Miércoles de la 32ª semana
DESDE ALLÍ HA DE VENIR A JUZGAR
A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS
Misión del rey y del
Señor es juzgar: El rey, que está sentado en el trono de la justicia, con una
mirada suya disipa todo mal (Prov 20,8).
Puesto que Cristo
subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios como Señor de todas las
cosas, es evidente que juzgar es misión suya. Por eso en la profesión de fe
católica afirmamos que "ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos".
Los mismos ángeles lo
aseguraron: Este Jesús, que de entre vosotros ha subido al cielo, volverá como
lo habéis visto marcharse (Hechos 1,11).
El Juez es Cristo. Él es a quien Dios ha puesto por juez de vivos y muertos (Hechos 10,42), ya sea que tomemos por muertos a los pecadores y por vivos a los que viven con rectitud, o bien que interpretemos literalmente como vivos a los que para entonces vivirán, y como muertos a todos los que habrán fallecido. Es juez no sólo en cuanto Dios, sino también en cuanto hombre, y esto por tres motivos.
Primero, porque es
necesario que los que sean juzgados vean al juez; pero la Divinidad es tan
deleitosa que nadie puede contemplarla sin gozo; por tanto, ningún condenado
podrá verla, porque gozaría. Por eso es preciso que aparezca en su condición de
hombre, para ser visto por todos. Le dio potestad de juzgar porque es Hijo de
hombre (Jn 5,27).
Segundo, porque en
cuanto hombre mereció este cargo. En cuanto hombre fue juzgado inicuamente; por
ello Dios lo nombró Juez del universo entero: Tu causa ha sido juzgada como la
de un impío: recibirás a cambio poder de juzgar (Job 36,17).
Tercero, para que los
hombres no se desesperen, puesto que por un hombre van a ser juzgados. Si Dios
sólo juzgara, los hombres aterrados se desesperarían. Verán al Hijo del hombre
venir en una nube (Lc 21,27). Los que serán juzgados son todos los que
existieron, existen y existirán: Todos tendremos que comparecer ante el
tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en
esta vida (2 Cor 5, 10).
Pero, como dice
Gregorio, hay entre ellos cuatro categorías. En primer lugar, de los que
comparecerán, unos son buenos, y otros, malos.
De los malos unos
serán condenados sin juicio, los incrédulos, cuyas obras no serán sometidas a
discusión, porque el que no cree, ya está juzgado (Jn 3,18).
Otros serán condenados
después de ser juzgados, los creyentes que murieron en pecado mortal: El
salario del pecado es la muerte (Rom 6,23). Por la fe que tuvieron no se verán
privados del juicio.
También de los buenos
unos se salvarán sin juicio, los que por Dios fueron pobres de espíritu; es
más, juzgarán a los demás: Vosotros, que me habéis seguido, en la regeneración,
cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de su majestad, vosotros
también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel
(Mt 19,28); lo cual ha de entenderse no sólo de los Discípulos, sino de todos
los pobres; de otra forma, Pablo, que trabajó más que ninguno, no se contaría
entre los jueces. Hay, pues, que interpretarlo de todos los que siguen a los
Apóstoles y de los varones apostólicos. Por ello Pablo escribe: ¿No sabéis que
juzgaremos a los ángeles? (1 Cor 6,3). El Señor vendrá a juzgar acompañado de
los ancianos y príncipes de su pueblo (Is 3,14).
Otros, en cambio, se
salvarán después de ser juzgados, los que hayan muerto en estado de justicia.
Si bien murieron en gracia, en el manejo de las cosas temporales fallaron en
algún punto; por esto serán juzgados, pero se salvarán.
La materia del juicio
serán todas las obras, buenas y malas: Anda por donde el corazón te lleve...,
pero a sabiendas de que por todo ello Dios te llamará a juicio (Eccl 12,14).
Asimismo, las palabras ociosas: De toda palabra ociosa que hayan pronunciado
los hombres, darán cuenta en el día del juicio (Mt 12,36). Los pensamientos:
Los pensamientos del impío sufrirán interrogatorio (Sab 1,9).
(Escritos
catequísticos cp. 7)
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