A un cura novel
Carta abierta:
Querido hermano in C.J.: Todo edificado y
lleno de buena voluntad me deja la lectura de su carta, por la humilde y franca
confesión que me hace en ella. "Acabo de llegar a esta mi parroquia, me
escribe, y aquí me tiene usted, que con todos mis Meritissimus y premios del seminario, con mis borlas de doctor, con
mis provisiones de sociología y con todo lo que yo había leído, aprendido,
proyectado y hasta soñado para cuando llegara este caso, no acierto qué hacer
ni por dónde empezar.
Porque la verdad es que al verme en una
iglesia tan grande y tan vacía, al encontrarme con unos feligreses tan sin
importárseles un comino de que les haya venido un cura nuevo, al no oír de los
ministros y de los escasos amigos de la parroquia, más consejos «que el no se
canse usted, que esta gente es imposible, no se saca nada de ellos», paréceme
que se me ha olvidado todo y si de algo me acuerdo o en algo pienso, es para
aumentar la sensación de soledad, impotencia, casi desaliento que, desde que
llegué, me viene asaltando.
¿Quiere usted decirme en caridad de Dios
Sin
pretender yo meterme a curandero de pueblos o parroquias, y sin ánimo de
presentarle un cuadro complejo de acción parroquial con sus obras de atracción,
consolidación y mejoramiento de sus distraídos y lejanos feligreses, voy a limitarme a responder sencillamente a su
pregunta de "¿por dónde empiezo?"
Voy a darle a usted una respuesta, que quizá
no la haya usted encontrado en sus libros de sociología, y que no por más
ignorada es menos eficaz.
¿Quiere usted hacer de su parroquia vacía,
una llena o por lo menos muy frecuentada?
¿Quiere usted formar esa parroquia sobre
base sólida de piedad ilustrada y abnegada?
¿Quiere usted que sus feligreses comulguen
mucho?
¿Quiere usted hacer milagros de conversiones
de almas de malas en buenas, de tibias en fervorosas?
¿Quiere usted hacerse de una corte de almas
escogidas, de buen temple, de abnegación y laboriosidad, que le ayuden y
secunden incondicionalmente en su magna obra de transformación de su
parroquia?
¿Quiere usted ser cura, no solamente de los
ricos y gente comodona, sino de los trabajadores, de los ocupados?
¡Que sí, que sí! ¿es verdad? ¡que todo eso
es lo que no sólo quiere, sino lo que ansía y sueña!
Pues todo eso y mucho, muchísimo más, lo
conseguirá usted con esta sencillísima receta:
Esté
usted sentado todos los días en su confesonario desde las cinco y media de la
mañana lo más tarde.
Quizá le parezca a usted muy poca causa para efectos tan grandes.
Quizá le asalten dudas de que yo exagero o deliro. Quizá encuentre padres graves y doctores sabios o
sabihondos que se rían de mi receta y de su candor en tomarla. Quizá en sus
sociologías, filosofías y en los demás las
que ha estudiado, encuentre algún reparo que oponerme. Quizá le digan que eso
será bueno para los pueblos madrugadores e inútil para las capitales. Quizá se
le pase un mes, un año, sin que mi receta le dé resultado visible. Quizá...,
ponga usted aquí todos los quizás que se le antojen, que yo sigo asegurando
ante el cielo y la tierra con toda la fuerza de mi palabra de sacerdote y con
toda la sinceridad de mi alma cristiana que un párroco que se siente en su
confesonario todos los días a las cinco y
media de la mañana lo más tarde, RESUCITA
la parroquia más muerta que haya en el mundo.
¿Pruebas?
Tengo muchas y muy fuertes y si no fuera
por el temor de hacer de ésta una carta kilométrica, se las desarrollaría con
toda la extensión que el asunto pide y mi caletre permite, pero aunque no sea
más que enumerándolas, allá van.
En primer término El HECHO: No conozco ninguna parroquia de cura madrugador y
de culto tempranero que esté desierta
y que en general no ande bien. Y en cambio conozco muchas, muchas parroquias
desiertas, aburridas, sin vida o con vida ficticia o efímera que se abren a las siete, a las ocho, a las nueve y
hasta a las diez de la mañana, o lo que es aun peor, cada día a hora
distinta.
