SAN JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 10 de enero de 1996
Miércoles 10 de enero de 1996
María en la perspectiva trinitaria
(Lectura: carta de san Pablo a los Gálatas,
capítulo 4, versículos 4-7)
1. El capítulo VIII de
la constitución Lumen gentium indica
en el misterio de Cristo la referencia necesaria e imprescindible de
la doctrina mariana. A este respecto, son significativas las primeras palabras
de la introducción: "Dios, en su gran bondad y sabiduría, queriendo
realizar la redención del mundo, 'al llegar la plenitud de los tiempos, envió a
su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos la adopción de hijos' (Ga 4,
4-5)" (n. 52). Este Hijo es el Mesías, esperado por el pueblo de la
antigua alianza y enviado por el Padre en un momento decisivo de la historia,
"al llegar la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), que coincide
con su nacimiento de una mujer en nuestro mundo. La mujer que introdujo en la
humanidad al Hijo eterno de Dios nunca podrá ser separada de Aquel que se
encuentra en el centro del designio divino realizado en la historia.
El primado de Cristo
se manifiesta en la Iglesia, su Cuerpo místico. En efecto, en ella "los
fieles están unidos a Cristo, su cabeza, en comunión con todos los santos"
(cf. Lumen gentium,
52). Es Cristo quien atrae a sí a todos los hombres. Dado que, en su papel
materno, María está íntimamente unida a su Hijo, contribuye a orientar hacia él
la mirada y el corazón de los creyentes.
Ella es el camino que
lleva a Cristo. En efecto, la que "al anunciarle el ángel la Palabra de
Dios, la acogió en su corazón y en su cuerpo" (ib., 53), nos muestra cómo
acoger en nuestra existencia al Hijo bajado del cielo, educándonos para hacer
de Jesús el centro y la ley suprema de nuestra existencia.
2. Además, María nos
ayuda a descubrir en el origen de toda la obra de la salvación la acción
soberana del Padre, que invita a los hombres a hacerse hijos en el Hijo
único. Evocando las hermosísimas expresiones de la carta a los Efesios:
"Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando
muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo" (Ef 2,
4-5), el Concilio atribuye a Dios el título de infinitamente
misericordioso. Así, el Hijo "nacido de una mujer" se presenta
como fruto de la misericordia del Padre, y nos hace comprender mejor cómo esta
mujer es Madre de misericordia.
En el mismo contexto,
el Concilio llama también a Dios infinitamente sabio, sugiriendo una
atención particular al estrecho vínculo que existe entre María y la sabiduría
divina que, en su arcano designio, quiso la maternidad de la Virgen.
3. El texto conciliar
nos recuerda, asimismo, el vínculo singular que une a María con el Espíritu
Santo, con las palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano, que
recitamos en la liturgia eucarística: "El cual, [el Hijo] por nosotros los
hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María la Virgen" (Lumen gentium,
52).
Expresando la fe
inmutable de la Iglesia, el Concilio nos recuerda que la encarnación prodigiosa
del Hijo se realizó en el seno de la Virgen María sin participación de hombre,
por obra del Espíritu Santo.
Así pues, la
introducción del capítulo VIII de la Lumen gentium indica,
en la perspectiva trinitaria, una dimensión esencial de la doctrina mariana. En
efecto, todo viene de la voluntad del Padre, que envió al Hijo al mundo,
manifestándolo a los hombres y constituyéndolo cabeza de la Iglesia y centro de
la historia. Se trata de un designio que se realizó con la encarnación, obra
del Espíritu Santo, pero con la colaboración esencial de una mujer, la Virgen
María, que de ese modo, entró a formar parte de la economía de la comunicación
de la Trinidad al género humano.
4. La triple relación
de María con las Personas divinas se afirma con palabras precisas también en la
ilustración de la relación típica que une a la Madre del Señor con la Iglesia:
"Está enriquecida con este don y dignidad: es la Madre del Hijo de Dios.
Por tanto, es la hija predilecta del Padre y el templo del Espíritu Santo"
(ib., 53).
La dignidad
fundamental de María es la de ser Madre del Hijo, que se expresa en
la doctrina y en el culto cristiano con el título de Madre de Dios.
Se trata de una
calificación sorprendente que manifiesta la humildad del Hijo unigénito de Dios
en su encarnación y, en relación con ella, el máximo privilegio concedido a la
criatura llamada a engendrarlo en la carne.
María como Madre del
Hijo es hija predilecta del Padre de modo único. A ella se le concede
una semejanza del todo especial entre su maternidad y la paternidad divina.
Más aún: todo
cristiano es "templo del Espíritu Santo", según la expresión del
apóstol Pablo (1 Co 6, 19). Pero esta afirmación tiene un significado
excepcional en María. En efecto, en ella la relación con el Espíritu Santo se
enriquece con la dimensión esponsal. Lo he recordado en la encíclica Redemptoris
Mater "El Espíritu Santo ya ha descendido a ella, que se
ha convertido en su esposa fiel en la anunciación acogiendo al Verbo de Dios
verdadero..." (n. 26).
5. La relación
privilegiada de María con la Trinidad le confiere, por tanto, una dignidad que
supera en gran medida a la de todas las demás criaturas. El Concilio lo
recuerda expresamente: debido a esta "gracia tan extraordinaria",
María "aventaja con mucho a todas las criaturas del cielo y de la
tierra" (Lumen gentium,
53). Sin embargo esta dignidad tan elevada no impide que María sea solidaria
con cada uno de nosotros. En efecto la constitución Lumen gentium prosigue:
"Se encuentra unida en la descendencia de Adán, a todos los hombres que
necesitan ser salvados", y fue "redimida de la manera más sublime en
atención a los méritos de su Hijo" (ib).
Aquí se manifiesta el
significado autentico de los privilegios de María y de sus relaciones
excepcionales con la Trinidad: tienen la finalidad de hacerla idónea para
cooperar en la salvación del genero humano. Por tanto, la grandeza
inconmensurable de la Madre del Señor sigue siendo un don del amor de Dios a
todos los hombres. Proclamándola "bienaventurada" (Lc 1, 48),
las generaciones exaltan las "maravillas" (Lc 1, 49) que el
Todopoderoso hizo en ella en favor de la humanidad, "acordándose de su
misericordia" (Lc 1, 54).
No hay comentarios:
Publicar un comentario