nuestra confianza débil y nuestra religiosidad contaminada por elementos
mágicos y meramente terrenos!
En este tiempo cuaresmal, mientras la Iglesia nos invita a
recorrer un itinerario de verdadera conversión, acojamos con humilde docilidad
la recomendación del salmo responsorial: «Ojalá escuchéis hoy su voz: "No
endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto,
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto
mis obras"» (Sal 94,
7-9).
El simbolismo del agua vuelve con gran
elocuencia en la célebre página evangélica que narra el encuentro de Jesús con
la samaritana en Sicar, junto al pozo de Jacob. Notamos enseguida un nexo entre
el pozo construido por el gran patriarca de Israel para garantizar el agua a su
familia y la historia de la salvación, en la que Dios da a la humanidad el agua
que salta hasta la vida eterna. Si hay una sed física del agua indispensable
para vivir en esta tierra, también hay en el hombre una sed espiritual que sólo
Dios puede saciar. Esto se refleja claramente en el diálogo entre Jesús y la
mujer que había ido a sacar agua del pozo de Jacob.
Todo inicia con la petición de Jesús: «Dame de
beber» (Jn 4, 7). A
primera vista parece una simple petición de un poco de agua, en un mediodía
caluroso. En realidad, con esta petición, dirigida por lo demás a una mujer
samaritana —entre judíos y samaritanos no había un buen entendimiento—, Jesús
pone en marcha en su interlocutora un camino interior que hace surgir en ella
el deseo de algo más profundo. San Agustín comenta: «Aquel que pedía de beber,
tenía sed de la fe de aquella mujer» (In Io. ev. Tract. XV, 11: PL 35, 1514). En efecto, en un momento
determinado es la mujer misma la que pide agua a Jesús (cf. Jn 4, 15), manifestando así que en toda
persona hay una necesidad innata de Dios y de la salvación que sólo él puede
colmar. Una sed de infinito que solamente puede saciar el agua que ofrece
Jesús, el agua viva del Espíritu. Dentro de poco escucharemos en el prefacio
estas palabras: Jesús, «al pedir agua a la samaritana, ya había infundido en
ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer
fue para encender en ella el fuego del amor divino».
Queridos hermanos y hermanas, en el diálogo
entre Jesús y la samaritana vemos delineado el itinerario espiritual que cada
uno de nosotros, que cada comunidad cristiana está llamada a redescubrir y
recorrer constantemente. Esa página evangélica, proclamada en este tiempo
cuaresmal, asume un valor particularmente importante para los catecúmenos ya
próximos al bautismo. En efecto, este tercer domingo de Cuaresma está
relacionado con el así llamado «primer escrutinio», que es un rito sacramental
de purificación y de gracia.
Así, la samaritana se transforma en figura del
catecúmeno iluminado y convertido por la fe, que desea el agua viva y es
purificado por la palabra y la acción del Señor. También nosotros, ya
bautizados, pero siempre tratando de ser verdaderos cristianos, encontramos en
este episodio evangélico un estímulo a redescubrir la importancia y el sentido
de nuestra vida cristiana, el verdadero deseo de Dios que vive en nosotros.
Jesús quiere llevarnos, como a la samaritana, a profesar con fuerza nuestra fe
en él, para que después podamos anunciar y testimoniar a nuestros hermanos la
alegría del encuentro con él y las maravillas que su amor realiza en nuestra
existencia. La fe nace del encuentro con Jesús, reconocido y acogido como
Revelador definitivo y Salvador, en el cual se revela el rostro de Dios. Una
vez que el Señor conquista el corazón de la samaritana, su existencia se
transforma, y corre inmediatamente a comunicar la buena nueva a su gente (cf. Jn4, 29).
Queridos hermanos y hermanas de la parroquia de
Santa María Liberadora, la invitación de Cristo a dejarnos implicar por su
exigente propuesta evangélica resuena con fuerza esta mañana para cada miembro
de vuestra comunidad parroquial. San Agustín decía que Dios tiene sed de
nuestra sed de él, es decir, desea ser deseado. Cuanto más se aleja el ser
humano de Dios, tanto más él lo sigue con su amor misericordioso.
Hoy la liturgia, teniendo en cuenta también el
tiempo cuaresmal que estamos viviendo, nos estimula a examinar nuestra relación
con Jesús, a buscar su rostro sin cansarnos. Y esto es indispensable para que
vosotros, queridos amigos, podáis continuar, en el nuevo contexto cultural y
social, la obra de evangelización y de educación humana y cristiana que desde
hace más de un siglo realiza esta parroquia, que en la serie de sus párrocos
cuenta también con el venerable Luigi Maria Olivares.
Abrid cada vez más el corazón a una acción
pastoral misionera, que impulse a cada cristiano a encontrar a las personas —en
particular a los jóvenes y a las familias— donde viven, trabajan y pasan el
tiempo libre, para anunciarles el amor misericordioso de Dios. Sé que estáis
dedicando análoga atención y solicitud al cuidado de las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada, proponiendo a los muchachos, a los jóvenes y
a las familias el tema vocacional, que es de fundamental importancia para el
futuro de la Iglesia. De
igual modo, os animo a perseverar en el compromiso educativo, que constituye el
carisma típico de toda parroquia salesiana.
Que el oratorio, la escuela y los momentos de
catequesis y oración estén animados por auténticos educadores, es decir, por
testigos cercanos con el corazón especialmente a los niños, a los adolescentes
y a los jóvenes. Santa María Liberadora, tan amada y venerada por vosotros, que
juntamente con su esposo san José educó a Jesús niño y adolescente, proteja a
las familias, a los religiosos y a las religiosas en su tarea de formadores y
les dé la alegría, como deseaba don Bosco, de ver crecer en este barrio «buenos
cristianos y ciudadanos honrados». Amén.
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