Mateo 11,25-30
Dijo Jesús: "Doy gloria a ti, ¡oh
Padre!, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los
sabios y a los prudentes, y las revelaste a los pequeñuelos; así es, Padre,
porque de esta manera fue de vuestro agrado".
"Todas las cosas me fueron
entregadas por mi Padre, y ninguno conoce al Hijo, sino el Padre; ni nadie
conoce al Padre, sino el Hijo, y a quien el Hijo lo quisiere revelar".
"Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os aligeraré. Tomad mi yugo sobre vosotros,
aprended de mí; porque soy manso y humilde de corazón, y encontraréis el
descanso para vuestros corazones; porque mi yugo es suave y mi carga
ligera".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 28
Como sabía el Señor que muchos habían de poner en duda la verdad
anterior, es decir, el por qué los judíos no le quisieron recibir y los
gentiles sí lo recibieron con prontitud, contesta a las opiniones de todos
diciendo: "Yo te confieso, Padre", etc.
Glosa
Esto es, a ti, que haces los cielos y gobiernas en la tierra.
San Agustín, sermones, 67,1
Si Cristo, que está muy lejos de todo pecado, dijo: "Yo
confieso", la confesión consiguientemente no es de sólo el que peca, sino
alguna vez también del que alaba. Confesamos, pues, ya alabando a Dios, ya
acusándonos a nosotros mismos. Luego cuando dijo: "Yo te confieso",
quiso decir, yo te alabo y no, yo me acuso.
San Jerónimo
Los que calumnian al Salvador diciendo que no había nacido, sino que
había sido creado, apoyan su calumnia en que el Señor llama a su Padre Señor
del cielo y de la tierra; pero si El es una creatura y la creatura puede llamar
a su autor padre suyo, fue una necedad el que no le llamara también igualmente
Señor del cielo y de la tierra o padre. El da las gracias a Dios de haber
revelado su venida a los Apóstoles, cosa que no supieron los escribas y los
fariseos, que se tenían por sagaces y prudentes. Por eso sigue: "porque ocultaste
a los sabios, etc".
San Agustín, sermones, 67,8
Bajo el nombre de sabios y prudentes, se entiende los soberbios, según
manifiesta el Señor por las palabras: "Revelaste estas cosas a los
pequeñuelos". ¿Y quiénes son los pequeñuelos, sino los humildes?
San Gregorio Magno, Moralia, 27
Y no añade: Revelaste estas cosas a los necios, sino a los pequeñuelos,
en cuya exclusión da a entender que no condenó la penetración de espíritu, sino
el orgullo.
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,1
Al decir "a los sabios", no se refiere a la verdadera
sabiduría, sino a aquella que pretendían tener los escribas y los fariseos. Y
por eso no dijo: "Revelaste estas cosas a los necios", sino a los
pequeñuelos, esto es, a los sencillos o rústicos. En esto nos enseña el cuidado
que debemos tener de huir del orgullo y de amar la humildad.
San Hilario, in Matthaeum, 11
Están ocultos a los sabios los secretos y las virtudes de las palabras
de Dios y para los pequeñuelos están abiertos: a los que son pequeños en
malicia, mas no en inteligencia; a los que son sabios a los ojos de la
presunción, mas no a los de la prudencia.
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,1
Debemos alegrarnos de que se haya hecho la revelación a éstos y debemos
lamentar el que se haya debido ocultar a aquellos.
San Hilario, in Matthaeum, 11
El Señor confirma, según el juicio de la voluntad del Padre la equidad
del hecho de que todos aquellos que no han querido hacerse pequeños delante de
Dios se queden hechos unos necios en su propia sabiduría. Así dice: "Así
es, Padre, porque de esta manera te agradó".
San Gregorio Magno, Moralia, 25
Estas palabras nos dan una lección de humildad, a fin de que no
intentemos discutir temerariamente los juicios divinos sobre la vocación de
unos y la desaprobación de otros, manifestándonos al mismo tiempo que no puede
haber injusticia en aquel a quien tanto complace lo justo.
San Jerónimo
También en estas palabras dice el Señor con mucha ternura a su Padre,
que culmine la obra comenzada en los Apóstoles.
