SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 28 de agosto de 1996
María siempre virgen
(Lectura: capítulo 2 del evangelio de san Lucas, versículos
4-7)
1. La Iglesia ha
manifestado de modo constante su fe en la virginidad perpetua de María. Los
textos más antiguos, cuando se refieren a la concepción de Jesús, llaman a
María sencillamente Virgen, pero dando a entender que consideraban esa
cualidad como un hecho permanente, referido a toda su vida.
Los cristianos de los
primeros siglos expresaron esa convicción de fe mediante el término griego
άεί–πάρθενς "siempre virgen", creado para calificar de modo único y
eficaz la persona de María, y expresar en una sola palabra la fe de la Iglesia
en su virginidad perpetua. Lo encontramos ya en el segundo símbolo de fe de san
Epifanio, en el año 374, con relación a la Encarnación: el Hijo de Dios
"se encarnó, es decir, fue engendrado de modo perfecto por santa María, la
siempre virgen, por obra del Espíritu Santo" (Ancoratus, 119, 5: DS 44).
La expresión siempre
virgen fue recogida por el segundo concilio de Constantinopla, que afirmó:
el Verbo de Dios "se encarnó de la santa gloriosa Madre de Dios y siempre
Virgen María, y nació de ella" (DS 422). Esta doctrina fue
confirmada por otros dos concilios ecuménicos, el cuarto de Letrán, año 1215 (DS 801),
y el segundo de Lyon, año 1274 (DS 852), y por el texto de la definición
del dogma de la Asunción, año 1950 (DS 3.903), en el que la virginidad
perpetua de María es aducida entre los motivos de su elevación en cuerpo y alma
a la gloria celeste.
2. Usando una fórmula sintética, la tradición de la Iglesia ha presentado a María como "virgen antes del parto, durante el parto y después del parto", afirmando, mediante la mención de estos tres momentos, que no dejó nunca de ser virgen.
De las tres, la
afirmación de la virginidad antes del parto es, sin duda, la más
importante, ya que se refiere a la concepción de Jesús y toca directamente el
misterio mismo de la Encarnación. Esta verdad ha estado presente desde el
principio y de forma constante en la fe de la Iglesia.
La virginidad durante
el parto y después del parto, aunque se halla contenida
implícitamente en el título de virgen atribuido a María ya en los orígenes de
la Iglesia, se convierte en objeto de profundización doctrinal cuando algunos
comienzan explícitamente a ponerla en duda. El Papa Hormisdas precisa que
"el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre y nació en el tiempo como hombre,
abriendo al nacer el seno de su madre (cf. Lc 2, 23) y, por el poder
de Dios, sin romper la virginidad de su madre" (DS 368). Esta
doctrina fue confirmada por el concilio Vaticano II, en el que se afirma que el
Hijo primogénito de María "no menoscabó su integridad virginal, sino que
la santificó" (Lumen gentium, 57). Por lo que se refiere a la virginidad
después del parto, es preciso destacar ante todo que no hay motivos para pensar
que la voluntad de permanecer virgen, manifestada por María en el momento de la
Anunciación (cf. Lc 1, 34), haya cambiado posteriormente. Además, el
sentido inmediato de las palabras: "Mujer, ahí tienes a tu hijo",
"ahí tienes a tu madre" (Jn 19, 26-27), que Jesús dirige desde
la cruz a María y al discípulo predilecto, hace suponer una situación que
excluye la presencia de otros hijos nacidos de María.
Los que niegan la
virginidad después del parto han pensado encontrar un argumento probatorio en
el término "primogénito", que el evangelio atribuye a Jesús
(cf. Lc 2, 7), como si esa expresión diera a entender que María
engendró otros hijos después de Jesús. Pero la palabra "primogénito"
significa literalmente "hijo no precedido por otro" y, de por sí,
prescinde de la existencia de otros hijos. Además, el evangelista subraya esta
característica del Niño, pues con el nacimiento del primogénito estaban
vinculadas algunas prescripciones de la ley judaica, independientemente del
hecho de que la madre hubiera dado a luz otros hijos. A cada hijo único se
aplicaban, por consiguiente, esas prescripciones por ser "el
primogénito" (cf. Lc 2, 23).
3. Según algunos,
contra la virginidad de María después del parto estarían aquellos textos
evangélicos que recuerdan la existencia de cuatro "hermanos de
Jesús": Santiago, José, Simón y Judas (cf. Mt 13, 55-56; Mc 6,
3), y de varias hermanas.
Conviene recordar que,
tanto en la lengua hebrea como en la aramea, no existe un término particular
para expresar la palabra primo y que, por consiguiente, los
términos hermano y hermana tenían un significado muy
amplio, que abarcaba varios grados de parentesco. En realidad, con el
término hermanos de Jesús se indican los hijos de una María
discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56), que es designada de modo
significativo como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de
parientes próximos de Jesús, según una expresión frecuente en el Antiguo
Testamento (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 500).
Así pues, María
santísima es la siempre Virgen. Esta prerrogativa suya es consecuencia de
la maternidad divina, que la consagró totalmente a la misión redentora de
Cristo.
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