Miércoles después de la Santísima Trinidad
PECADO CONTRA EL PADRE,
CONTRA EL HIJO
Y CONTRA EL ESPÍRITU SANTO
I. Pecar contra el
Padre es pecado de debilidad. Pecar contra el Hijo es pecado de ignorancia.
Pecar contra el Espíritu Santo es pecado de malicia. En otros términos, se peca
contra el Padre no tributándole lo que le es debido por razón de su poder;
contra el Hijo, cuando se desprecia su sabiduría, que es su atributo; contra el
Espíritu Santo cuando se ofende su bondad, que es su atributo.
El pecado se comete
de tres modos: por ignorancia, por pasión y por libre decisión. Por ignorancia,
cuando se desconoce aquello cuyo conocimiento hubiese impedido el pecado, por
lo cual la ignorancia es la causa en este caso. Es el pecado contra el Hijo.
Por pasión, cuando ésta obscurece el juicio de la razón. Y esto es propiamente
pecar por debilidad y contra el Padre. Por libre decisión cuando el hombre,
después de deliberar, elige el pecado, no que él es vencido por la tentación,
sino, porque el corazón está corrompido, y le place el pecado en sí. Esto es
pecar por malicia, que es el pecado contra el Espíritu Santo. (2. Dist. 43, q.
I, a. 1)
II. En cuanto al
pecado contra el Espíritu Santo, se asignan seis especies, que se distinguen
según el alejamiento o desprecio de las cosas que pueden impedir al hombre la
elección del pecado. Estas cosas provienen, ya de parte del juicio divino, ya
de parte de sus dones, ya también de parte del mismo pecado.
1º) El hombre se
aparta de la elección del pecado o por consideración al juicio divino o por la
esperanza que despierta la consideración de la misericordia que perdona los
pecados y premia las cosas buenas, la cual se destruye por la desesperación;
además por el temor, que surge al considerar la justicia divina, que castiga
los pecados, el cual se destruye por la presunción; es decir, mientras uno
presume que puede alcanzar la gloria sin méritos y el perdón sin penitencia.
2º) Los dones de
Díos, que nos retraen del pecado, son dos: uno es el conocimiento de la verdad,
al que se opone la impugnación de la verdad conocida, esto es, cuando uno
combate la verdad conocida de la fe con el fin de pecar más libremente; otro es
el auxilio de la gracia interior al que se opone la envidia de la gracia
fraterna; esto es, cuando uno no sólo envidia a la persona del hermano sino
también la gracia de Dios que se acrecienta en el mundo.
3º) Con relación al
pecado dos son las cosas que pueden retraer al hombre de él: una es el desorden
y fealdad del acto, cuya consideración suele producir en el hombre la
penitencia del pecado cometido, y a esto se opone la impenitencia, que encierra
el propósito de no arrepentirse. Otra es la pequeñez y brevedad del bien que se
encuentra en el pecado, como dice el Apóstol: ¿Qué fruto tuvisteis entonces en
aquellas cosas de que ahora os avergonzáis? (Rom 6, 21). La consideración de
esto suele inducir al hombre a que su voluntad no se afirme en el pecado, lo
cual se destruye por la obstinación, cuando el hombre se aferra en su propósito
de permanecer en pecado.
(2ª 2ae , q. XIV, a.
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