Buscamos ser felices
Tercera Carta del
Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, a los jóvenes de
la Arquidiócesis de México como preparación para el Jubileo del Año 2000.
Viendo la muchedumbre,
subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la
palabra, les enseñaba diciendo: "Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque
ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque
ellos serán consolados. Bienaventurados los que tiene hambre y sed de la
justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz porque
ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa
de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados
seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal
contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa
será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas
anteriores a vosotros" (Mt 5, 3-12)
Querido joven:
Tú, como todo ser
humano, seguramente buscas ser feliz. Basta darse una vuelta por la ciudad, un
viernes por la tarde, para percatarse de cuántos de ustedes salen anhelantes y
llenos de ilusiones buscando divertirse. Esperan horas en la puerta de una
disco o un bar de moda con la esperanza de pasar un buen rato de alegría y
olvidarse de todo lo que les preocupa. Los mayores también buscan ser felices.
Muchos buscan medios sanos y buenos que les hacen crecer como personas; otros
encauzan sus anhelos de felicidad lejos del Evangelio y de Cristo; olvidan la
ley de Dios y construyen un proyecto de felicidad al margen de los cauces que
Dios nos marca. A ti te puede pasar lo mismo, y puede ser que, a lo mejor,
alguna vez hayas buscado la felicidad no donde Dios la ha puesto para ti, sino
donde tu creías que estaba, y por eso no la encontraste. Un ejemplo claro de
esta actitud del hombre que quiere construir su mundo feliz al margen de Dios
lo hayamos en el capítulo 3 del Génesis. En él se narra el pecado original, que
es, en el fondo, el drama de todo hombre que desobedece a Dios y escucha al
enemigo del alma. Este enemigo pone en marcha en el ser humano un mecanismo de
exaltación de la soberbia y la independencia frente a Dios. Con ello rompe su
inocencia y el estado de felicidad original en la que vivía en comunicación
directa con Dios.
El enemigo del alma
exalta la bondad del proyecto de vida al margen de Dios. No quiere que cuentes
con Dios en tu vida. Y muchas veces te convence. El engaño surte efecto:
"y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la
vista y excelente para lograr sabiduría, tomo de su fruto y comió, y dio
también a su marido, que igualmente comió" (v. 6). Desobedece. Un acto de
un breve lapso de tiempo rompió el plan eterno de felicidad que Dios había dispuesto
para el hombre al que había creado por amor. Eso es el pecado: romper en un
instante un plan eterno de amor de Dios. Sin embargo, aunque el hombre perdió
la felicidad Dios no dejo de amarlo. En lugar de recriminarlo, lo busca:
"Yahvé Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estas?" (v. 9). Así
actúa contigo cuando te alejas de Él. Pero el hombre tiene miedo de Dios por
eso se aleja y se esconde: "Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque
estoy desnudo: por eso me escondí" (v. 10). Esta situación se repite muy a
menudo en la vida del hombre presa del pecado: se aleja de Dios, se excusa y se
refugia en una disculpa para eludir su responsabilidad. Las consecuencias del
pecado destruyen la vida del hombre, son imprevisibles, construyen un mundo de
desconfianza. Pero Dios sigue mostrándote su amor a ti que te ha creado por
amor, sigue ofreciéndote su amistad y ayudándote. Por eso no hay que
desconfiar. "Yahve Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y
los vistió" (v. 21).
La felicidad no está en huir de Dios, sino en acercarte plenamente a Él. El ser humano necesita de Dios, de su amor, sin Él no es nada. Aunque muchas veces no lo percibas, sin embargo es así: no podemos construir un verdadero proyecto de felicidad sin contar con Dios, sin buscarlo a Él por encima de todo. Una vez, hablando con un joven, me decía: "Dios no me llena, no me hable más de Dios". Le respondí con franqueza: "¿Cómo te va a llenar Dios si estás lleno de ti mismo? Y ahí no cabe nadie más: ni tu familia, ni Dios, ni nada que no sirva para llenarte aún más de ti mismo". El muchacho reaccionó muy bien y solucionó muchos problemas de su vida dejando a un lado su egoísmo.
