Domingo XIX del
TIEMPO ORDINARIO
Primera Lectura: 1Re 19, 9.11-13
Segunda: Rom 9, 1-5
Evangelio: Mt 14,22-33
Nexo entre las lecturas
Dios se
revela a Elías en el suave susurro de la brisa sobre el monte Oreb (primera
lectura); Jesucristo se revela a los discípulos como Hijo de Dios mediante su
señorío sobre las aguas agitadas del mar y sus misteriosas palabras: "Yo
soy, no temáis" (Evangelio). Por su parte, Pablo es muy consciente de que
Dios se ha revelado al pueblo de Israel: "Les pertenecen la adopción
filial, la presencia gloriosa de Dios, la alianza, las leyes, el culto y las
promesas" (Rom 9,4). La respuesta de Elías es de temor sagrado ante la
presencia de Yavéh: "Se cubrió el rostro con su manto" (1Re 19,13).
La respuesta de Pedro es de duda: "Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?"
(Mt 14,31), mientras que la del conjunto de los discípulos es de fe:
"Verdaderamente eres Hijo de Dios" (Mt 14,33). Pablo sabe muy bien
que el pueblo de Israel ha dado una respuesta desacertada y no ha sido fiel a
la revelación divina, por eso le invade una gran tristeza y un continuo dolor
del corazón (segunda lectura). Revelación de Dios, respuestas del hombre, he
aquí en síntesis el mensaje de la liturgia.
Mensaje doctrinal
Dios se
revela a los hombres no por conceptos sino mediante acciones simbólicas o en
una relación dialogal. A Elías que huyó del monte Carmelo para no ser asesinado
por Jezabel (1Re 19,1-3), Dios le hace atravesar la tierra de Palestina de
norte a sur, para llevarle hasta el monte Oreb, el monte santo del yahvismo y
de las revelaciones divinas. En el ámbito sagrado de la montaña, en soledad y
oración, Dios se revela a Elías. A Moisés se le reveló entre relámpagos, fuego
y truenos (cf Ex 19,16-19), como señor de las fuerzas de la naturaleza. A
Elías, sobre el mismo monte, siglos más tarde, se le revelará como el susurro
de una suave brisa, con la suavidad de un beso de madre o de una caricia de
mujer.
Jesucristo
ha pasado largas horas de oración, de diálogo con el Padre (cf Mt 14,23). Los
discípulos luchan casi impotentes contra las olas embravecidas del lago de
Tiberíades. De repente ven que viene hacia ellos una figura humana, semejante a
la de Jesús. Se asustan. Creen ver un fantasma. Jesús aprovecha esta
circunstancia para revelárseles en su identidad más íntima, mediante un gesto simbólico.
Como Yavéh (Job 9,8; cf Sal 77,20), él camina sobre las ondas del mar,
mostrando así que es el señor del mar y de la naturaleza. Como Yavéh a Moisés
(cf Ex 3,15), él revela a los discípulos su nombre divino: "Yo soy".
Jesús muestra su poder divino, pero sobre todo revela a los suyos su filiación
divina.
Pablo
nos recuerda las prerrogativas extraordinarias de Dios para con Israel,
subrayando que "suyos son los patriarcas y de ellos, en cuanto hombre,
procede Cristo" (Rom 9,5). Con los patriarcas comienza la revelación
histórica de Dios, con Cristo dicha revelación culmina y llega a su plenitud; y
este misterio de revelación se lleva a cabo en el ámbito del pueblo elegido.
Así es como Dios se nos revela el fiel por excelencia, que no se arrepiente de
su elección ni de sus promesas. La elección y la alianza de Dios con Israel, a
pesar de su infidelidad, sigue en pie. Siendo la revelación de Dios la
expresión de un diálogo con el hombre, requiere por su misma naturaleza de una
respuesta. Elías responde con la obediencia de fe (1Re 19,15-18) a fin de que
el monoteísmo yahvista se mantenga en la tierra de Israel. Pedro responde con
el miedo y la duda, ante una situación que el mismo ha provocado, poniendo a
prueba el poder de Jesús. El pueblo de Israel ha respondido rechazando la
revelación del mesianismo de Jesús y su filiación divina. Los discípulos,
finalmente, son los que han dado la respuesta mejor y más completa:
"Verdaderamente tu eres Hijo de Dios". Nuestra respuesta a la
revelación de Dios, que nos ha sido conservada y transmitida por la Iglesia,
debe ser, en palabras del Vaticano II, "someterse con la fe. Por la fe, el
hombre se entrega entera y libremente a Dios..., asintiendo libremente a lo que
Dios revela" (DV 5).
Sugerencias pastorales
Para
poder dar una respuesta a un interlocutor, se debe conocer el contenido de sus
palabras o de su propuesta. Si el hombre de hoy quiere dar una respuesta
responsable y madura a la revelación de Dios, lo primero es que conozca esta
revelación. Es bastante evidente que durante un período de años hubo un
"vacío doctrinal" en la catequesis (tal vez todavía exista en algunas
partes), y que la revelación de Dios que la Iglesia nos transmite en parte se
desconoce o se conoce mal o de modo incompleto. Hay aquí una gran labor
formativa que realizar en las parroquias, en los grupos juveniles, en los
movimientos de la Iglesia. Esta labor es dura, pero indispensable, para que la
experiencia fuerte de conversión de unos o el entusiasmo religioso de otros no
lleguen a ser una experiencia defraudante o una explosión temporal del
sentimiento. Nunca se insistirá demasiado en la urgencia de catequistas,
numerosos y bien formados, catequistas de niños, de jóvenes y de adultos, para
que la respuesta de la fe sea auténtica y madura.
No
basta conocer la revelación de Dios, la fe de la Iglesia. Sabemos por
experiencia de los siglos y de nuestros días -y de ello da fe la liturgia de
este domingo- que el hombre, en virtud de su libertad, puede dar respuestas muy
variadas, y de hecho las da. Está quien da la respuesta del rechazo, del
desinterés o indiferencia, incluso de la hostilidad abierta al mensaje
cristiano. Hay quienes creen, pero a su manera, dejándose guiar por criterios
subjetivos ante el depósito de la fe objetiva de la Iglesia. Otros creen, pero
tienen "agujeros o goteras" en su fe, pues les resulta
"imposible" aceptar ciertas verdades de fe o de moral católicas. La
verdadera respuesta, la que hemos de buscar para nosotros mismos y para
nuestros feligreses, es la respuesta completa, segura, responsable: la
obediencia de la fe.
Preparado
por el P. ANTONIO IZQUIERDO L.C. Para la Congregación para el Clero
No hay comentarios:
Publicar un comentario