Dedicación de la Basílica de Santa María
en tiempos del Papa Sixto III (432-440)
Virgen de las Nieves
Santa María la Mayor
Santa María del Pesebre
Tres nombres, tres
denominaciones, tres advocaciones, tres títulos y un solo lugar de culto, una
iglesia, una sola basílica y una sola Virgen Madre de Dios.
De planta
rectangular, tiene tres naves con columnas jónicas. Su fachada principal mira a
la plaza y se hizo en el siglo VIII, el campanario románico se construyó en el
1377 y la fachada posterior que da al monte Esquilino data del siglo XVII La
imagen de la Virgen María situada sobre el altar mayor es del siglo XIII y el
monumento a la Reina de la Paz lo erigió Benedicto XV al fin de la primera
guerra mundial. El cielo raso fue dorado con el primer oro americano traído por
Colón.
Conocer la historia
de esta basílica, una de las cuatro «mayores» que se visitan a diario
por multitud de orantes, lo mismo que por amigos del arte, de la cultura o de
la historia, obliga a remontarse hasta el siglo IV y a meterse por las
enrevesadas galerías de la leyenda.
Cuenta esta que un
matrimonio romano, rico a más no poder y perteneciente a la nobleza, quiere
hacer de su fortuna inagotable un buen empleo porque no tienen hijos Dan
limosnas generosas a los necesitados, pero los bienes cuyo destino final les
preocupa no tienen fondo. Una noche, Juan Patricio –así se llamaba el esposo–
tuvo un sueño en el que la Virgen Santísima le pide la edificación de un templo
en su honor, en el monte Esquilino, en el lugar que ella señale con nieve. Era
la noche del 4 al 5 de agosto. A la mañana siguiente, en plena canícula romana,
ha aparecido una copiosa y milagrosa nevada en un lugar bien preciso y
determinado. Comunicados el sueño y la nevada al papa Liberio, que también ha
tenido esa misma noche la misma comunicación celestial, se organiza una
procesión de fieles que van a contemplar el prodigio entre rezos admirados y
cantos jubilosos. (La leyenda no tiene ninguna garantía histórica y, además,
debió de aparecer allá por el siglo XI. Pero cuajó en la devoción popular que
cristalizó en los dos lienzos de un discípulo de Giotto: uno representa al papa
Liberio, dormido, con mitra presente, y a la Virgen hablándole; en el otro se
ve a Juan Patricio y a la Señora haciendo nevar sobre el Esquilino. También
Murillo inmortalizó la leyenda dibujando al noble matrimonio contando el sueño
al papa Liberio, mientras que en el fondo se distingue la procesión de los
fieles hacia el sitio nevado). Lógicamente, esa iglesia se llamó Liberiana,
aunque nadie priva al pueblo de darle su propia denominación de «La Virgen de
las Nieves» cuyo nombre llevan tantas de las cristianas bautizadas bajo
esta advocación. Allí fue donde tuvieron que luchar los partidarios del papa
Dámaso contra los secuaces del antipapa Ursino, a fines del siglo IV.
Luego, otro papa,
Sixto III (432-440), la mandó reconstruir. Y como el Concilio de Éfeso definió
en el año 431 la Maternidad divina de María contra la herejía de Nestorio,
provocando una oleada de amor mariano desde Oriente a Occidente a la Theotocos,
la antigua iglesia Liberiana se convirtió en el eco romano a la definición
efesina. Crece el fervor, llueven donativos de los fieles y las matronas se
desprenden de sus joyas para colaborar en el enriquecimiento y adorno de la
primera iglesia edificada en Roma en honor de la Virgen María, celebrando el
misterio de su Maternidad divina –principal y base de todos los privilegios y
títulos– que queda expresado de múltiples formas con mosaicos, frescos y
pinturas por toda la estructura. El calificativo de «Mayor» le viene
por ser la madre de todas las que en el mundo están dedicadas al nombre de
María.
Una nueva advocación
viene a añadirse al templo: «Sancta Maria ad Praesepe». Vino como secuela
normal y lógica de la devoción, veneración y trato filial a la Virgen. Siendo
la Madre de Dios, ¿cómo no se va a dar el salto a contemplar el nacimiento del
Hijo por Quien y de Quien recibe toda su grandeza? Al lado de la basílica surge
la gruta estrecha y recogida que es, de alguna manera, el remedo o copia de
Belén. Allá van los papas, uno tras otro, a celebrar la Misa del Gallo al
tiempo que van concediéndole también privilegios: Gregorio III (731-741) regala
una rica imagen de oro que representa a la Madre abrazando al Hijo; Adriano I
(772- 795) cubre el altar con láminas de oro y León III (795-816) regala tablas
de plata acendrada.
Como no podía ser
menos, allí se mete mucho corazón: a la veneración de los fervorosos fieles se
exponen maderas del pesebre y trozos de adobe traídos de Tierra Santa.
Virgen de las
Nieves, Santa María la Mayor, Santa María del Pesebre... Virgen Santísima,
Madre de Dios, ¡ruega por nosotros!
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