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,1-2
Todo lo que el Señor dijo a los Apóstoles en este pasaje, tiene por
objeto el hacerlos más precavidos, porque era natural que tuviesen un concepto
elevado de sí mismos, aquellos que lanzaban los demonios. De aquí el reprimir
este concepto, porque cuanto se había hecho en su favor no era resultado de su
celo, sino de la revelación divina. Por eso los escribas y los fariseos,
teniéndose por sabios y prudentes, cayeron por efecto de su orgullo. De donde
resulta que si por su orgullo no les fue revelado nada, también nosotros
debemos tener miedo y ser siempre pequeños: pues esto hizo que vosotros
gozaseis de la revelación. Y como dice San Pablo: "Los entregó Dios a su
réprobo sentido" ( Rom 1,26). No dice esto para afirmar que Dios es el que
produce ese efecto, pues Dios no hace mal, sino que aquellos fueron causa
inmediata de ello. Por esta razón dice: "Ocultaste estas cosas a los
sabios y a los prudentes". ¿Y por qué razón se las ocultó? San Pablo
expone la razón en estos términos: "Porque queriendo establecer su propia
justicia, no estuvieron sometidos a la justicia de Dios" ( Rom 10,3).
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2
Después de haber dicho antes el Señor: "Yo te alabo, oh Padre,
porque ocultaste estas cosas a los sabios". A fin de que nadie creyera que
da las gracias al Padre, porque El está privado de ese poder, añade:
"Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre". Cuando
escuchares que "todo me ha sido entregado por mi Padre", no debéis
entender nada humano. Pues, este modo de expresarse que tiene el Señor, es para
darnos a entender que no son dos los dioses engendrados, porque desde el
momento en que El fue engendrado, fue hecho Señor de todas las cosas.
San Jerónimo
Porque de otra manera, si interpretamos este pasaje según nuestra frágil
manera de ver las cosas, deberíamos admitir que desde el momento en que aquel
que recibe empieza a tener, principiará a no tener aquel que ha dado. O
también: por "todas las cosas me fueron entregadas" puede entenderse
no el cielo, la tierra, los elementos y todo lo demás que hizo y creó Dios,
sino todos aquellos que mediante el Hijo tienen entrada a donde está el Padre.
San Hilario, in Matthaeum, 11
O también: se expresó de esa manera, para que nadie juzgase que en el
Padre había cosas que no las había en el Hijo.
San Agustín, contra Maximinum, 3,12
Porque si tiene menos poder que el Padre, no tiene todas las cosas que
tiene el Padre. Y en el acto de ser engendrado por el Padre, este dio a su Hijo
el poder, porque El ha dado lo que hay en su naturaleza a aquel que fue
engendrado en su naturaleza.
San Hilario, in Matthaeum, 12
En seguida nos demuestra, que en el conocimiento del Padre y del Hijo,
no hay en el Hijo cosa distinta y que sea completamente desconocida del Padre:
"Y ninguno conoce al Hijo, sino el Padre y ninguno conoce al Padre, sino
el Hijo".
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2
En el mismo hecho de no conocer nadie al Padre, sino el Hijo, nos prueba
de una manera bien clara que es de la misma naturaleza. Como si dijera: ¿por
qué ha de admirarse nadie de que yo sea Señor de todas las cosas, teniendo yo
una cosa superior a todas ellas, a saber: el conocer al Padre y ser de su misma
naturaleza?
San Hilario, in Matthaeum, 11
Nos enseña el mismo Salvador, que la sustancia del Padre y del Hijo está
contenida en el conocimiento mutuo del uno y del otro. De manera, que el que
conoce al Hijo, conoce también, en el Hijo, al Padre, puesto que éste entregó
al Hijo todas las cosas.
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2
Cuando dice que nadie conoce al Padre, sino el Hijo, no quiere decir que
todos le desconozcan completamente, sino que nadie tiene el conocimiento que el
Hijo tiene del Padre. Lo mismo debe entenderse con respecto al Hijo. Porque no
habla aquí de un Dios desconocido, como decía Marción.
San Agustín, de Trinitate, 1,8
Finalmente, como la naturaleza divina es inseparable, basta algunas
veces nombrar o las dos personas o el Hijo sólo, o sólo el Padre, no
separándose por esto el Espíritu de los dos, Espíritu que con toda propiedad es
llamado Espíritu de verdad.
San Jerónimo
Avergüéncese el hereje Eunomio de expresar su idea del Padre y del Hijo,
diciendo que el Padre engendra al Hijo y el Hijo al Padre. Porque si tomara por
base de semejante insensatez las palabras: "Y a quien el Hijo lo quisiera
revelar", le contestaríamos: una cosa es conocer por igualdad de naturaleza
y otra por gracia de revelación.
San Agustín, de Trinitate, 7,3
El Padre es revelado por su Hijo, esto es, por su Verbo. Pues así como
las palabras que proferimos nos revelan de un modo temporal y transitorio a
nosotros mismos y aquello de que hablamos, ¿cuánto más la Palabra de Dios por
la que se hicieron todas las cosas? Esta Palabra nos dice lo que es el Padre,
en el concepto de Padre y así mismo qué es lo que es el Padre.
