Martes de la 24ª semana
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
Si no hiciereis
penitencia, todos pereceréis de la misma manera (Lc 13, 3).
Es absolutamente
necesario para la salvación aquello sin lo cual nadie puede alcanzar a ésta,
como la Gracia de Cristo y el sacramento del Bautismo, por el que uno renace en
Cristo. El sacramento de la Penitencia es necesario hipotéticamente porque no
es necesario a todos, sino únicamente a los que están sujetos al pecado, pues
se dice que el pecado, cuando es consumado, engendra muerte (Stgo. 1, 15). Y
por consiguiente es necesario para la salvación del pecador que el pecado sea
apartado de él, lo cual no puede verificarse sin el sacramento, en el que obra
la virtud de la Pasión de Cristo por la absolución del sacerdote juntamente con
la obra del penitente que coopera con la gracia a la destrucción del pecado;
pues, como dice San Agustín: "El que te crió sin ti, no te justificará sin
ti"*. Es, por lo tanto, evidente que el
sacramento de la Penitencia es necesario a la salvación después del pecado,
como la medicina corporal, después que el hombre cae en una enfermedad
peligrosa.
Rectamente dice San Jerónimo que la penitencia es la segunda tabla después del naufragio. Porque así como el primer remedio para los que pasan el mar está en que se mantengan dentro de la nave íntegra, y el segundo remedio, después de destrozada la nave, es adherirse a una tabla, así también el primer remedio en el mar de esta vida es que el hombre conserve la integridad; y el segundo es que, si por el pecado hubiere perdido la integridad, la recobre por la penitencia.
Ciertamente se lee en
los Proverbios: La caridad cubre todas las faltas (10, 12), y más abajo: Por la
misericordia y por la fe se limpian los pecados (Ibid., 15, 27). Pero desde el
momento en que alguno incurre en el pecado, la caridad, la fe y la misericordia
no libran al hombre del pecado sin la penitencia, porque la caridad requiere
que el hombre se duela de la ofensa cometida contra el amigo, y que procure con
empeñó satisfacerle. Requiere también la fe que, por virtud de la Pasión de
Cristo, que obra en los sacramentos de la Iglesia, procure justificarse de sus
pecados; y requiere también la misericordia ordenada que el hombre,
arrepintiéndose, preste auxilio a su propia miseria, en la que incurre por el
pecado, según aquello de la Escritura: El pecado hace miserables a los pueblos
(Prov 14, 34). Por lo cual dice el Eclesiástico: Tú, que agradas a Dios,
apiádate de tu alma (30, 24).
(3ª, q. LXXXIV, a. 5,
6)
Nota:
*Serm. 15 de Verb.
Apost.
No hay comentarios:
Publicar un comentario