Él que no esté conforme conmigo en la
afirmación de ese hecho, que me cite casos en contrario y con lealtad rectificaré.
Cierto que hay parroquias en las que no se
madruga y hay muchas Comuniones. Pero ¿quién me niega que si se madrugara se
duplicaría por lo menos el número de Comuniones?
En segundo término un cura sentado en su
confesonario desde muy temprano, aunque no tenga penitentes que confesar en
toda la mañana, o hasta muy tarde, es siempre una dulce y avasalladora violencia sobre el Corazón de Jesús para
que derrame gracias extraordinarias. Es un estímulo
y un ejemplo poderoso para sus feligreses buenos (pocos o muchos) para que
no se dejen dominar ni por el desaliento ni por el pretexto de las muchas
ocupaciones. Es una facilidad para
los feligreses pobres y ocupados. Es un despertador
de remordimientos para los feligreses pecadores y aun empedernidos, y
muchísimas cosas buenas que no pueden decirse aquí y que los curas
madrugadores ya se saben muy de memoria.
Y dígame usted, amigo mío, ¿con qué cara nos
ponemos a predicar Comunión frecuente y diaria a las criadas de servicio, a las
costureras, a los obreros, a las madres de familia, a todos los ocupados que
sólo disponen del tiempo que quitan a su sueño, si dejamos cerrada la iglesia
hasta las ocho de la mañana? ¿Es que esa porción de nuestra grey no tiene derecho
a Misa diaria y a Comunión diaria y a visita al santísimo Sacramento antes de
su trabajo? Y ¿cómo vamos a fomentar entre nuestros feligreses, especialmente
los ocupados, la meditación diaria a hora fija, la confesión frecuente y la
dirección espiritual, si no les damos a hora fija y temprana iglesia y Sagrario
abiertos y confesor a su disposición?
¡Ay amigo! ¡qué pena siento cuando visito
pueblos en mis correrías de propaganda y tengo que pasearme por el pórtico de
la iglesia para hacer tiempo que
abran, mientras el sol llena las calles del pueblo y los hombres llenan las
tabernas!
Se me dice, dejando a Dios que juzgue otras
razones y excusas que he oído y que a mí no me toca juzgar, que no abren
temprano y que no se sientan en el confesonario porque no van los fieles, y yo
me digo que no van porque no abren ni se sientan...
¡Que hagan la prueba por un poco de tiempo y
verán cómo se rompe ese círculo
vicioso!
Y si no van a pesar de eso, lo que será muy
raro, si no van, quienes perderán serán los feligreses; pero no el cura, que se
habrá labrado una gran corona con la constancia de su sacrificio no agradecido
ni aprovechado.
Sí, empiece usted por ahí,
amigo querido, empiece desde mañana mismo, y ya verá lo que se aprende en esas
horas de soledad de sus mañanas y lo
bien que se entenderán y las cosas que se dirán los dos abandonados de su parroquia, el del Sagrario y el del confesonario
y cómo éste aprenderá de Aquél a esperar
siempre a los que no quieren venir, a proyectar
y hacer bien en favor de los que hacen mal, a amar y a sacrificarse, y mediante esto, a salvar su pueblo.
Hermano, yo soy cura hace ya años, y estoy
con ocasión de mis propagandas y particularmente de la Obra de las Marías, en
comunicación constante con miles de
curas de los pueblos y con la experiencia de todo eso, puedo asegurarle dos
cosas:
1ª que sin ser solución única y total ésta que le he dado para la resurrección de su
parroquia, allana, prepara y fecunda
todas las demás; y
2ª que un cura que no sea madrugador, fuera
del caso de enfermedad, aunque haya hecho otras muchas obras buenas, aun no tiene derecho a decir con verdad que ha hecho todo lo posible por salvar a su
parroquia.
Y ya
sabe usted: El buen pastor da la vida por
sus ovejas...
Y el dar
la vida es mucho más que las dos horillas de sueño de la mañana...
Muy suyo in C.J.
El ARCIPRESTE DE HUELVA
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