miércoles, 10 de junio de 2020

Meditaciones después del tiempo pascual con textos de Santo Tomás de Aquino 60


Miércoles después de la Santísima Trinidad

PECADO CONTRA EL PADRE,
CONTRA EL HIJO
Y CONTRA EL ESPÍRITU SANTO


I. Pecar contra el Padre es pecado de debilidad. Pecar contra el Hijo es pecado de ignorancia. Pecar contra el Espíritu Santo es pecado de malicia. En otros términos, se peca contra el Padre no tributándole lo que le es debido por razón de su poder; contra el Hijo, cuando se desprecia su sabiduría, que es su atributo; contra el Espíritu Santo cuando se ofende su bondad, que es su atributo.

El pecado se comete de tres modos: por ignorancia, por pasión y por libre decisión. Por ignorancia, cuando se desconoce aquello cuyo conocimiento hubiese impedido el pecado, por lo cual la ignorancia es la causa en este caso. Es el pecado contra el Hijo. Por pasión, cuando ésta obscurece el juicio de la razón. Y esto es propiamente pecar por debilidad y contra el Padre. Por libre decisión cuando el hombre, después de deliberar, elige el pecado, no que él es vencido por la tentación, sino, porque el corazón está corrompido, y le place el pecado en sí. Esto es pecar por malicia, que es el pecado contra el Espíritu Santo. (2. Dist. 43, q. I, a. 1)

II. En cuanto al pecado contra el Espíritu Santo, se asignan seis especies, que se distinguen según el alejamiento o desprecio de las cosas que pueden impedir al hombre la elección del pecado. Estas cosas provienen, ya de parte del juicio divino, ya de parte de sus dones, ya también de parte del mismo pecado.


1º) El hombre se aparta de la elección del pecado o por consideración al juicio divino o por la esperanza que despierta la consideración de la misericordia que perdona los pecados y premia las cosas buenas, la cual se destruye por la desesperación; además por el temor, que surge al considerar la justicia divina, que castiga los pecados, el cual se destruye por la presunción; es decir, mientras uno presume que puede alcanzar la gloria sin méritos y el perdón sin penitencia.

2º) Los dones de Díos, que nos retraen del pecado, son dos: uno es el conocimiento de la verdad, al que se opone la impugnación de la verdad conocida, esto es, cuando uno combate la verdad conocida de la fe con el fin de pecar más libremente; otro es el auxilio de la gracia interior al que se opone la envidia de la gracia fraterna; esto es, cuando uno no sólo envidia a la persona del hermano sino también la gracia de Dios que se acrecienta en el mundo.

3º) Con relación al pecado dos son las cosas que pueden retraer al hombre de él: una es el desorden y fealdad del acto, cuya consideración suele producir en el hombre la penitencia del pecado cometido, y a esto se opone la impenitencia, que encierra el propósito de no arrepentirse. Otra es la pequeñez y brevedad del bien que se encuentra en el pecado, como dice el Apóstol: ¿Qué fruto tuvisteis entonces en aquellas cosas de que ahora os avergonzáis? (Rom 6, 21). La consideración de esto suele inducir al hombre a que su voluntad no se afirme en el pecado, lo cual se destruye por la obstinación, cuando el hombre se aferra en su propósito de permanecer en pecado.
(2ª 2ae , q. XIV, a. 2)

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