Martes de la 27ª semana
EVITAR LA SOLICITUD EXCESIVA DE LAS COSAS TEMPORALES
Y BUSCAR UNA SOLA COSA
Cristo en casa de Marta y María - Johannes Vermeer
Marta, Marta, muy
cuidadosa estás, y en muchas cosas te fatigas. En verdad una sola cosa es
necesaria. (Lc 10, 41-42).
I.
La solicitud de las cosas temporales puede ser ilícita de
tres maneras:
1ª) De parte del
objeto de que nos inquietamos, esto es, si buscamos en las cosas temporales
nuestro fin último.
2ª) Por el superfluo
estudio que se pone para procurarlas, por el cual el hombre se retrae de las
cosas espirituales, a las que preferentemente debe dedicarse: Por eso se dice:
Los cuidados de este siglo… ahogan la palabra (de Dios). (Mt 13, 22).
3ª) Por el temor
exagerado de que a uno le falte lo necesario si hace lo que debe; lo cual ha
sido prohibido por el Señor, por tres motivos: primero, por los mayores
beneficios dados por Dios al hombre, sin solicitud de su parte, cuales son el
cuerpo y e1 alma; en segundo lugar, a causa de la subsistencia que Dios asegura
a los animales y a las plantas, según sus necesidades, sin intervención, del
hombre; y en tercer lugar, por la divina Providencia, por ignorancia de la cual
los gentiles se dedican más principalmente a buscar los bienes temporales.
Por esto concluye que
nuestra solicitud debe tener principalmente por objeto los bienes espirituales,
esperando que también nos darán los bienes temporales de acuerdo con la
necesidad, si cumplimos lo que debemos.
(2ª 2ae , q. LV, a. 6)
II. Debemos buscar una sola cosa: en verdad una sola es necesaria. (Lc 10, 42).
Estando Marta muy
afanada en muchas cosas, quiso el Señor atraerla a una sola. La perfección del
hombre consiste en que su corazón se ligue a una sola, ya que cuanta mayor
unidad haya en él tanto más semejante es a Dios, que es verdaderamente uno. Una
sola cosa he pedido al Señor (Sal 26, 4). Pero en contra de esto padece el que
busca las riquezas o las cosas del mundo, pues se llena de muchos deseos, y su
corazón es arrastrado a cosas diversas.
(In 1am Tim., VI)
Por eso también el
Espíritu Santo realizó la purificación de la Bienaventurada Virgen, como
preparándola para la concepción de Cristo; esa purificación no fue de alguna
impureza de culpa o de concupiscencia, sino que consistió en reconcentrar más
profundamente su alma en una sola cosa, y en separarla de la multitud.
(3ª, q. XXVII, a, 3 ad
3um)
Ese uno, al cual se
adhiere el hombre por la caridad, es Dios. En esto consiste la perfección del
hombre: en unirse a Dios por la caridad. El alma puede unirse perfectamente a
Dios de dos modos; refiriendo actualmente a Dios todas sus acciones y
conociéndolo en la forma en que es cognoscible, lo cual se verifica en el
cielo.
Pero la adhesión a
esta vida en que estamos es doble: una necesaria para la salvación, a la cual
todos están obligados, es decir, que nadie debe aplicar su corazón a lo que es
contra Dios, sino que habitualmente debe referir a él toda la vida. Acerca de
este modo dice el Señor: Amarás al Señor tu Dios, etc. (Mt 22, 37). La otra es
de supererogación, cuando alguno se une a Dios más allá del estado común a
todos, lo cual se verifica apartando el corazón de las cosas temporales, y así
se acerca más a la patria celestial, porque cuanto más se debilita la ambición,
tanto más crece la caridad.
(In Phil., III)
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