Viernes de la 27ª semana
DEBE ORARSE SIN INTERMISIÓN
Es menester orar
siempre, y no desfallecer (Lc 18, I).
La oración puede ser
considerada en sí misma y en su causa.
La causa de la oración
es el deseo de la caridad, del que debe proceder la oración, y que debe ser en
nosotros continuo, ya en acto, ya virtualmente; porque la virtud de este deseo
permanece en todo lo que hacemos por caridad; y como debemos hacer todo para
gloria de Dios, por esto la oración debe ser continua. Por lo que dice San
Agustín: "En la fe, la esperanza y la caridad oráis siempre con deseo
continuo"1.
Pero la oración misma,
considerada en sí, no puede ser continua, porque es necesario ocuparse en otras
obras; mas como dice San Agustín: “A ciertas horas y en ciertos intervalos
oramos a Dios aun con palabras, para que por aquellos signos de cosas nos
percatemos de cuánto hemos .adelantado en este deseo, nos conozcamos a nosotros
mismos y nos excitemos más vivamente a hacer esto”2.
Pero la cantidad de
cada cosa debe ser proporcionada al fin, como la dosis de un medicamento a la
salud. Por eso también es conveniente que la oración dure tanto cuanto es útil
para excitar el fervor del deseo interior; pero cuando excede a esta medida, de
tal modo que no pueda prolongarse sin tedio, la oración no debe prolongarse
más.
Sobre esto comenta San
Agustín: "Se dice que los hermanos en Egipto hacen frecuentes oraciones,
pero éstas muy breves y como ciertas rápidas jaculatorias; para que la
intención, vigilantemente sostenida y necesaria al que ora mucho, no se
desvanezca y embote por la excesiva detención"3.
Así, pues, uno ora continuamente, ya por la perseverancia del deseo, ya porque no suspende el orar en horas determinadas, ya por el efecto, o en cl mismo que ora, el cual permanece, aun después de la oración más devoto, o también en otro, como cuando alguno por sus beneficios induce a otro a que ore por él, aun cuando él mismo cese de orar y descanse.
Ciertamente se dice en
San Mateo: Cuando orareis, no habléis mucho (6, 7). Pero de aquí no se sigue
que la oración no debe ser de larga duración. Como explica San Agustín:
"Orar largo tiempo no es orar diciendo muchas palabras; un largo discurso
no es lo mismo que un afecto de larga duración; porque del mismo Señor está
escrito que pasó la noche en oración y que oró más prolijamente para darnos
ejemplo." Y después añade: "Apártese de la oración el mucho› hablar,
mas no falte el ruego abundante, si persevera fervorosa la intención; pues
hablar mucho es emplear palabras superfluas para pedir en la oración una cosa
necesaria; y el rogar mucho es interesar a aquél a quien se ruega con
insistente y piadosa excitación del corazón. Pero de ordinario este negocio se
trata más con gemido que con palabras, más llorando que hablando."
Así, pues, la
prolijidad de la oración no consiste en que se pidan muchas cosas, sino en que
el afecto persevere en desear una. Por eso se dice que el Señor oraba con mayor
vehemencia, diciendo las mismas palabras (Mc 14, 39; Lc 22, 43).
(2ª
2ae, q. LXXXIII, a. 14)
Notas:
1
Ad Probam, epíst. 130 a 121, cap. 9. 258
2
Ad Probam, loc. cit.
3
Ad Probam, loc. cit., cap. 10.
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