San Agustín, quaestiones evangeliorum, 2,1
Cuando dijo: "Ninguno conoce al Hijo, sino el Padre", no dijo:
y a quien el Padre quisiere revelar. Pero esto no quiere decir que el Hijo no
puede ser conocido más que sólo por el Padre. El Padre puede ser conocido, no
sólo por el Hijo, sino por todos aquellos a quienes lo revelare el Hijo. Así
decimos, que por revelación del Hijo conocemos al Padre y al Hijo, porque el
Hijo es la luz de nuestra inteligencia. Y en lo que sigue: "Y a quien el
Hijo lo quisiere revelar" comprendemos no sólo al Padre, sino también al
Hijo, porque estas palabras están relacionadas con las anteriores. Porque es
expresado el Padre por su Verbo y el Verbo, no sólo revela lo que El expresa,
sino también se revela a sí mismo.
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2
Luego si revela al Padre, se revela a sí mismo. Dejó de poner esto
último por ser evidente y puso lo primero, por si alguno lo ponía en duda. Nos
demuestra también que está El tan identificado con el Padre, que es imposible
llegar al Padre, sino mediante el Hijo y esto era lo que principalmente
escandalizaba a los judíos, porque lo creían contrario a la idea de Dios y esta
creencia es la que trató de destruir por todos los medios.
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2
El había encendido el deseo de sus discípulos por todo lo que precede,
que no es más que la expresión de su inefable virtud y ahora los llama a sí por
las palabras: "Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados".
San Agustín, sermones 69,1
¿Por qué nos cansamos todos, sino porque somos mortales, que llevamos
vasos de barro que nos ponen en tantas angustias? Pero si los vasos frágiles de
la carne nos angustian, nos desplegamos en los espacios de la caridad. ¿A qué
dice: "Venid a mí todos los que trabajáis", sino para que no nos
cansemos?
San Hilario, in Matthaeum, 11
Llama a sí a todos los que trabajan por las dificultades de la ley y la
carga del pecado.
San Jerónimo
Asegura el profeta Zacarías, que es carga muy pesada la del pecado,
diciendo: "que la iniquidad está sentada sobre una masa de plomo" ( Zac
5,7) y el Salmista completó esta verdad con las palabras: "mis iniquidades
están pesando sobre mí" ( Sal 37,5).
San Gregorio Magno, Moralia, 30
Es ciertamente un yugo áspero y una dura sumisión el estar sometido a
las cosas temporales, el ambicionar las terrenales, el retener las que mueren,
el querer estar siempre en lo que es inestable, el apetecer lo que es pasajero
y el no querer pasar con lo que pasa. Porque mientras desaparecen, a pesar de
nuestros deseos, todas estas cosas que por la ansiedad de poseerlas afligían
nuestra alma, nos atormentan después por miedo de perderlas.
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2
Y no dice: Venid éste y aquel, sino todos los que estáis en las
preocupaciones, en las tristezas y en los pecados; no para castigaros, sino
para perdonaros los pecados. Venid, no porque necesite de vuestra gloria, sino
porque quiero vuestra salvación. Por eso dice: "Y yo os aligeraré". No
dijo: Yo os salvaré solamente, sino (lo que es mucho más) os aliviaré, esto es,
os colocaré en una completa paz.
Rábano
No sólo os aliviaré, sino que os saciaré con un manjar interior.
Remigio
Venid, dice, no con los pies, sino con las costumbres; no con el cuerpo,
sino con la fe, porque ésta es la entrada espiritual que nos aproxima a Dios.
Por eso dice: "Tomad mi yugo sobre vosotros".
Rábano
El yugo del Señor Jesucristo es el Evangelio que une y asocia en una
sola unidad a los judíos y a los gentiles. Este yugo es el que se nos manda que
pongamos sobre nosotros mismos, esto es, que tengamos como gran honor el
llevarlo, no vaya ser que poniéndolo debajo de nosotros, esto es
despreciándolo, lo pisoteemos con los pies enlodados de los vicios. Por eso
añade: "Aprended de mí".
San Agustín, sermones, 69,2
No a crear el mundo, no a hacer en él grandes prodigios, sino aprended
de mí a ser manso y humilde de corazón. ¿Quieres ser grande? Comienza entonces
por ser pequeño. ¿Tratas de levantar un edificio grande y elevado? Piensa
primero en la base de la humildad. Y cuanto más trates de elevar el edificio,
tanto más profundamente debes de cavar su fundamento. ¿Y hasta dónde ha de
tocar la cúpula de nuestro edificio? Hasta la presencia de Dios.