La búsqueda real de Dios supone renunciar a muchas
cosas para poder alcanzar el ideal que Él nos propone. Seguramente, tú mismo lo
has experimentado; no es fácil alcanzar la felicidad donde Dios la ha puesto
para nosotros. Parece como si todo nos ayudara a ir por el camino contrario.
Las bienaventuranzas
son un programa para ser felices, bienaventurados; son un camino de felicidad
que implican muchas renuncias. Pero nos las ha dado el mismo Jesucristo como el
medio más seguro para que el hombre llegue a la plenitud del proyecto de vida
que Dios le ha preparado. Nos hablan de vivir desapegados de las riquezas, eso
significa la pobreza de espíritu; de vivir en la mansedumbre de corazón, de ser
misericordioso, buscar la justicia y trabajar por la paz; de limpiar nuestra
alma no permitiendo en ella envidias, iras o lujurias, y de sufrir todo lo que
nos venga encima por defender la fe y la verdad que Cristo nos ha entregado.
Parece mentira que éste sea un camino para ser feliz cuando el mundo en que
vivimos nos habla de otros valores muy contrarios. Pero no podemos pensar que
el que se equivoca es Jesucristo, Dios y hombre, que por ser Dios, inteligencia
infinita, no puede confundirse, y por ser el amor absoluto no va a engañarnos.
Seguramente es el mundo que nos rodea el que está marcando un itinerario
equivocado. Por eso decía el apóstol San Juan: "No améis el mundo ni lo
que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él.
Puesto que todo lo que hay en el mundo -el desenfreno de la carne, la lujuria
de los ojos y la jactancia de las riquezas- no viene del Padre, sino del mundo.
El mundo y sus inmoralidades pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios
permanece para siempre" (I Jn 2,15-17).
El vivir a fondo el
camino de felicidad que Cristo nos propone, se refleja en una nueva actitud
ante la vida, con un sentido positivo y pleno que lo inunda todo. Esto se
percibe en la vida de los santos, hombres y mujeres que muchas veces han pasado
por grandes sufrimientos, pero siempre los han vivido con esperanza y alegría.
Hay un ejemplo que a mí siempre me ha impresionado mucho, y es el de san Pablo.
Saulo, antes de transformarse en san Pablo, era un hombre legalista, frío, que
asistió impasible a la muerte de san Esteban y perseguía a los cristianos
(Hechos 7, 58 y 8, 1): "Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por
las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la
cárcel" (Hechos 8, 3); era cruel y duro con los que no pensaban como él.
Pero Dios entró en su vida y él empezó a transformarse. Su corazón se hizo más
humano, fino y compasivo. Esto se refleja, por ejemplo, en este texto: "Yo
de nadie codicié plata, oro o vestidos. Ustedes saben que estas manos me
ayudaron en mis necesidades y en las de mis compañeros. En todo les he enseñado
que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles, y que hay que
tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en
dar que en recibir. Dicho esto se puso de rodillas y oró con todos ellos.
Rompieron entonces todos a llorar y, arrojándose al cuello de Pablo, lo
abrazaban afligidos, sobre todo por lo que había dicho: que ya no volverían a
ver su rostro. Y fueron acompañándolo hasta la nave" (Hechos 20, 33-38).
Pablo se despide de los sacerdotes de Éfeso que han ido a verlo a la ciudad de
Mileto y les recuerda una frase que dijo Jesucristo: "Hay más alegría en
dar que en recibir". Se puede decir que esta frase resume la vida de Pablo
después de su conversión al camino de Cristo. Pablo buscó la felicidad donde
Dios le indicaba, se vació de sí mismo para llenarse de Dios y darse a los
demás.
Tu hermano y amigo que
te bendice
Norberto Cardenal Rivera
Arzobispo Primado de México
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