SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de septiembre de 1996
La esclava obediente del Señor
(Lectura: capítulo 1
del evangelio de san Lucas, versículos 39-42)
1. Las palabras de
María en la Anunciación: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según
tu palabra" (Lc 1, 38) ponen de manifiesto una actitud característica
de la religiosidad hebrea. Moisés, al comienzo de la antigua alianza, como
respuesta a la llamada del Señor, se había declarado su siervo (cf. Ex 4,
10; 14, 31). Al llegar la nueva alianza, también María responde a Dios con un
acto de libre sumisión y de consciente abandono a su voluntad, manifestando
plena disponibilidad a ser "la esclava del Señor".
La expresión
"siervo" de Dios se aplica en el Antiguo Testamento a todos los que
son llamados a ejercer una misión en favor del pueblo elegido: Abraham (Gn 26,
24), Isaac (Gn 24, 14) Jacob (Ex 32, 13; Ez 37, 25), Josué
(Jos 24, 29), David (2 Sm 7, 8) etc. Son siervos también los
profetas y los sacerdotes, a quienes se encomienda la misión de formar al
pueblo para el servicio fiel del Señor. El libro del profeta Isaías exalta en
la docilidad del "Siervo sufriente" un modelo de fidelidad a Dios con
la esperanza de rescate por los pecados del pueblo (cf. Is 42-53).
También algunas mujeres brindan ejemplos de fidelidad, como la reina Ester,
que, antes de interceder por la salvación de los hebreos, dirige una oración a
Dios, llamándose varias veces "tu sierva" (Est 4, 17).
2. María, la "llena de gracia", al proclamarse "esclava del Señor", desea comprometerse a realizar personalmente de modo perfecto el servicio que Dios espera de todo su pueblo. Las palabras: "He aquí la esclava del Señor" anuncian a Aquel que dirá de sí mismo: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45; cf. Mt 20, 28). Así, el Espíritu Santo realiza entre la Madre y el Hijo una armonía de disposiciones íntimas, que permitirá a María asumir plenamente su función materna con respecto a Jesús, acompañándolo en su misión de Siervo.
En la vida de Jesús,
la voluntad de servir es constante y sorprendente. En efecto, como Hijo de
Dios, hubiera podido con razón hacer que le sirvieran. Al atribuirse el título
de "Hijo del hombre", a propósito del cual el libro de Daniel afirma:
"Todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán" (Dn 7, 14),
hubiera podido exigir el dominio sobre los demás. Por el contrario, al rechazar
la mentalidad de su tiempo manifestada mediante la aspiración de los discípulos
a ocupar los primeros lugares (cf. Mc 9, 34) y mediante la protesta
de Pedro durante el lavatorio de los pies (cf. Jn 13, 6), Jesús no
quiere ser servido, sino que desea servir hasta el punto de entregar totalmente
su vida en la obra de la redención.
3. También María, aun
teniendo conciencia de la altísima dignidad que se le había concedido, ante el
anuncio del ángel se declara de forma espontánea "esclava del Señor".
En este compromiso de servicio ella incluye también su propósito de servir al
prójimo, como lo demuestra la relación que guardan el episodio de la
Anunciación y el de la Visitación: cuando el ángel le informa de que Isabel
espera el nacimiento de un hijo, María se pone en camino y "de prisa"
(Lc 1, 39) acude a Galilea para ayudar a su prima en los preparativos del
nacimiento del niño, con plena disponibilidad. Así brinda a los cristianos de
todos los tiempos un modelo sublime de servicio.
Las palabras
"Hágase en mi según tu palabra" (Lc 1, 38), manifiestan en
María, que se declara esclava del Señor, una obediencia total a la voluntad de
Dios. El optativo "hágase" (génoito), que usa san Lucas, no sólo
expresa aceptación, sino también acogida convencida del proyecto divino, hecho
propio con el compromiso de todos sus recursos personales.
4. María, acogiendo
plenamente la voluntad divina, anticipa y hace suya la actitud de Cristo que,
según la carta a los Hebreos, al entrar en el mundo, dice: "Sacrificio y
oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo (...). Entonces dije: ¡He
aquí que vengo (...) a hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Hb 10,
5-7; Sal 40, 7-9).
Además, la docilidad
de María anuncia y prefigura la que manifestará Jesús durante su vida pública
hasta el Calvario. Cristo dirá: "Mi alimento es hacer la voluntad del que
me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). En esta misma
línea, María hace de la voluntad del Padre el principio inspirador de toda su
vida, buscando en ella la fuerza necesaria para el cumplimiento de la misión
que se le confió.
Aunque en el momento
de la Anunciación María no conoce aún el sacrificio que caracterizará la misión
de Cristo, la profecía de Simeón le hará vislumbrar el trágico destino de su
Hijo (cf. Lc 2, 34-35). La Virgen se asociará a él con íntima
participación. Con su obediencia plena a la voluntad de Dios, María está
dispuesta a vivir todo lo que el amor divino tiene previsto para su vida, hasta
la "espada" que atravesará su alma.
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