Rábano
Mandándonos nuestro Salvador que seamos sobrios en las costumbres y
humildes en nuestros sentimientos, nos manda también que no ofendamos a nadie,
que no despreciemos a nadie y que tengamos dentro de nuestro corazón todas las
virtudes que manifestamos en nuestras obras exteriores.
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,2
Por eso El desde el principio comienza la exposición de las leyes
divinas por la humildad y propone la recompensa en las palabras: "Y
encontraréis la tranquilidad en vuestras almas". Esta es la mayor
recompensa, porque con ello no sólo se hace uno útil para los demás, sino que
encuentra en sí mismo la tranquilidad y concede esta recompensa antes de la que
ha de dar en el tiempo venidero, ya que en ese tiempo se gozará de una
tranquilidad eterna.
San Juan
Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 38,3
Y para que no se llenaran de temor al oír las palabras, carga y yugo,
añade: "Porque mi yugo, etc".
San Hilario, in Matthaeum, 11
Y nos propone la idea consoladora del yugo suave y de la carga ligera, a
fin de dar a los que creen en El unos indicios del bien que sólo El ha visto en
el Padre.
San Gregorio Magno, Moralia, 4,39
¿Qué carga pesada impone a nuestras almas el que nos manda evitar todo
deseo que nos pueda perturbar? ¿Qué cosa más ligera que el abstenerse de la
maldad, querer el bien, no querer el mal, amar a todos, no aborrecer a nadie,
alcanzar lo eterno, no engolfarse en lo presente y el no hacer a otro lo que no
quisiéramos que nos hicieran a nosotros?
San Hilario, in Matthaeum, 11
¿Y cuál es este yugo más suave y cuál esta carga más ligera? Buscar ser
más considerado, abstenerse demaldades, querer el bien, odiar el mal, amar a
todos, no odiar a nadie, perseguir lo eterno, no aferrarse a las cosas presentes,
no querer hacer a otro lo que no se quiere para sí.
Rábano
Pero cómo se entiende que es suave el yugo de Cristo, cuando se dice más
arriba: "¿Es estrecha la senda que conduce a la vida?" ( Mt 7,14).
Porque lo que al principio se nos hace dificultoso, pasado algún tiempo,
mediante la dulzura inefable del amor, se nos hace sumamente fácil.
San Agustín, sermones,70,1
Los que llevaron intrépidamente sobre sus cabezas el yugo del Señor, han
afrontado peligros tan difíciles, que parece como que son llamados, no del
trabajo al descanso, sino de la inacción al trabajo, como dice el Apóstol de sí
mismo ( 2Cor 6): El Espíritu Santo es ciertamente el que renueva de día en día
al hombre interior en medio de las ruinas del hombre exterior y una vez que ha
gustado la tranquilidad espiritual, en esta afluencia de las delicias de Dios,
en la esperanza de los bienes eternos, todo lo presente pierde su aspereza y
todo lo pesado se aligera. Sufren los hombres el ser despedazados y quemados,
no solamente a fin de no sufrir los dolores eternos, sino aún para evitar
mediante un dolor muy vivo pero momentáneo, otros sufrimientos prolongados.
¿Qué tormentas e inclemencias no sufren los comerciantes, a fin de conseguir
riquezas banales? Las mismas penas experimentan los que no buscan esas riquezas
como los que las buscan. Pero en éstos no son tan terribles, porque el amor
suaviza y hace fáciles las cosas más inclemente y difíciles. ¿Con cuánta más
razón hará más fácil todo lo difícil, la caridad que tiene por objeto la verdadera
felicidad, que no la pasión, que en cuanto está de su parte tiende a un fin
miserable?
San Jerónimo
¿Cómo el Evangelio es más suave que la ley, puesto que ésta sólo castiga
el homicidio y el adulterio y el Evangelio hasta la ira y la concupiscencia? ( Mt
5). Hay en la ley muchos preceptos, que según enseña con toda erudición el
Apóstol ( Hch 15) son impracticables. En la ley se exige la obra, en el
Evangelio la intención, con la que puede obtenerse la recompensa sin que se
haya realizado la obra. El Evangelio nos manda lo que nos es posible, esto es,
el no desear y esto queda dentro de nuestras facultades. La ley, al castigar al
adulterio, no castiga la intención, sino el hecho. Figuraos que en una
persecución ha sido violada una virgen, el Evangelio la recibe como virgen
porque no ha pecado por su voluntad, pero la ley la repudia porque ha sido
violada.
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