Y el nombre de la Virgen era María (Lc, 1, 27). Hablemos un poco de este
nombre que significa, según se dice, Estrella del Mar, y que conviene
maravillosamente a la Virgen Madre. ... Ella es verdaderamente esta espléndida
estrella que debía levantarse sobre la inmensidad del mar, toda brillante por
sus méritos, radiante por sus ejemplos.
¡Oh
tú, quienquiera que seas, que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado
por las olas de este mundo, en medio de borrascas y tempestades, si no quieres
zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella!
Si
el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo de las tribulaciones se
interpone en tu camino, mira a la estrella, invoca a María.
Si
eres balanceado por los oleajes del orgullo, de la ambición, de la
maledicencia, de la envidia, mira la estrella, invoca a María.
Si
la cólera, la avaricia, los deseos impuros, sacuden la frágil embarcación de tu
alma, levanta los ojos a María.
Si
perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista
de las torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del juicio,
comienzas a dejarte arrastrar por el torbellino de la tristeza, a despeñarte en
el abismo del desespero, piensa en María.
Que
su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para
alcanzar el socorro de la intercesión de Ella, no tomes con negligencia los
ejemplos de su vida.
Siguiéndola,
no te extraviarás; rezándole no desesperarás; pensando en Ella evitarás todo
error.
Si
Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si
Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.
Y
así verificarás por tu propia experiencia con cuánta razón fue dicho: “Y el
nombre de la Virgen era María”.
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