PRESENTACIÓN
EN EL TEMPLO
Qué es ser presentado en Jerusalén al Señor, yo lo diría si no lo
hubiera dicho ya en mis comentarios sobre Isaías. Circuncidado de los vicios, ha sido juzgado digno de la mirada del Señor;
pues los ojos del Señor reposan sobre los justos (Sal 33, 16). Observa que todo el conjunto de la ley antigua ha
sido figura del porvenir —pues la
misma circuncisión es figura de la purificación de los pecados—; mas como, inclinada por la apetencia al pecado, la debilidad humana, cuerpo y alma,
está enlazada por lazos inextricables
de vicios, el día octavo, asignado para la circuncisión, figuraba que la
purificación de todas las faltas debía cumplirse
en el tiempo de la resurrección. Este es el sentido del texto: Todo varón que abre el seno materno
será llamado santo para el
Señor (Ex 13, 12): estas palabras
de la Ley prometían e1 fruto de la Virgen, verdaderamente santo, porque
era sin tacha. Por lo demás, que Él es el
que la Ley designa, lo manifiestan
las mismas palabras repetidas por el ángel: El niño que nacerá de ti será llamado santo, Hijo de Dios (Lc 1, 35). Pues ningún comercio humano ha podido
penetrar el misterio del seno virginal,
sino que una semilla sin tacha ha sido depositada en sus entrañas inmaculadas por el Espíritu Santo;
efectivamente, el único de entre los
nacidos de mujer que es perfectamente santo es el Señor Jesús, que no padeció los contagios de la corrupción terrena por la novedad de su parto inmaculado
y fue apartado por su majestad celeste.
Pues, si nos atenemos a la letra, ¿cómo es santo todo varón, cuando no se nos oculta que muchos fueron grandes pecadores?
¿Acaso es santo Acab? ¿Acaso santos los falsos profetas a los que por la oración de Elías los consumió un fuego devorador que descendió del cielo? (1 R 18). Más he aquí al Santo en quien se va a cumplir el misterio del que las santas prescripciones de la Ley habían indicado la figura, ya que sólo Él debía conceder a la Iglesia, santa y virgen, el dar a luz de su seno entreabierto, por una fecundidad sin mancha, al pueblo de Dios. Sólo El abre, pues, el seno maternal, ¿y qué hay de extraño en ello? El que había dicho al profeta: Antes de que te formare en las entrañas de tu madre, yo te conocí, y en su seno mismo yo te santifiqué (Jr 1, 5). El que santifica otro seno para que nazca el profeta, El mismo es el que abre el seno de su Madre para
salir inmaculado.
Y he aquí que había un hombre en Jerusalén por nombre Simeón. Y
era este hombre justo y temeroso de Dios, que aguardaba la consolación de Israel. No sólo los ángeles y los profetas,
los pastores y los parientes, sino también los ancianos y los justos aportan su testimonio en el nacimiento
del Señor. Toda edad, uno y otro sexo,
los acontecimientos milagrosos dan fe: una Virgen engendra, una estéril
da a luz, un mudo habla, Isabel profetiza, el
mago adora, el niño encerrado en el seno materno salta de gozo, una viuda da gracias y un justo espera. Con razón se le
llama justo, pues no aguardaba su propia gracia, sino la del pueblo, deseando por su parte ser librado de los
lazos de este cuerpo frágil, pero
esperando ver al Mesías prometido; pues él sabía que eran dichosos
los ojos que lo verían (Lc 10, 23).
Ahora, dice, dejad partir a
vuestro siervo. Considera a este justo, encerrado, por así decirlo, en
la prisión de este cuerpo pesado y que desea
librarse de él para comenzar a estar con Cristo: pues es mucho mejor ser librado de él y estar con Cristo (Flp 1, 23). Mas el que quiere ser librado ha de
venir al templo, ha de venir a
Jerusalén, esperar al Ungido del Señor, recibir en sus manos la Palabra de Dios
y como estrecharla en los brazos de
su fe. Entonces él será liberado y no verá la muerte, habiendo visto la
vida.
Considera qué abundancia de gracias ha derramado sobre todos el nacimiento del Señor y cómo la profecía ha sido negada a los incrédulos (cf. 1 Co 14, 22), pero no a los justos. He aquí
que Simeón profetiza que nuestro Señor Jesucristo ha venido para la ruina y resurrección de muchos, para hacer entre los justos e injustos el discernimiento de los méritos y, según el valor de nuestros actos, como juez verdadero y justo decretar suplicios y
premios.
Y tu alma, dice,
será atravesada por una espada. Ni la escritura
ni la historia nos enseñan que María haya emigrado de esta vida padeciendo el martirio en su cuerpo; pues
no el alma, sino el cuerpo es el que
puede ser transverberado por una espada
material. Esto nos muestra, pues, la sabiduría de María, que no ignora el misterio celeste; ya que la
palabra de Dios es viva, eficaz
y tajante más que una espada de dos filos, y penetra hasta la división del alma
y el espíritu, hasta las coyunturas y la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hb 4, 12); pues todo en las almas está desnudo y
descubierto para el Hijo, al cual no escapan los secretos de la
conciencia.
De este modo, Simeón ha profetizado, y habían profetizado también una mujer casada y una virgen; debía de hacerlo también una viuda, para que no faltase ni el sexo ni el estado de vida. Por esto nos es presentada Ana: los méritos de su viudez y su conducta nos inducen a creer que fue considerada digna de anunciar
que había venido el Redentor de todos. Habiendo descrito sus méritos en otro lugar, cuando tratamos acerca de las viudas, no
juzgamos oportuno repetirlo aquí, porque queremos exponer otras cosas. No sin razón se han mencionado los ochenta y cuatro años de su viudez; pues estas siete
decenas y dos cuarentenas parecen indicar un número sagrado.
San ambrosio, Tratado
sobre el Evangelio de San Lucas, Libro 2, 56-62, BAC Madrid 1966, 118-21
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