DE HOMILÍA DEL SU SANTIDAD SAN JUAN PABLO II
EN LA BEATIFICACIÓN
Plaza de San Pedro
Domingo 25 de abril de 2004
"¿Me amas?",
pregunta Jesús a Simón Pedro. Este responde: "Señor, tú lo sabes todo; tú
sabes que te quiero". La vida de la beata Alejandrina María da Costa puede
resumirse en este diálogo de amor. Impregnada y abrasada por estos deseos de
amor, no quiso negar nada a su Salvador: con voluntad fuerte, lo acepta todo
para mostrar que lo ama. Esposa de sangre, revive místicamente la pasión de
Cristo y se ofrece como víctima por los pecadores, recibiendo la fuerza de la
Eucaristía, que se convierte en el único alimento de sus últimos trece años de
vida.
En el ejemplo de la
beata Alejandrina, expresado en la trilogía "sufrir, amar y reparar",
los cristianos pueden encontrar estímulo y motivación para ennoblecer todo lo
que la vida tiene de doloroso y triste con la mayor prueba de amor: sacrificar
la vida por quien se ama.
Alejandrina María da Costa (1904-1955)
Biografía
ALEJANDRINA MARÍA DA
COSTA nació en Balasar, provincia de Oporto y Arquidiócesis de Braga (Portugal)
el 30 de marzo de 1904, y fue bautizada el 2 de abril siguiente, Sábado Santo.
Fue educada cristianamente por su madre, junto con su hermana Deolinda. Alejandrina
permaneció en familia hasta los siete años, después fue enviada a Póvoa do
Varzim donde se alojó con la familia de un carpintero, para poder asistir a la
escuela primaria que no había en Balasar. Allí hizo la primera comunión en
1911, y el año siguiente recibió el sacramento de la Confirmación que le
administró el Obispo de Oporto.
Después de dieciocho
meses volvió a Balasar y fue a vivir con su mamá y hermana en la localidad de
“Calvario”, donde permanecerá hasta su muerte.
Comenzó a trabajar en
el campo, teniendo una constitución robusta: tenía a raya a los hombres y
ganaba lo mismo que ellos. Su una adolescencia fue muy vivaz: dotada de un
temperamento feliz y comunicativo, era muy amada por las compañeras. Sin
embargo a los doce años se enfermó: una grave infección (quizá una tifoidea) la
llevó a un paso de la muerte. Superó el peligro, pero después de esto su físico
quedará marcado para siempre.
Cuando tenía catorce
años sucedió un hecho decisivo para su vida. Era el Sábado Santo del 1918. Ese
día ella, su hermana Deolinda y una muchacha aprendiz realizaban su trabajo de
costura, cuando se dieron cuenta de que tres hombres trataban de entrar en
su habitación. A pesar de que las puertas estuviesen cerradas, los tres
lograron forzarlas y entraron. Alejandrina, para salvar su pureza amenazada, no
dudó en tirarse por la ventana desde una altura de cuatro metros. Las
consecuencias fueron terribles, aunque no inmediatas. En efecto las diversas
visitas médicas a las que se sometió sucesivamente diagnosticaron siempre con
mayor claridad un hecho irreversible.
Hasta los diecinueve
años pudo aún arrastrarse hasta la iglesia, donde, totalmente contrahecha,
permanecía gustosa, con gran maravilla de la gente. Después la parálisis fue
progresando cada vez más, hasta que los dolores se volvieron horribles, las
articulaciones perdieron sus movimientos y ella quedó completamente paralítica.
Era el 14 de abril de 1925, cuando Alejandrina se puso en el lecho para no
levantarse más por los restantes treinta años de su vida.
Hasta el año 1928 ella
no dejó de pedirle al Señor, por intercesión de la Virgen, la gracia de la
curación, prometiendo que, si se curaba, se haría misionera. Pero, en cuanto
comprendió que el sufrimiento era su vocación, la abrazó con prontitud. Decía:
“Nuestra Señora me ha concedido una gracia aún mayor. Primero la resignación,
después la conformidad completa a la voluntad de Dios, y en fin el deseo de
sufrir”.
