III. Una
digresión necesaria
Antes
de introduciros en ese mar amargo y obscuro de abandonos de Sagrarios y para
prevenir dificultades, debo declarar:
Lo que no pretendo
La
descripción del abandono interior que padece o puede padecer el Corazón
de Jesús en el alma de sus amigos que lo reciben y en medio de grupos y aun
muchedumbres de visitantes y comulgantes suyos, quizá sugiera a alguno el miedo
de que estas consideraciones más puedan servir para acobardar y retraer a los
que van al Sagrario que para enardecerlos a que vayan mejor dispuestos.
Y,
a la verdad, nada más opuesto al fin de estas líneas.
Es
un mal éste del abandono interior tan sutil como complejo y tan hondo como
largo. Como que empezando por la indelicadeza leve para con Jesús y pasando por
la negligencia, la rutina, la tibieza, la frialdad, la promiscuación, la
inconsecuencia, el poco y distraído trato, la incomunicación afectuosa y la
dureza de corazón, llega hasta la monstruosidad de la traición sacrílega.
Lejos,
muy lejos de mi ánimo, al apuntar estos defectos y peligros junto con sus
funestas consecuencias, hacer concebir de las disposiciones del alma para
recibir y tratar a Jesús Sacramentado, idea tan excelsa e inaccesible, que más
engendre miedo que deseo.
Cierto,
muy cierto que, a pesar de todos esos abandonos más o menos voluntarios, Jesús
quiere ser recibido en Comunión y estar en el Sagrario. Y cierto que, a pesar
de nuestra flaqueza e ingrata corrrespondencia, ¿qué digo a pesar?,
precisamente por eso, debemos y nos tiene mucha cuenta comulgar más y rozarnos
más con Él.
Lo que pretendo
Yo
quisiera, y bien pido al Amo que me lo conceda, pintar con tales colores esos
abandonos interiores de Jesús Sacramentado, que a todos encendiera en ganas de
afinar y adelgazar su trato con Él, sin que a nadie excitara miedo de no llegar
a dar la compañía interior debida a tan alto Huésped.
Seguramente
habrán llegado a vuestros oídos lamentos proferidos en tonos más o menos
parecidos a los de los fariseos, de que tanto allanar y facilitar la Comunión y
tanto prodigar los cultos eucarísticos, está produciendo rutinas y menosprecios
y familiaridades dañosas con las cosas santas y con el Santo de los santos...
Pues a quitar a esos lamentos,
ocasiones y pretextos y a demostrar que la verdad está precisamente en lo
contrario, van enderezados estos renglones.
Lo que ansío
Poner
muy en claro dos cosas:
1ª
Que por la limitación y flaqueza de nuestra condición, por la dificultad que le
cuesta vivir en la fe, y lo penoso de ir contra la corriente de la naturaleza
sensible, y a pesar de las frecuentes Comuniones y visitas al Sagrario,
tendemos a cansarnos, distraernos, aflojarnos y entibiarnos y hasta
incomunicarnos en nuestro trato con quien no podemos conocer, amar ni gozar en
la presente vida, sino por medio de la fe viva y de la propia
negación.
2ª
Que para contrarrestar esa tendencia y evitar el peligro de aquellos cansancios
e incomunicaciones, no hay otro medio ni camino que el de fomentar esa fe
viva y esa propia negación.
Sólo
los que así se acerquen darán al Corazón de Jesús toda la compañía que Él desea
y tiene derecho a esperar, y recibirán de Él todos los frutos que de comerlo y
unirse con Él, pueden esperarse. Y con ellos el fruto de los frutos y fin
supremo del Sagrario, a saber: la formación de tantos Jesús como
comulgantes.
Y,
al revés, que si esto no hay; si en vez de fe viva, hay languidez de fe, o
ignorancia de catecismo; si en vez de abnegación hay vanidad, orgullo, dureza
de corazón, o sea, corazones ocupados de sí, no será raro ni
inexplicable que, comiéndose el más sano de los alimentos, no se esté más sano
y fuerte. Que, aumentando las Comuniones de Jesús, se disminuyan las comuniones
con Jesús. Que sentándose muchos más a su mesa, le ayuden muchos menos a llevar
la cruz. Y, en suma, que estando Él más acompañado por fuera, se sienta más
solo por dentro.
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