La reina de
las abejas
Cansóse
un día la Reina de las Abejas de penar más que todas. – Yo no trabajo más –
dijo– . ¿Para qué soy Reina entonces?
Dotada de más talento que las
Hermanas Obreras, capaz c discernir el mejor sitio para la Colmena, el momento
en que ha que dejarla por vieja y el tiempo de la enjambrazón, y orgullos, de
su admirable fecundidad, pensó que su evidente aristocracia le daba derechos, y
sobre todo se aburrió del oficio de criar chicos, que es lo más difícil que se
conoce, según decía mi madre, si se crían bien.
Así
es que se fastidió, no puso más un solo huevo y se sentó en un rincón.
Al principio todo
iba bien; y las Obreras seguían tendiéndole respetuosas el alimento con sus
piquitos bruñidos. Pero pasó el tiempo y las más viejas, todas peladas y
agotadas por el trabajo, de seis y hasta siete meses de edad algunas, se
murieron. Empezó la Colmena a menguar rápidamente, desprovista de renuevas.
Aflojó el trabajo y la miel se fue agotando. Llegaron días duros, y las tres
docenas de ancianas obreras sobrevivientes, no dan abasto a las tareas de
limpieza, conservación, cerámen, propóleos, policía y acarreo, mal comidas y
desanimadas, se arrinconaron en un panal tristemente. La orgullosa Reina empezó
a sentir el hambre que atormentaba mucho más que a las otras su sensibilidad
más delicada. Quiso reaccionar y arrepentirse, pero ya era tarde: la Colmena
estaba invadida por la polilla chica. Y la Reina pereció con su pueblo, por no
haber conocido la imprudente que los que reciben mayores dotes de Dios están
también sujetos en este mundo, so pena de ruina, a una mayor carga de pena y
trabajo.
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