Se remontan a este período los primeros fenómenos místicos, cuando Alejandrina inició una vida de grande unión con Jesús en los Sagrarios, por medio de María Santísima. Un día que estaba sola, le vino improvisamente este pensamiento: “Jesús, tú estás prisionero en el Sagrario y yo en mi lecho por tu voluntad. Nos haremos compañía”. Desde entonces comenzó su primera misión: ser como la lámpara del Sagrario. Pasaba sus noches como peregrinando de Sagrario en Sagrario. En cada Misa se ofrecía al Eterno Padre como víctima por los pecadores, junto con Jesús y según Sus intenciones.
Crecía en ella siempre
más el amor al sufrimiento, conforme su vocación de víctima se hacía sentir de
manera más clara. Hizo el voto de hacer siempre lo que fuera más perfecto.
Del viernes 3 de
octubre de 1938 al 24 de marzo de 1942, o sea por 182 veces, vivió cada viernes
los sufrimientos de la Pasión. Alejandrina, superando su estado habitual de
parálisis, bajaba del lecho y con movimientos y gestos acompañados de
angustiosos dolores, reproducía los diversos momentos del Vía Crucis, por
tres horas y media.
“Amar, sufrir, reparar”
fue el programa que le indicó el Señor. Desde 1934 –por mandato del padre
jesuita Mariano Pinho, que la dirigió espiritualmente, hasta 1941– Alejandrina
ponía por escrito todo lo que cada vez le decía Jesús.
En 1936, por orden de
Jesús, ella le pidió al Santo Padre, por medios del padre Pinho, la
consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María. Esta súplica fue varias
veces renovada hasta 1941, por lo que la Santa Sede interrogó por tres veces al
Arzobispo de Braga sobre Alejandrina. El 31 de octubre de 1942 Pío XII consagró
el mundo al Corazón Inmaculado de María con un mensaje transmitido a Fátima en
lengua portuguesa. Este acto lo renovó en Roma en la Basílica de San Pedro el 8
de diciembre del mismo año.
Desde el 27 de marzo
de 1942 en adelante Alejandrina dejó de alimentarse, viviendo sólo de
Eucaristía. En 1943 por cuarenta días y cuarenta noches fueron estrictamente
controlados por excelentes médicos su ayuno absoluto y su anuria, en el
hospital de la Foz do Douro cerca de Oporto.
En 1944 su nuevo
director espiritual, el salesiano padre Humberto Pasquale, animó a Alejandrina,
para que siguiera dictando su diario, después que constató la altura espiritual
a la que había llegado; lo que ella hizo con espíritu de obediencia hasta la
muerte. En el mismo año 1944 Alejandrina se inscribió a la Unión de los
Cooperadores Salesianos. Quiso colocar su diploma de Cooperadora “en donde
pudiera tenerlo siempre a la vista”, para colaborar con su dolor y con sus
oraciones a la salvación de las almas, sobre todo juveniles. Rezó y sufrió por
la santificación de los Cooperadores de todo el mundo.
A pesar de sus
sufrimientos, ella seguía además interesándose e ingeniándose en favor de los
pobres, del bien espiritual de los parroquianos y de otras muchas personas que
recurrían a ella. Promovió triduos, cuarenta horas y ejercicios cuaresmales en
su parroquia.
Especialmente en los
últimos años de vida, muchas personas acudían a ella aún de lejos, atraídas por
su fama de santidad; y bastantes atribuían a sus consejos su conversión.
En 1950 Alejandrina
festeja el XXV aniversario de su inmovilidad. El 7 de enero de 1955 se le
anuncia que éste será el año de su muerte. El 12 de octubre quiso recibir la
unción de los enfermos. El 13 de octubre, aniversario de la última aparición de
la Virgen de Fátima, se la oyó exclamar: “Soy feliz, porque voy al cielo”. A
las 19,30 expiró.
En 1978 sus restos
fueron trasladados del cementerio a la iglesia parroquial de Balasar, donde hoy
– en una capilla lateral – reposa el cuerpo de Alejandrina. Sobre su tumba se
leen estas palabras que ella quiso: “Pecadores, si las cenizas de mi cuerpo
pueden ser útiles para salvaros, acercaos, pasad sobre ellas, pisadlas hasta
que desaparezcan. Pero ya no pequéis; no ofendáis más a nuestro Jesús!”. Es la
síntesis de su vida gastada exclusivamente para salvar las almas.
En Oporto en la tarde
del día 15 de octubre las florerías se vieron privadas de rosas blancas: todas
fueron vendidas. Un homenaje floral a Alejandrina, que había sido la rosa
blanca de Jesús.
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