PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
30 de octubre de
2013
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Hoy me gustaría
hablar de una realidad muy bella de nuestra fe, es decir, la comunión de los
santos. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que este término hace
referencia a dos realidades: la comunión en las cosas santas, y la comunión
entre las personas santas (núm. 948). Me centro en el segundo significado: es una
verdad entre las más reconfortantes de nuestra fe, porque nos recuerda que no
estamos solos sino que hay una comunión de vida entre todos los que pertenecen
a Cristo. Una comunión que nace de la fe; de hecho el término
"santos" se refiere a aquellos que creen en el Señor Jesús, y se
incorporan a Él en la Iglesia a través del bautismo. Por eso, los primeros
cristianos fueron llamados también "los santos" (cf. Hch.
9,13.32.41; Rm. 8,27; 1 Cor. 6,1).
1 . El Evangelio de
Juan dice que, antes de su pasión, Jesús oró al Padre por la comunión entre los
discípulos con estas palabras: "Para que todos sean uno, como tú, Padre,
en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo
crea que tú me has enviado" (17,21). La Iglesia, en su verdad más
profunda, es comunión con Dios, familiaridad con Dios, una comunión de amor con
Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, que se prolonga en una comunión
fraterna. Esta relación entre Jesús y el Padre es la "matriz" de la
unión entre nosotros los cristianos: si estamos íntimamente inseridos en esta
"matriz", en este horno ardiente de amor, entonces podemos llegar a
ser realmente un solo corazón y una sola alma entre nosotros, porque el amor de
Dios incinera nuestro egoísmo, nuestros prejuicios, nuestras divisiones
internas y externas. El amor de Dios también incinera nuestros pecados.
2. Si esto tiene su
origen en la fuente del amor, que es Dios, entonces también se da el movimiento
recíproco: de los hermanos a Dios; la experiencia de la comunión fraterna con
Dios me lleva a la comunión con Dios. Estar unidos entre nosotros nos lleva a
estar unidos a Dios, nos lleva a esta relación con Dios que es nuestro Padre.
Este es el segundo aspecto de la comunión de los santos que me gustaría
subrayar: nuestra fe necesita del apoyo de los demás, especialmente en tiempos
difíciles. Si estamos unidos la fe se vuelve más fuerte. ¡Qué hermoso es
apoyarse mutuamente en la aventura maravillosa de la fe! Digo esto porque la
tendencia a refugiarse en lo privado también ha influido en la esfera
religiosa, por lo que muchas veces es difícil buscar la ayuda espiritual de
aquellos que comparten nuestra experiencia cristiana.
Todos las hemos
experimentado; yo también, forma parte del camino de la fe, del camino de
nuestra vida. ¿Quién de nosotros no ha experimentado inseguridad,
desconcierto e incluso dudas en el camino de la fe? Todos hemos
experimentado esto, también yo: es parte del camino de la fe, es parte de
nuestra vida. Todo esto no debe sorprendernos, porque somos seres humanos,
marcados por la fragilidad y las limitaciones; todos somos frágiles, todos
tenemos límites. Sin embargo, en estos tiempos difíciles hay que confiar en la
ayuda de Dios, a través de la oración filial, y al mismo tiempo, es importante
encontrar el coraje y la humildad para estar abierto a los demás, para pedir
ayuda, para pedir que nos den una mano. ¡Cuántas veces hemos hecho esto, y
después hemos sido capaces de salir del problema y encontrar a Dios otra vez!
En esta comunión -comunión quiere decir común-unión-, somos una gran
familia, donde todos los componentes se ayudan y se apoyan mutuamente.
3. Y ahora llegamos
a otro aspecto: la comunión de los santos va más allá de la vida terrena, va
más allá de la muerte y dura para siempre. Esta unión entre nosotros, va más
allá y continúa en la otra vida; es una unión espiritual que nace del bautismo
y no se rompe con la muerte, sino que, gracias a Cristo resucitado, está
destinado a encontrar su plenitud en la vida eterna. Hay un vínculo profundo e
indisoluble entre los que son todavía peregrinos en este mundo - incluidos
nosotros - y los que han cruzado el umbral de la muerte para entrar a la
eternidad. Todos los bautizados aquí en la tierra, las almas del Purgatorio, y
todos los santos que ya están en el Paraíso forman una sola gran familia. Esta
comunión entre el cielo y la tierra se realiza sobre todo en la oración de
intercesión.
Queridos amigos,
¡tenemos esta belleza! Es nuestra realidad, la de todos, lo que nos hace
hermanos, que nos acompaña en el camino de la vida y hace que nos encontremos
de nuevo allá en el cielo. Vayamos por este camino con confianza, con alegría.
Un cristiano debe ser alegre, con la alegría de tener a tantos hermanos y
hermanas bautizados que caminan con él; sostenido por la ayuda de nuestros
hermanos y hermanas que transitan este mismo camino para ir al cielo. Y también
con la ayuda de nuestros hermanos y hermanas que están en el cielo y oran a
Jesús por nosotros. ¡Adelante por este camino de felicidad!
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