Para hacer oración familiar, dejamos todos previsto: apagamos los celulares y la pantalla, sin prisa por la comida, generamos un ambiente de silencio, etc. De este modo seremos una Iglesia en el hogar.
Se reúne la familia en una sala de la casa en torno una mesa, cubierta con un mantel morado o blanco, colocamos un crucifijo, una imagen de la Sagrada Familia o de la Virgen María, y en el centro la Biblia junto a una vela encendida. Los padres, o uno de ellos, son los responsables de guiar a los hijos en este momento de oración para entrar en alabanza y diálogo con Dios.
1. + Señal de la cruz
2. Ven, Espíritu Santo. Ven, dulce huésped del
alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las
horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
3. En presencia de Dios, pedimos perdón:
· Tú que al resucitar
renuevas todas las cosas: Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
· Tú que nos llamas a
transformar el mundo: Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
· Tú que harás
participar a todo el universo de la gloria de tu resurrección: Señor, ten
piedad.
Señor, ten piedad.
4. Proclamamos el evangelio de Jesucristo según san
Juan 14, 27-31ª
Catequesis para mayores de 12 años
La Paz que nos trae
Jesús es distinta a la paz del mundo. El Señor nos trae una paz que proviene de
la esperanza en la salvación eterna. Es la paz del corazón que se origina en un
acto de perdón, la paz de orar al Padre, la paz de hacer el bien o la paz de
saberme perdonado. ¡Es la paz que se derrama del Crucificado y que la entrega
como Resucitado!
Contrariamente, el
mundo ofrece una paz “del cementerio”, asociada con la vida temporal y al miedo
a la muerte. La paz del mundo se origina en el temor y la perturbación. Es
decir, el mundo habla de paz si tengo suficiente dinero para “comer y comprar”
, si me “he preparado para la guerra” , si tengo buen “sistema de defensa y
seguridad” , o si tengo “buena salud física” , entonces digo: “estoy en paz”
por la ausencia de conflictos. Todo esto no es malo, pero no logro “estar en
Paz” sino “estar tranquilo”. Sólo he podido bajar la hipótesis de conflicto con
una paz temporal que muchas veces viene del Príncipe de este mundo y no de
Jesús.
Hoy el Señor nos trae
la verdadera Paz que se funda en la esperanza de su Segunda Venida. Vivimos en
Paz, porque a pesar de las injusticias, el egoísmo, la enfermedad y la muerte,
Cristo nos concede la victoria final de la salvación eterna. Una paz que se
funda en el amor del Hijo al Padre y que hoy nos quiere hacer partícipes por
medio de la donación del Espíritu Santo. Una Paz que en definitiva es un suave
gozo en el alma.
Santos de día:
Santos Nereo y Aquiles fueron dos soldados
romanos que se convirtieron al cristianismo. Su martirio, según los
historiadores, probablemente ocurrió alrededor del año 300, durante las
persecuciones de Diocleciano. El documento más antiguo que nos ha llegado sobre
los dos mártires es una inscripción en latín colocada en su tumba por el papa
san Dámaso (304-384). Este Pontífice se hizo famoso por haber redactado y hecho
grabar los epitafios o lápidas en los sepulcros de muchos famosos mártires de
las catacumbas de Roma.
Dice así el elogio martirial de San Dámaso: “Nereo
y Aquiles, mártires. Se habían inscrito en la milicia y ejercitaban su cruel
oficio, atentos a las órdenes del tirano, y prontos a ejecutarlas, constreñidos
por el miedo. ¡Milagro de la fe! De repente dejan su cruel oficio, se
convierten, abandonan el campamento impío de su criminal jefe, tiran los escudos,
las armaduras, los dardos ensangrentados y, confesando la fe de Cristo, se
alegran de alcanzar mayores triunfos. Tened noticia por Dámaso a qué alturas
puede llegar la gloria de Cristo.”
Los sumos Pontífices (Siricio, Juan I, Gregorio
Magno, León III) le dedicaron templos y homilías en honor estos hermanos
mártires de la fe. Su fiesta se celebra desde la antigüedad el 12 de mayo.
