SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 7 de agosto de 1996
María, modelo de virginidad
(Lectura:1ra. carta de san Pablo a los 3 Corintios,
capítulo 7, versículos 32-35)
1. El propósito de
virginidad, que se vislumbra en las palabras de María en el momento de la
Anunciación, ha sido considerado tradicionalmente como el comienzo y el
acontecimiento inspirador de la virginidad cristiana en la Iglesia.
San Agustín no
reconoce en ese propósito el cumplimiento de un precepto divino, sino un voto
emitido libremente. De ese modo se ha podido presentar a María como ejemplo a
las santas vírgenes en el curso de toda la historia de la Iglesia.
María "consagró su virginidad a Dios, cuando aún no sabía lo que debía
concebir, para que la imitación de la vida celestial en el cuerpo terrenal y
mortal se haga por voto, no por precepto, por elección de amor, no por
necesidad de servicio" (De Sancta Virg., IV, 4; PL 40,
398).
El ángel no pide a
María que permanezca virgen; es María quien revela libremente su propósito de
virginidad. En este compromiso se sitúa su elección de amor, que la lleva a
consagrarse totalmente al Señor mediante una vida virginal.
Al subrayar la espontaneidad de la decisión de María, no debemos olvidar que en el origen de cada vocación está la iniciativa de Dios. La doncella de Nazaret, al orientarse hacia la vida virginal, respondía a una vocación interior, es decir, a una inspiración del Espíritu Santo que la iluminaba sobre el significado y el valor de la entrega virginal de sí misma. Nadie puede acoger este don sin sentirse llamado y sin recibir del Espíritu Santo la luz y la fuerza necesarias.
2. Aunque san Agustín
utilice la palabra voto para mostrar a quienes llama santas
vírgenes el primer modelo de su estado de vida, el Evangelio no testimonia
que María haya formulado expresamente un voto, que es la forma de consagración
y entrega de la propia vida a Dios, en uso ya desde los primeros siglos de la
Iglesia. El Evangelio nos da a entender que María tomó la decisión personal de
permanecer virgen, ofreciendo su corazón al Señor. Desea ser su esposa fiel,
realizando la vocación de la "hija de Sión". Sin embargo, con su
decisión se convierte en el arquetipo de todos los que en la Iglesia han
elegido servir al Señor con corazón indiviso en la virginidad.
Ni los evangelios, ni
otros escritos del Nuevo Testamento, nos informan acerca del momento en el que
María tomó la decisión de permanecer virgen. Con todo, de la pregunta que hace
al ángel se deduce con claridad que, en el momento de la Anunciación, dicho
propósito era ya muy firme. María no duda en expresar su deseo de conservar la
virginidad también en la perspectiva de la maternidad que se le propone,
mostrando que había madurado largamente su propósito.
En efecto, María no
eligió la virginidad en la perspectiva, imprevisible, de llegar a ser Madre de
Dios, sino que maduró su elección en su conciencia antes del momento de la
Anunciación. Podemos suponer que esa orientación siempre estuvo presente en su
corazón: la gracia que la preparaba para la maternidad virginal influyó
ciertamente en todo el desarrollo de su personalidad, mientras que el Espíritu
Santo no dejó de inspirarle, ya desde sus primeros años, el deseo de la unión
más completa con Dios.
3. Las maravillas que
Dios hace, también hoy, en el corazón y en la vida de tantos muchachos y
muchachas, las hizo, ante todo, en el alma de María. También en nuestro mundo,
aunque esté tan distraído por la fascinación de una cultura a menudo
superficial y consumista, muchos adolescentes aceptan la invitación que
proviene del ejemplo de María y consagran su juventud al Señor y al servicio de
sus hermanos.
Esta decisión, más que
renuncia a valores humanos, es elección de valores más grandes. A este
respecto, mi venerado predecesor Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis
cultus, subrayaba cómo quien mira con espíritu abierto el testimonio del
Evangelio "se dará cuenta de que la opción del estado virginal por parte
de María (...) no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores del estado
matrimonial, sino que constituyó una opción valiente, llevada a cabo para
consagrarse totalmente al amor de Dios" (n. 37).
En definitiva, la
elección del estado virginal está motivada por la plena adhesión a Cristo. Esto
es particularmente evidente en María. Aunque antes de la Anunciación no era
consciente de ella, el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con
vistas a Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Mesías
Salvador. La virginidad comenzada en María muestra así su propia dimensión
cristocéntrica, esencial también para la virginidad vivida en la Iglesia, que
halla en la Madre de Cristo su modelo sublime. Aunque su virginidad personal,
vinculada a la maternidad divina, es un hecho excepcional, ilumina y da sentido
a todo don virginal.
4. ¡Cuántas mujeres
jóvenes, en la historia de la Iglesia, contemplando la nobleza y la belleza del
corazón virginal de la Madre del Señor, se han sentido alentadas a responder
generosamente a la llamada de Dios, abrazando el ideal de la virginidad!
"Precisamente esta virginidad ―como he recordado en la encíclica Redemptoris
Mater―, siguiendo el ejemplo de la Virgen de Nazaret, es fuente de una especial
fecundidad espiritual: es fuente de la maternidad en el Espíritu Santo"
(n. 43).
La vida virginal de
María suscita en todo el pueblo cristiano la estima por el don de la virginidad
y el deseo de que se multiplique en la Iglesia como signo del primado de Dios
sobre toda realidad y como anticipación profética de la vida futura. Demos
gracias juntos al Señor por quienes aún hoy consagran generosamente su vida
mediante la virginidad, al servicio del reino de Dios.
Al mismo tiempo,
mientras en diversas zonas de antigua evangelización el hedonismo y el
consumismo parecen disuadir a los jóvenes de abrazar la vida consagrada, es
preciso pedir incesantemente a Dios, por intercesión de María, un nuevo
florecimiento de vocaciones religiosas. Así, el rostro de la Madre de Cristo,
reflejado en muchas vírgenes que se esfuerzan por seguir al divino Maestro,
seguirá siendo para la humanidad el signo de la misericordia y de la ternura
divinas.
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