Martes después de la Santísima Trinidad
EL AMOR Y CULTO DE LATRIA DEBIDOS A DIOS,
SOBERANO E INFINITAMENTE BUENO
1. Amemos nosotros a
Dios, porque Dios nos amó primero (1 Jn 4, 19).
Debemos amar a Dios de
tres maneras:
1º) Que llenemos todo
nuestro corazón con su amor. Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón
(Deut 6, 5).
2º) Que no amemos cosa
alguna sino por él. San Agustín dice: "Menos te ama quien contigo ama
alguna cosa a la que no ama por ti."
3º) Que ninguna
adversidad nos aparte de su caridad. ¿Quién nos separará del amor de Cristo?
(Rom 8, 35).
Debemos amar mucho a
Cristo por tres motivos:
Por su bondad. San
Bernardo comenta: "La causa de amar a Dios es Dios mismo. Su bondad es tan
grande que, aun cuando no nos hubiese hecho ningún bien ni lo hubiere de hacer,
deberíamos sin embargo amarlo siempre."
Por su caridad. Amemos
nosotros a Dios, porque Dios nos amó primero. Y San Agustín exclama:
"¡Miserable de mí! Cuánto debo amar a mi Dios que me hizo lo que no era,
que me redimió cuando yo había perecido, cuando estaba vendido con mis pecados;
él vino por mí, y tanto me amó que dio por mí el precio de su sangre."
Por nuestra utilidad.
Pues dispuso bienes inenarrables para los que le aman. Ojo no vio, etc. (1 Cor
2, 9).
(Serm. LXXVIII)
II. Por el culto de
latría confesamos nuestra dependencia de Dios, puesto que él nos creó. Por lo
tanto, debemos el culto de latría en cuanto es nuestro Creador, nuestro fin y
primera fuente de nuestro ser. Y porque es Creador, bueno, sabio y poderoso, y
por otros atributos, le debemos el culto de latría y no sólo por uno de ellos.
Y porque el Padre y el
Hijo y el Espíritu Santo son un solo Creador, les debemos también ese culto de
latría, que es debido a Dios como Creador.
Por todos estos
títulos debemos rendir a Dios culto de latría.
Existen en nosotros
tres clases de bienes: el espiritual, el corporal y el externo. Y como todos
ellos nos vienen de Dios, por todos ellos debemos ofrecer a Dios culto de
latría. Por nuestra alma, le debemos un amor especial; por nuestro cuerpo, le
ofrecemos postraciones y cánticos; por los bienes externos le ofrecernos
sacrificios, luminarias, etcétera. No ofrecemos a Dios todo esto porque él lo
necesite, sino para reconocer que todo lo recibimos de él. Y porque por todo le
damos gracia, así también le honramos con todo.
(3 Dist. 9, q. 1, a.
3.)
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