San Pancracio. Un adolescente romano
de sólo 14 años, que fue martirizado por declararse creyente y partidario de
Nuestro Señor Jesucristo. Dicen que su padre murió martirizado y que la mamá
recogió en unos algodones un poco de la sangre del mártir y la guardó en un
relicario de oro, y le dijo al niño: "Este relicario lo llevarás colgado
al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre".
Un día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado
pero muy contento. La mamá le preguntó la causa de aquellas heridas y de la
alegría que mostraba, y el jovencito le respondió: "Es que en la escuela
me declaré seguidor de Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que
abandonara mi religión. Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro
Santo afirma de los apóstoles: "En su corazón había una gran alegría, por
haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo". (Hechos 6,41).
Al oír esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del
padre martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada:
"Muy bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre". Como
Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y que
deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo llevaron a
la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él. Cuando lo
llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos kilómetros de
Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes premios y
muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios. El valiente
joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en Cristo hasta
el último momento de su vida. Entonces para obligarlo a desistir de sus
creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el lugar
donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más fuertemente
proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas al contemplar
este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al cristianismo. Al llegar
al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por que le
permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el
cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a
pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. De muy buena
voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el
hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su
sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión.
Allí en Roma se levantó un templo en honor de San
Pancracio y por muchos siglos las muchedumbres han ido a venerar y admirar en
ese templo el glorioso ejemplo de un valeroso muchacho de 14 años, que supo
ofrecer su sangre y su vida por demostrar su fe en Dios y su amor por
Jesucristo en el año 304. San Pancracio: ruégale a Dios por nuestra juventud
que tiene tantos peligros de perder su fe y sus buenas costumbres.
Catequesis para menores de 12 años
· Se proclama el
evangelio y se ayuda a los niños a recomponer el relato, buscando los detalles.
· Se explica desde las
ideas centrales de la catequesis de adultos (el texto anterior).
· Reflexionamos las
palabras: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se
inquieten ni teman!”
· En silencio meditamos
con el corazón el significado de estas palabras y las compartimos.
Oración: Ángel de mi guarda,
dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día. No me dejes solo que me
perdería. Hasta que alcance los brazos de Jesús, María y José.
5. Cada uno de
la familia dice una acción de gracias.
Dios Padre, te damos gracias por … .
6. Ahora, cada
uno hace una petición.
Dios misericordioso, te pedimos por ... .
7.
Presentación de las ofrendas. En la Pascua, Jesús se ofrece como cordero
sacrificado al Padre por nosotros. Ahora nosotros, unidos a Cristo, también
podemos hacernos Eucaristía. En este momento, cada uno de la familia, dice cuál
es la ofrenda que le presenta a Dios. Ejemplos: ayudar en casa, estudiar, rezar
alguna oración, llamar a alguien para saludarlo, hacer un pequeño sacrificio,
estar al servicio, etc...
8. Oramos como
Jesús nos enseñó:
Padre nuestro…
9. Nos damos
la Paz del Señor, como gesto de amor.
10. Oramos a
nuestra Madre:
Dios te salve María…
11. Comunión
espiritual:
Creo, Jesús mío, que estás en el Santísimo
Sacramento; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que
ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi
corazón. (breve silencio).
Y ahora, como si ya te hubiese recibido, te abrazo
y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de ti.
12. Oremos: Dios nuestro, que en la resurrección de
Cristo nos renuevas para la vida eterna, concede a tu pueblo perseverar en la
fe y en la esperanza, y nunca dudar del cumplimiento de tus promesas. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén Sagrada Familia de
Nazaret: Ruega por nosotros.
13. Los padres
se bendicen entre ellos y bendicen a los hijos, haciendo una cruz en la frente.
Nos hacemos la Señal de la cruz diciendo: + El Señor nos bendiga, nos guarde de
todo mal y nos lleve a la Vida eterna. Amen.
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