Domingo de la 32ª semana
LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS,
EL PERDÓN DE LOS PECADOS
De la misma manera que
en un cuerpo natural la actividad de cada miembro repercute en beneficio de
todo el conjunto, así también ocurre en el cuerpo espiritual que es la Iglesia:
como todos los fieles forman un solo cuerpo, el bien producido por uno se comunica
a los demás. Cada uno somos miembros los unos de los otros (Rom 12,5. Por este
motivo, entre las verdades de fe que transmitieron los Apóstoles, se encuentra
la de que en la Iglesia existe una comunicación de bienes; es lo que el Símbolo
quiere expresar con "la comunión de los santos".
Entre todos los
miembros de la Iglesia el principal es Cristo, que es la cabeza: Lo puso por
cabeza sobre toda la Iglesia, la cual es su cuerpo (Ef 1,22-23). Por
consiguiente, el bien producido por Cristo se comunica a todos los cristianos,
corno la energía de la cabeza a todos los miembros. Esta comunicación se lleva
a cabo por medio de los sacramentos de la Iglesia, en los que opera la potencia
de la Pasión de Cristo, que actúa dando gracia para el perdón de los pecados.
El cuarto sacramento
es la penitencia. En la vida del cuerpo sucede a veces que uno enferma, y si no
se le administra la medicina convenientemente, muere. En la vida del espíritu
se enferma por el pecado, y es necesaria también una medicina para recobrar la
salud. Este remedio es la gracia que se recibe en el sacramento de la
penitencia. El perdona todas tus maldades, sana todas tus enfermedades (Sal
102,3).
En la penitencia deben concurrir tres elementos: contrición, que es un pesar de haber pecado unido al propósito de no volver a hacerlo; confesión de los pecados íntegra, y satisfacción, que se lleva a cabo con obras buenas.
A este fin fue dado a
los Apóstoles el poder de perdonar. Por ello tenemos que creer que los
ministros de la Iglesia —los cuales recibieron de los Apóstoles ese poder, como
éstos lo habían recibido de Cristo— tienen en la Iglesia potestad de atar y
desatar, y que en ésta existe plena potestad de perdonar los pecados, aunque
jerarquizada, a saber, partiendo del Papa hasta los demás prelados.
Conviene notar también
que no sólo se nos comunica la eficacia de la Pasión de Cristo, sino además los
méritos de su vida. Y todo lo bueno que han hecho todos los santos, se comunica
a los que viven en amor, porque todos son una sola cosa: Yo soy partícipe de
todos los que te temen (Sal 118,63). De aquí procede que quien vive en amor,
participa de todo lo bueno que se lleva a cabo en el mundo entero; si bien
participan más intensamente aquéllos en favor de los que se aplica una obra
buena de manera especial, pues uno puede dar satisfacción por otra persona,
como resulta evidente en la costumbre de muchas congregaciones que admiten a la
participación en sus bienes espirituales personas ajenas a ellas.
Así pues, por la
comunión de los santos conseguimos dos cosas: una, que los méritos de Cristo se
nos comuniquen a todos; otra, que el bien llevado a cabo por uno se comunique a
otro. Por consiguiente, los excomulgados, por estar fuera de la Iglesia, se
pierden una parte de todos los bienes que se producen, lo que supone un
perjuicio mayor que la pérdida de cualquier bien temporal. Incurren además en
un riesgo: es sabido que los sufragios de la Iglesia obstaculizan las
tentaciones del diablo; por tanto, cuando uno queda excluido de tales
sufragios, es vencido por el demonio con mayor facilidad. Por este motivo en la
Iglesia primitiva, cuando uno era excomulgado, en seguida el diablo los
atormentaba corporalmente.
(Escritos
catequísticos, cp. 10)
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