Sábado después de Pentecostés
EFECTOS ATRIBUIDOS AL ESPÍRITU SANTO
CON RELACIÓN A LAS DÁDIVAS QUE DIOS NOS DA
I. El Espíritu Santo
es quien revela los misterios secretos. En efecto; es propio de la amistad
revelar sus secretos al amigo. La amistad es una fusión de sentimientos; ella
hace, por decirlo así, un solo corazón de dos corazones, y parece que no
sacáramos del corazón lo que revelamos al amigo. Por eso dice el Señor a los
discípulos: No os llamaré ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
señor; mas a vosotros os he llamado amigos, porque os he hecho conocer todas
las cosas que he oído de mi Padre (Jn 15, 15). Si, pues, por el Espíritu Santo
somos constituidos amigos de Dios, convenientemente se dice que los misterios
divinos son revelados a los hombres por el Espíritu Santo. Por eso dice el
Apóstol: Está escrito: Que ojo no vio, ni oreja oyó, ni en corazón de hombre
subió lo que preparó Dios para aquéllos que le aman; mas Dios nos lo reveló a
nosotros por su Espíritu (1 Cor 2, 9-10).
II. Por el Espíritu
Santo expresamos los misterios divinos. El hombre habla de lo que conoce; y es
justo que por el Espíritu Santo el hombre hable de los misterios divinos, según
aquello del Apóstol: En espíritu habla misterios (1 Cor 14, 2), y San Mateo
dice: No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que
habla en vosotros (10, 20). Por eso se dice en el símbolo acerca del Espíritu
Santo: que habló por los profetas.
III. El Espíritu
Santo es quien nos comunica los bienes divinos. No sólo es propio de la amistad
revelar al amigo sus secretos, a causa de la unión de los corazones, sino que
esa unión exige también que todo lo que el amigo posee, lo comunique a su
amigo. En efecto, el hombre considera al amigo como otro yo, y es menester, por
consiguiente, que le ayude como a sí mismo, dándole participación en sus cosas.
Por eso es propio del amigo hacer bien al amigo, según aquello de San Juan: El
que tuviere riquezas de este mundo, y viere a un hermano tener necesidad, y le
cerrare sus entrañas, ¿cómo está la caridad de Dios en él? (1 Jn 3, 17).
Esto sucede sobre
todo con Dios, cuyo querer es eficaz en cuanto al efecto. Por eso se dice muy
bien que todos los dones de Dios se nos dan por el Espíritu Santo, como afirma
San Pablo: A uno por el Espíritu Santo es dada palabra de sabiduría; a otro, de
ciencia según el mismo Espíritu, y después de enumerar muchas otras cosas
añade: Mas todas estas cosas obra solo uno y el mismo Espíritu, repartiendo a
cada uno como quiere (1 Cor 12, 8-11).
(Contra Gentiles,
lib. IV, cap. 21)
IV. Cristo es cabeza
de la Iglesia, mas el Espíritu Santo es el corazón. La cabeza tiene una superioridad
manifiesta sobre los demás miembros exteriores; pero el corazón tiene cierta
influencia oculta; por eso es comparado al corazón el Espíritu Santo, que
vivifica y une invisiblemente a la Iglesia; y el mismo Cristo es comparado a la
cabeza por razón de su naturaleza visible, según la cual como hombre tiene la
preferencia sobre todos los hombres.
(3ª p., q. VIII, a. I, ad 3um)
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